En los tiempos que corren tener pensamiento propio debe ser una de las capacidades más difíciles de desarrollar, porque requiere reunir y procesar muchísimo conocimiento, información y análisis, habilidades que las urgencias de la sociedad ultra tecnologizada en la que vivimos, las ha reemplazado por los contenidos que las redes sociales hacen circular y nos los hacen llegar masticados y digeridos.
También nos aseguran que la curiosidad ya es un arte antiguo, aparentemente reemplazada por la inteligencia artificial que supuestamente tiene respuesta para todo. Nos han hecho creer que indagar o peor aún investigar es una pérdida de tiempo, porque, según nos dicen, ahora existe algo infinitamente superior que lo hará por nosotros, por tanto, lo único que tenemos que hacer es digitar correctamente la pregunta, hacer click y obtener la respuesta.
De esta manera, nuestra capacidad de pensar y difundir lo que razonamos está sometida a lo que se muestra como fuente de conocimiento e información ilimitada, libre e infinita. Por esta afirmación, la vida que es mucho más grande, llena de sorprendentes maravillas queda desperdiciada frente a nuestra pobre ambición de entendimiento, supeditada al designio de un algoritmo que determina quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos.
Estas reflexiones siempre me traen a la memoria las palabras de José Luis Sampedro: “sin libertad de pensamiento de nada sirve la libertad de expresión”. En sociedades tan polarizadas como la nuestra esto tiene un mayor valor porque los de un bando todo lo ven desde su punto de vista e invalidan el resto. El otro bando procede de la misma manera, no hay posibilidad de reflexión, solo aceptan la suscripción a tontas y a ciegas, es una especie de oscurantismo, que pensábamos estaba superado.
Pensar libremente es un reto que precisa de un gran trabajo, de un esfuerzo mayúsculo para informarse correctamente, leer en libros de verdad, hablar con gente de carne y hueso, caminar por las calles de piedra, tierra y cemento reales, con un GPS que sólo es una herramienta y no la brújula a la que se supediten todos nuestros movimientos y pensamientos. Finalmente, como diría mi compañero de vida: “la inteligencia artificial no te puede dar un abrazo”.
Fuente: https://www.la-razon.com/