Siempre caminó por los bordes René Orlando Houseman. Y de tanto caminar por los bordes, el hombre que el 19 de julio debería cumplir 72 años, algunas veces desbarrancó. ¿Más en el fútbol que en la vida? ¿Más en la vida que en el fútbol? Las proporciones exactas se desconocen. O solo él las pudo haber precisado. Y a veces ni él. Porque estas cosas no se miden. No se calibran. Como el amor. Como el dolor.
“El fútbol siempre lo entendí de una sola manera: era un buen lugar para pasarla bien. Y yo la pasé bien”. Quizás esas 21 palabras que Houseman pronunció hace muchos años sirvan para poder aproximarse a la dimensión extraordinaria de su juego. Allí, tan cerca de la raya lateral como de la línea de fondo de la cancha, el Hueso se instaló como un genio transgresor, inclasificable e indolente. Y es probable que quizás haya quedado atrapado por los duendes de Mané Garrincha, de Omar Orestes Corbatta y del Loco Raúl Emilio Bernao, por citar a algunos cracks que habilitaron la ruta de la celebración futbolera en la punta derecha.

Aunque habría que ratificar que a Houseman desde pibe lo deslumbraba la magia que supo irradiar Ángel Clemente Rojas. Lo seguía a Rojitas, como también a la camiseta de Boca. Pero la debilidad por Rojitas era muy superior. Quería estar angelizado como ese ídolo de Boca que en una ocasión nos planteó en un restaurante de Avellaneda que él quería “ganarle al viento”. René quizás quería lo mismo: amagar, salir, frenar volver a amagar y nuevamente quebrar por adentro o por afuera, ganándole al viento. Quería jugar como Rojitas, pero la realidad es que no imitó a nadie. Tenía vuelo propio. Autonomía, independencia, genialidad. Como la que debieron padecer el Coco Basile, el Lobo Carrascosa y Fatiga Russo, entre otros, cuando a René lo presentó en sociedad el Flaco Menotti como la nueva incorporación de Huracán, en plena pretemporada en aquel enero de 1973 en Mar del Plata.
“René nos bailaba a todos en las prácticas con una facilidad increíble y después lo hacía con los rivales en los partidos en serio. Esto fue desde el primer día que llegó. Me acuerdo que cuando se sentó con nosotros para almorzar no hablaba una palabra. Le preguntabas algo y respondía sí, no y punto. Pero él hablaba con la pelota en la cancha de una manera impresionante. Eso sí: fumaba y fumaba hasta en los entretiempos de los partidos. El Flaco le permitía que lo hiciera en un cuartito pequeño cuando jugábamos de local. Tampoco participaba de las charlas técnicas. No le interesaba. La verdad es que nosotros lo admirábamos mientras el Hueso ni se daba cuenta”, nos comentaba Roque Avallay hace unos meses.
“Cuando en el primer día el Flaco lo sumó al plantel en Mar del Plata, nos empezamos a cagar de risa. Era un palito. Parecía un jockey. Chiquitito, muy flaco, las medias bajas, la camiseta por afuera del pantalón, la mirada clavada en el piso. Daba la impresión que lo soplabas y lo tirabas a la mierda. Todos pensamos: ¿a quién carajo trajo el Flaco? Pero cuando empezó el picado y agarró la primera pelota, nos hizo pelar el culo a todos. A mí me tiró dos caños de arranque y pasó a cien kilómetros por hora. Era una bala el hijo de puta. Nosotros nos mirábamos y no entendíamos nada. No estoy exagerando. ¿De dónde salió este pendejo? Esa era la pregunta que nos hicimos todos. ¿De dónde salió y quien lo trajo? Era Houseman. Un verdadero fenómeno. Con él en el equipo todos nos dimos cuenta al toque que con el plantel que ya teníamos armado, más René podíamos salir campeones como después ocurrió”.
El textual de Basile permite perfilar a ese pibe que con 19 años comenzaba su tránsito por el fútbol grande, después de rodar primero por Excursionistas (“Me rajaron del club por villero”, siempre aclaró) y luego recalar en Defensores de Belgrano hasta su arribo a aquel Huracán del 73 que denuncia la historia como uno de los equipos más brillantes y reivindicados. Es cierto, duró poco aquel Globo campeón (Menotti el 12 de octubre del 74 debutó como entrenador de la Selección enfrentando a España), pero duró lo suficiente para eternizarse.
Las convenciones habituales del fútbol profesional (entrenar, concentrar, alimentarse bien, descansar las horas necesarios) nunca fueron para el Hueso rutinas accesibles. O bien recibido. Todo lo contrario. Su rechazo siempre fue visceral. No se bancaba ese marco de obligaciones. Y canjeaba libertades con goles. En Huracán hizo110 goles en 267 partidos. En la Selección anotó 13 goles en 51encuentros, 4 de ellos en los mundiales del 74 y 78.
Esa imagen del tipo despojado, libre y despreocupado que nació para inventar sin ningún libreto y sin ninguna doctrina es muy probable que haya encontrado en Houseman a una bellísima flor silvestre nacida para crecer en la anarquía. Una anarquía solo organizada en función de su enorme creatividad.

Y creció René hasta que más temprano de lo que indican los relojes biológicos de los jugadores, lo fueron derribando sus propios límites. O los demonios de otras adicciones que trascendían el mapa del fútbol. El perfume del alcohol y el humo de los puchos que nunca apagó, le fueron quemando las piernas. Aquellas piernas chuecas y endebles que nunca anunciaban ni el desborde ni la diagonal. No anunciaban nada. Solo el desconcierto para las víctimas eventuales que salieran a enfrentarlo.
En el arte intransferible del engaño que es proponer que uno va por acá y sale por el otro lado, o que encara directo y sin embargo frena, desestabiliza al adversario y arranca en quinta desairando las leyes de la física, René armaba su propio carnaval. No gozaba a nadie. Pero gozaban todos. No se hacía el canchero para delatar que le sobraba manejo en velocidad. No tiraba caños ni sombreros para tribunear. No festejaba los goles o los golazos haciendo el circo que desnuda a los que farandulizan el fútbol. En definitiva, no vendía lo que no sentía, como tantos otros notables que no fueron ni son rehenes de ningún show ajeno a su inspiración.
La realidad que indican las estadísticas confirman que no tuvo René una larga vida en el fútbol cinco estrellas. Pero esa vida que alumbró le alcanzó para estar en la galería de los grandes elegidos, aún sin la chapa de haberla descosido en Europa. Garrincha no lo hizo, salvo en Suecia 58 vistiendo la camiseta de Brasil en sintonía con Pelé. Corbatta tampoco. Bernao menos. El Hueso igual dejó una estela inolvidable. Y quedó ahí. Inmortalizado. En aquel Huracán inolvidable y brillante del Flaco Menotti, cuya delantera se repite de memoria como un tributo a los dioses del fútbol de todos los tiempos: Houseman, Brindisi, Avallay, Babington y Larrosa.
El Hueso (quién partió el 22 de marzo de 2018 a los 64 años) también estuvo en aquella Selección del Mundial 74 y en la de Menotti que ganó el Mundial 78. En el 78 ya no era el monstruo de un par de años atrás. “No dí todo lo que podía dar”, dijo casi pidiendo disculpas un par de décadas después. Para ese entonces ya había dado todo. O casi todo. Suelen decir los recuerdos y las postales de la vida que los tipos que protagonizan una película imborrable a veces se dejan capturar por otros misterios. Y esos misterios los llevan de paseo hasta que se esconde el sol.
Salió de gira René. O de caravana, aseguran los lugares comunes. Es lo de menos. Pero su fútbol tan lejano a los libros, a las teorías y a las academias siempre quedó instalado en el altar de la vanguardia futbolística. Cumpliría 72 años este 19 de julio el hombre frágil que conoció la tierra, el asfalto, el cielo y el barro. Sin embargo, aquella tarde de enero del 73 en que lo presentaron en Mar del Plata en el primer entrenamiento en Huracán, parece una hermosa foto del presente. Una foto del fútbol en estado puro. Del fútbol que todos soñamos algún día poder jugar.