20 julio, 2017

En Cuba, Trump ha perdido el punto

Por Juan Chaneton (*).- Contradecir la tendencia de la economía global hacia la concentración financiera y el dominio del capital bancario era una de las señas de identidad más salientes de la administración Trump. Ahora acaba de agregarle la ahistórica o contrahistórica medida de suspender los avances hacia la normalización de relaciones con Cuba. Se trata de, además de un error moral, de uno político, y esto le resultará, a la postre, demasiado caro al empresario inmobiliario devenido presidente de los Estados Unidos.

En efecto, Trump ha priorizado el prejuicio ideológico sobre el pragmatismo que suele, este último, rendir buenos frutos para zafar de un callejón sin salida cuando los desaciertos arrastrados durante demasiado tiempo han colocado a la fuerza propia al borde del colapso.

Y lo que colapsará, sin retorno, es la política exterior de EE.UU. referida a América Latina y a Cuba en particular. Por si no bastaba con el muro para ofender a los mexicanos, ahora se descuelgan con este exabrupto con el que no están de acuerdo ni siquiera amigos propios del “magnate”. Ofender de este modo a América Latina es, además de todo lo que pueda ser, un acto de crasa miopía política.

La “apertura” de Obama ya era síntoma de que la potencia imperial reveía, al cabo de más de medio siglo de bloqueo económico, financiero, comercial y cultural, sus relaciones con la Revolución Cubana. Ese mercado de once millones de habitantes terminaría siendo oportunidad de negocios para todos menos para las empresas estadounidenses y, de paso, la aludida apertura mejoraba un poco ante el continente la deteriorada y, en los últimos años, cuasiausente imagen de unos Estados Unidos demasiado comprometidos en tropelías criminales alrededor del mundo.

En todo caso, es muy evidente que aquí también se hacen visibles las contradicciones que, desde que asumió el actual Presidente, han ingresado a un territorio que antaño parecía blindado a conflictos internos, esto es, el espacio institucional y social en el que actúan los factores del poder real de los Estados Unidos.

En estos temas hay poco lugar para las sorpresas y la originalidad. Y así como las “sanciones” a Rusia son promovidas, principalmente, por la compañías energéticas que procuran dañar a Gazprom y Rosneft (la competencia de EE.UU. y Europa en gas y petróleo respectivamente), así también aquí, en el caso de Cuba, son las empresas vinculadas al rubro alimenticio, turístico, inmobiliario, bancos y laboratorios las que no quieren perderse negocios y habían presionado por una apertura que ahora viene Trump, voluntaristamente, a clausurar.

Conspicuo vocero de la mafia terrorista de Miami, el senador Marco Rubio es un personaje escuchado por el Presidente norteamericano. Y aquí es donde la medida anunciada por Trump en un teatro de esa ciudad plastificada enfrentada de hito en hito con La Habana mar mediante, exhibe su naturaleza ideologizada y estéril. Pues no suena serio a nadie en el mundo que la “lucha contra el comunismo” y la vocación por la democracia y la vigencia de los derechos humanos en Cuba  sean buenas razones para justificar el retroceso, cuando quien así argumenta no sabe todavía cómo pararse frente a China y Rusia y bombardea civiles en Siria, tortura seres humanos en cárceles clandestinas de Polonia, Rumania y Lituania y derroca gobiernos como un auténtico delincuente internacional, que eso han devenido, en las últimas décadas, las administraciones cuyo aguantadero visible es la “Pennsylvania Avenue” de Washington.

Se trata  -como decimos-  de contradicciones que han empezado a aquejar el frente interno de los Estados Unidos pues hasta hay sectores del Partido Republicano que no están de acuerdo con la vuelta atrás en las relaciones con Cuba. Y estos enfrentamientos, en “el país del Norte”, tienen su costo. Para la hipocresía al uso en los Estados Unidos espiar al adversario político u obstruir la acción de la justicia constituyen faltas morales e infracciones legales inadmisibles, salvo que se hagan detrás del biombo. A Nixon lo echaron por lo primero y a éste le han empezado a marcar la cancha investigándolo por lo segundo en el mamarracho de la “trama rusa”. Es la sombra del “impeachment” que ha empezado a planear sobre la cabeza de Trump por obra de un diligente fiscal general llamado Robert Mueller.

El 16 de junio pasado, la portavoz de la cancillería rusa, María Zajárova, declaró que “…las  únicas cualidades previsibles de la política externa de EE.UU. son su carácter impredecible y su injerencia en los asuntos internos de otros países”. Exacto. Un barco al garete, diríase. Y mal camino para Trump quien, por las dudas, se ha cuidado bien de no cerrar su embajada en La Habana y de asegurar que busca un acuerdo distinto al que hizo Obama. Está presionado el hombre. Y, a esta altura, también aquilata, de seguro, las diferencias entre la placidez de los negocios y los descomedimientos de la política.

El punto, en suma, es el que marcó quien mejor conoce a los Estados Unidos, esto es, el gobierno de Cuba. Al día siguiente del anuncio de Trump, suscribió esta declaración: “Cualquier estrategia dirigida a cambiar el sistema político, económico y social en Cuba, ya sea la que pretenda lograrlo a través de presiones e imposiciones, o empleando métodos más sutiles, estará condenada al fracaso”. Ese es el punto.

(*) Periodista y escritor

 

 

 

 

 

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