Por Sergio Elguezábal (*).- Todo esto pasará. El virus, el encierro, los animales cerca de las ciudades, el aire un poco más limpio, el silencio, el cielo azul y las personas detrás de las ventanas, pasarán. Lo que no pasará es el cambio climático y sus consecuencias pavorosas, mucho más graves que la pandemia.
“Estamos ante la amenaza de una extinción y la gente ni siquiera lo sabe.” Tomo las palabras del sociólogo Jeremy Rifkin para que no se la agarren conmigo, pero es así. Siempre hay una excusa nueva para no ocuparnos de lo esencial. No podremos resolver la pobreza, la falta de trabajo y aun el hambre si no atendemos antes el desequilibrio provocado por la crisis sistémica que vivimos.
Si destruimos el ambiente, ¿qué comeremos, de qué trabajaremos, dónde habitaremos, cómo nos vamos a curar? ¿No lo pueden imaginar?, ¿de verdad que no? Salgan a ver los desmontes, la contaminación de los ríos y el tratamiento que le damos a los suelos. En la Pampa Húmeda los rociamos con veneno, en el centro quitamos su cubierta forestal nativa, en el noroeste detonamos el corazón de la montaña, en el sur perforamos todo lo que se pueda hasta dejarlo como un colador.
Deténganse en el trato que nos damos entre semejantes, vean el desdén con que nos relacionamos con el resto de las especies animales y vegetales vivientes. Observen cómo hemos construido las ciudades y el tipo de vida que llevamos; las diferencias sociales, de género, raza y color que nos propinamos. Un mundo así es invivible. Por eso hablar de pandemia o cambio climático, de modo aislado y sin relacionarlo con el origen y las consecuencias, es insuficiente. Lo que realmente provocan nuestras “normas civilizadas de convivencia” son hambrunas, enfermedades, inundaciones, tormentas destructivas, la migración forzada y la guerra.
La clave para pronosticar y prevenir la próxima pandemia, es comprender cuán dañada está la naturaleza. Cuando cortamos los bosques en pedazos o los reemplazamos con campos agrícolas, a la vez nos estamos deshaciendo de las especies que cumplen una función protectora sobre todos nosotros. Algo así como despojarnos del escudo y salir en cuero a dar batalla. Eso hicimos.
El mundo ya no será tal cual lo conocimos. Aunque el miedo, la incertidumbre o la sobreinformación no nos permitan advertir, estamos presenciando el colapso de nuestra organización. El colapso de empresas, sistemas, organizaciones, de muchos de nuestros trabajos, nos obligará a recalcular rápidamente. Veremos y sufriremos en carne propia situaciones dolorosas. El virus que transitoriamente nos tiene quietos, nos vuelve la mirada a la fragilidad del sistema actual y desnuda la trama básica que lo sostenía.
Podríamos salir corriendo despavoridos o sumergirnos a admitir con sobriedad lo que está sucediendo. A examinar cómo viviremos en la incertidumbre y a ser más creativos en la búsqueda de soluciones. Tenemos por delante la posibilidad de darnos un sistema más robusto, respetuoso e igualitario. La llegada de un nuevo paradigma nos invita a diseñar y escribir una historia renovada que explique el presente y describa el futuro. Deseo fervientemente que ese relato se construya con diferentes voces, de esas que en estos días hacen circular frases, chistes y poemas, una canción de amor o una recomendación para aprender algo nuevo online.
Hay una órbita, quizá diferente a la de las instituciones y la representación tradicional, donde la transformación ha comenzado. “Es notable, aunque golpeados, bailamos, cantamos, dibujamos y reaprendemos a compartir lo bello, es decir, lo mejor que tenemos.” Me lo dice Ana en videoconferencia desde otro lugar de la ciudad. La recibo mirando el otoño desde la ventana y en algún punto de mi ser, a pesar de todo, me incrusta la palabra esperanza.
(*) Periodista, editor de radio y televisión.