“Resistir no puede ser solo estar en contra y enfrentar lo que te destruye. Es sobre todo, crear. Crear niveles de conflictualidad. El conflicto es la base de la vida individual y social. Son regulaciones y autorregulaciones internas de cada persona, de los grupos, de las parejas, de la sociedad”. Mientras más simplificamos los lazos intrapersonales y sociales, más eliminamos el conflicto y vamos al enfrentamiento. Sirompemos los lazos complejos y conflictuales que forman una sociedad, queda el poder y el individuo aislado, como por ejemplo hizo la dictadura de Videla. Atacó primero a todas las partes: artistas, intelectuales, sindicalistas y al final se encontró solamente en un enfrentamiento con las organizaciones armadas. Cuando se llegó a ese punto ya estábamos todos vencidos“.
Esta línea de pensamiento corresponde al filósofo, psicoanalista, investigador y escritor Miguel Benasayag (publicó más de 40 libros desde que en 1978 se exilió en Francia luego de militar en el PRT-ERP y estar cuatro años en prisión durante la dictadura del 76), quien a mediados de abril de este año entrevistado por la periodista María Daniela Yaccar, analizó la magnitud de una de las innumerables trampas que promueve el capitalismo: activar en forma directa el enfrentamiento con sus adversarios para derrotarlos en todos los planos.
Plantea Benasayag que el conflicto es indispensable para no caer estimulado por la confrontación radicalizada. En tiempos en los que prevalecen los reduccionismos (la falsa exaltación binaria del bien y el mal), la figura del conflicto entre partes es negada y bastardeada por los factores de poder. El sistema pretende negar los perfiles clásicos del conflicto. No le rinde. No le satisface. No lo representa. Y no lo gestiona ni le interesa en lo más mínimo intentar gestionarlo.
¿Qué promueve, entonces, la faceta más cristalizada y criminal del capitalismo en su hoja de ruta neoliberal aliada en algunos o varios puntos al fascismo? No al conflicto, sí a la hostilidad, a la disputa encarnizada cuerpo a cuerpo, al choque. Porque advierte que hoy en ese territorio estratégico se impone con pocas dificultades a favor de las condiciones objetivas que están claramente de su lado. Gana en el marco de la hostilidad, de la disputa frontal, del choque directo. Y no está tan seguro de ganar en la lógica y la dinámica del conflicto. En ese escenario puede percibirse más débil y resignar en alguna medida su hegemonía implacable.
Interpreta Benasayag que resistir no debería agotarse en la resistencia. Argumento incontrastable en cualquier circunstancia y actividad: deportiva, política, sindical, económica, social, cultural, académica. Resistir a la adversidad o al enemigo eventual será el primer paso. El siguiente, casi impostergable, es trascender en forma activa la resistencia. Es generar condiciones a partir de las debilidades ajenas y las fortalezas propias para construir una agenda y un programa de acción que sea capaz de armonizar iniciativas de acumulación y superación.
No es fácil. Claro que no lo es. Lo fácil es adaptarse a la humillación, al sometimiento, al escarnio. Lo difícil, lo realmente complejo es rebelarse a partir de un contenido. Crear un contenido. Es la resistencia con creatividad, con valor agregado. Precisamente lo que aborrecen y detestan aquellos que tienen la suma de los poderes públicos. Y en la escalada (que es lo que buscan) matan sin remordimientos ni condenas. En cambio en el conflicto tienen que hablar, explicar, argumentar y exponer. Y por el momento, en esta aldea global, no cuentan con las suficientes herramientas intelectuales para hacerlo.