4 enero, 2019

Un Rato en cana

Por Sergio Torres (*).- La noticia pasó hace un par de meses por los medios digitales, los canales de noticias, las radios y las redes sociales bastante desapercibida, sin pena ni gloria, como si no valiera la pena ser contada.

El 25 de octubre pasado, Rodrigo de Rato y Figaredo, banquero y político español enrolado en el Partido Popular (PP), exvicepresidente del Gobierno de España, ministro de Economía durante los gobiernos de José María Aznar y exdirector Gerente del Fondo Monetario Internacional entre junio de 2004 y octubre de 2007 llegó al playón de entrada de la cárcel de Soto del Real, en las afueras de Madrid, y antes de entrar a cumplir su condena de 4 años y medio de prisión dijo lacónicamente: “Acepto mis obligaciones con la sociedad”.

Rato fue uno de los niños mimados de las finanzas y la economía a nivel mundial. Uno de esos gurúes a quienes todos en el mundo de los números y la especulación esperaban oír para tomar decisiones. Fue uno de los ideólogos de la burbuja financiera que creció a la sombra de los gobiernos de Aznar (1996-2004) y que explotó en 2008. Tiempo después, fue el encargado de tocar la campana en la Bolsa de Madrid anunciando el rescate financiero (a privados con fondos públicos, por supuesto) a entidades como Caja de Madrid y Bankia, de las cuales ya era director.

En 2013, fichó como integrante del Consejo de asesores de Telefónica Latam y Telefónica Europe, que aglutinan los negocios en Latinoamérica y Europa. A esa altura, Rato ya era investigado por, entre otras cuestiones, fraude, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales.

Nuevamente con el PP al mando de la presidencia de gobierno, en manos de Mariano Rajoy, era difícil pensar que algunas de las investigaciones en su contra avanzaran, pero la debacle económica y social en el país lo fue dejando a él, a Rajoy y al propio PP en una situación endeble.

La estocada final para Rato llegó de la mano del denominado “Caso de las tarjetas black”, un escándalo que saltó a la luz en octubre de 2014, por el cual se reveló que la amplia mayoría de los consejeros de Caja Madrid (y posteriormente Bankia) durante al menos las presidencias de Miguel Blesa y el propio  Rato, habían sido beneficiados con una tarjeta de crédito otorgada por la entidad con la que habían llevado a cabo durante años cargos personales valorados en cientos de miles de euros con cargo a las cuentas de la caja de ahorros, y presumiblemente, sin declarar a Hacienda ninguno de ellos.

Rato quedó atrapado entre sus propios pecados y la necesidad del PP de mostrarle a la sociedad española su “lucha” contra la corrupción: es decir, Rato pagó por él y por el propio entramado de corrupción del cual participó dentro del gobierno español y las empresas privadas para las que trabajó. Fue el sicario económico que terminó ultimado por sus propios jefes.

Abandonado a su suerte por quienes hasta tiempo atrás le juraban amor y fidelidad eterna, Rato encaró los metros finales hacia su encierro con un bolso de mano y un carry on de los que se llevan en los aeropuertos. Lo esperan, según dicen, cuatro años y medio de prisión. Otros desestiman esas posibilidad y hablan de un cumplimiento efectivo más corto, tal vez de dos años. En cualquier caso, y por las tropelías cometidas y los daños causados, será apenas un rato.

(*) Periodista

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