Guerras, hambrunas, sequías extremas deben su existencia a la irracionalidad sistémica de la acumulación capitalista. Por estos fenómenos, miles de seres humanos son empujados a éxodos desde sus lugares de origen, arriesgando lo único que les queda, su propia vida y la de sus seres queridos.
Movidos por la desesperación, manipulados por organizaciones criminales mafiosas, emprenden lo que puede ser el único y último viaje de sus vidas. El destino, Europa, para los que proceden del gran arco que se extiende desde Mauritania hasta la India y Estados Unidos, para los americanos del centro y sur del continente.
Al compás del aumento del flujo migratorio, los países de la Unión Europea y Estados Unidos han incrementado los mecanismos de control y represión para todos aquellos que arriben a las costas “prometidas”. Siempre y cuando los haya acompañado la fortuna para conservar la vida, expuestos a enfermedades, tras varios días de travesías sin comida, sin agua y montados a embarcaciones sólo imaginables de ser abordadas en el umbral más elevado del desasosiego.
La Unión Europea, a principios de este mes, ha logrado arribar a acuerdos que asumirán mayor fragilidad con las derivaciones del recrudecido conflicto en Oriente Medio.
Reunidos en Granada, España, los 27 países miembros de la Unión, debatieron sobre cuotas de acogidas y la imposición de una multa para casos de incumplimiento.
No obstante lo elemental del pacto, Hungría y Polonia fundamentaron su negativa exigiendo mayor dureza y Austria, Eslovaquia y República Checa se abstuvieron.
En paralelo, a escasos kilómetros, en las Islas Canarias, arribaban miles de personas y sólo horas más tarde se agudizaba el enfrentamiento armado entre el Estado de Israel y Palestina.
“Codiciáis oro y sembráis cenizas” sentenció Philippe Claudel en su novela “El archipiélago del perro”, en una de cuyas islas, los habitantes se enfrentan por el lugar para sepultar a los inmigrantes negros, que mueren al llegar a ese sitio del Mediterráneo menos turístico.