Por Ana Villarreal (*).- Leopoldo Marechal supo definir a su novela Adán Buenosayres como un sucedáneo de la antigua epopeya. Y este carácter parece signar hoy el destino del local de libros de la calle Corrientes que resiste los avatares de ventas resentidas, costos de mantenimiento y facturas de servicios impagables.
Tales razones llevaron al responsable de la librería Adán Buenosayres, con más de 30 años en el mercado, al anuncio de la liquidación de la totalidad de la existencia de sus 60 mil volúmenes para poder hacer frente a las indemnizaciones de sus empleados.
El anuncio fue hecho por su dueño, David De Vita, a través de un mensaje en facebook. “Vengan a comprar libros -convocaba por la red- que tengo que juntar guita para indemnizar a los pibes que quedan sin laburo. Yo siempre dije que los libros eran como la papa en Irlanda. Usaba ese ejemplo del manual de Samuelson cuando hablaba de oferta y demanda y la elasticidad de la demanda. La papa, decía Samuelson, se vendía igual, hubiera crisis o no”.
La respuesta fue inmediata y decenas de personas emprendieron la particular visita al local, que suele iniciarse con una fila en la vereda, porque, a veces, las persianas permanecen bajas, luego de la seguidilla de hurtos de carteras y celulares dentro del negocio.
En el promedio de la mañana, el río parece estar cada vez más cerca. Frío de agua atraviesa la estructura del obelisco y pinta de un gris sucio el céntrico territorio metropolitano de la avenida Corrientes al 1600. No más de cincuenta metros cuadrados encierran una compleja madeja humana en una fila de potenciales compradores de libros.
Al este el apretujado montículo de frazadas guarda el sueño de dos personas en la vereda del Teatro Alvear “esta es una parejita – revela una señora al borde de la impudicia- que a la noche duerme dentro del Banco Nación, de acá a la vuelta, donde están los cajeros automáticos. Los policías de la zona permiten esto a familias cartoneras y gente en situación de calle”.
“En el centro hay muchos que duermen en los cajeros, un lugar donde otros retiran dinero, qué paradoja de la deshumanización de estos tiempos”, replica un joven sin despegar la vista de la pantalla de su celular activa, con su dedo pulgar agilizado al extremo de la velocidad para responder un mensaje.
La mezcla de hierbas que el viento trae desde la vidriera lindante a la librería, del tradicional local de El Gato Negro puede ser un pequeño bálsamo para colaborar con el espíritu de resistencia de los potenciales comparadores de libros.
A cinco pasos de la mezcla del perfume de café y raras especies, una expresión de reclamo de justicia de Ni una Menos o simplemente una coincidencia de ironía ideológica, hace que la mano de la estatua de Minguito esté llena de volantes que ofrecen “servicios sexuales”, arrancados aún con su pegote fresco de alguno de los postes de la avenida Corrientes por un grupo de estudiantes secundarios.
Cuando un joven empleado de Adán BuenosAyres autoriza a ingresar al local a los diez primeros de la fila de los potenciales compradores de libros, cientos de otros mundos asomarán como epopeyas desde el desorden vivo de los escaparates.
(*) Periodista, miembro de conducción de la UTPBA
Fotos: Pablo D. Fernández