Por Leticia Amato (*).- No tengo luz, no tengo gas, repetía en una canción de 2003 Pity Álvarez y -cual oráculo roquero- el estribillo resultó premonitorio. En varios países de la región latinoamericana, el panorama en materia de escasez de los servicios esenciales provenientes de recursos naturales, y por ende en los siderales aumentos de sus costos, es igual de alarmante.
Dúchese con agua fría, sea saludable, ayude a Brasil. ¡Y por favor, apague la luz, que estamos viviendo la mayor crisis energética de los últimos 20 años! advirtió efusivo frente a la cámara el presidente de Brasil, en un tono parecido al de algunos adultos cuando ordenan a los niños un quehacer doméstico y por pura convención lingüística agregan al final del dictamen, “por favor”.
Cruzando el océano, no es el
fantasma, sino el azote de las alzas en el precio de la electricidad lo que, también,
recorre Europa. El 15 de septiembre de
2020, el megavatio/hora en Alemania y Francia promediaba los 56 euros. El 15 de
septiembre de 2021 promedió 166 euros., señala una consultora de energía
europea. Por su parte, España lleva meses pagando la tarifa más cara de luz por
megavatio/hora de toda la UE, desde que, el pasado mes de julio, las empresas
privadas que brindan ese servicio decidieran aumentar el precio del suministro
eléctrico pues, según sus expectativas, explicaron, el negocio les resulta poco
rentable.
A pesar de las medidas gubernamentales que luego de marchas y contra marchas
fueron apareciendo, como la reducción del IVA o subsidios en un porcentaje de
la factura de luz para los sectores más afectados, el costo de la luz continuó creciendo sin que se avizore un alivio
significativo en lo inmediato.
Todo parece indicar que la gobernabilidad temblequetea frente a las, para nada veladas, amenazas por parte de las empresas eléctricas de “retirarse del mercado”, cada vez que los gobiernos osan aplicar algún resorte regulatorio al subidón tarifario.
El espiral ascendente que incrementó los aumentos en los servicios de primera necesidad no comenzó con la luz sino con el gas. La carencia de reservas gasíferas durante el último –crudo- invierno afectó a todas las regiones del mundo y disparó el precio del gas en proporciones desorbitantes. Ante la imposibilidad de afrontar las boletas de gas, la población se volcó al uso de la luz, que ahora tampoco podrá solventar con facilidad.
Como si esto fuera poco, ni el viento ha soplado lo suficiente para acumular la energía renovable con la que se aspira a sustituir los recursos agotables, y solo permitió abastecer los requerimientos energéticos en ínfimos porcentajes.
Y además, la pandemia.
El coctel de dificultades detonado por las tarifas exorbitantes de luz y gas que afecta a enormes sectores de poblaciones en el mundo arroja, a la vez, interrogantes que no por retóricos resultan menos pertinentes: ¿por qué los Estados pierden poder de intervención para garantizar la defensa de los intereses del conjunto de la sociedad por sobre los intereses del capital privado? ¿Será el Estado el que deba proteger sus tasas de rentabilidad? Finalmente ¿las instituciones de la democracia quedan subordinadas a las leyes que dicta el mercado?
(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA. Miembro de la Secretaría de Juventud y Nuevas Tecnologías de la FELAP.