La entrañable pluma de Enrique Raab.
Por Leticia Amato (*).- Es sabido que entre la las letras y el periodismo existe un lazo indisoluble que sella el poderoso vínculo de amor maternal que los une. La literatura, sin lugar a dudas, ha parido a los más ilustres trabajadores del periodismo desde el siglo XIX a nuestros días.
Lejos del cariz académico que cobró el ejercicio de la profesión periodística hacia los años 80, cronistas, relatores y narradores amateur hicieron del periodismo un arte del buen decir, un auténtico manjar de las letras. Pero además, muchos supieron hacerlo desde sus propias convicciones ideológicas y no es éste un dato menor. Y si de compromiso militante y literatura periodística hablamos, no podemos menos que volver a degustar los exquisitos relatos del entrañable escritor y periodista Enrique Raab.
Profundamente involucrado con la historia y el devenir de la clase trabajadora, Enrique Raab desarrolló la extraordinaria capacidad de encontrar aquello que está vedado a simple vista y desde allí elaborar un discurso que permite, aún hoy, a 39 años de su desaparición a manos de la última dictadura militar, abordar sus textos en varios planos de lectura.
Raab encontró un estilo propio que enseguida lo distinguió del mundillo monótono y previsible del redactor. En sus crónicas, aprendió a combinar el preciosismo de las imágenes visuales y auditivas con logrados diálogos callejeros detectados al vuelo por su gran sensibilidad social. Escribió con idéntico rigor periodístico y vuelo literario, acerca de los acontecimientos que signaron la realidad de su época, en el país y en el mundo, desde la perspectiva que tanto su formación política como artística y cultural le brindaron.
Sus magistrales relatos –que se publicaron en la mayoría de los diarios y revistas de la época, El Cronista, La Opinión, La Razón, El Mundo, Crisis etc…-, se constituyeron en verdaderas piezas político-literarias que cuentan, por ejemplo, cómo fue vivir en Lisboa durante los días de la Revolución de los claveles:
“Pero los que han visto Portugal, en abril y en mayo, han podido presenciar uno de los momentos más bellos de la historia del siglo XX: el momento en que una sociedad se reacomoda, cambia las piezas en el tablero y comienza a jugar su partida de nuevo, como si ese juego hubiese sido inventado, no en los albores del clan humano, sino en Caldas da Rahina, ayer nomás, en la madrugada del 25 de abril.” (Junio, 1974)
En otra célebre serie de notas, Raab se abocó a describir con velado sentido del humor a los turistas marplatenses y sus costumbres en plena temporada de verano:
“Al lado del zapallito relleno centrado solitariamente en una fuente como si fuese una langosta o un trazo de “entrecôte rôti”, se apilan las milanesas: impecables, de una delgadez acaronada, parejamente doradas en cada milímetro cuadrado de su extensión, tal como Doña Perona C. de Gandulfo exhorta freírlas (….). Una obsesión que hostiga al turista, ni bien llega a Mar del Plata, es la comida.” (La Opinión, enero, 1975).
Y no faltan aquellas narraciones que ilustran la vida política y social del país desde las distintas manifestaciones que tuvieron lugar en la Plaza de Mayo entre 1973 y 1975, en las Enrique Raab fue un testigo de adiestrada mirada.
“Comenzado ya el discurso de Perón, a partir de la palabra estúpidos, Montoneros comenzó a desplegarse hacia la Avenida de Mayo: otros grupos juveniles, sintiendo en las palabras del presidente un respaldo claro, comenzaron a hostigarlos (…). Nada había, en ese momento que recordase al carácter el carácter unitario que el acto pretendía tener: abierta la masa como dos ejércitos enfrentados, con cinco metros de tierra de nadie, a duras penas controlados por los dirigentes, Perón terminó el discurso como arengando a los hijos díscolos que, a pesar de la prudencia paterna, se empeñan en librar una batalla campal.” (La Opinión, 2 de mayo, 1974)
Enrique Raab fue, además, un hombre enamorado del cine que cultivó un sentido estético del arte en sus diferentes vertientes a partir de su infatigable autodidactismo. Fundó un cineclub, también una cinemateca y realizó un único cortometraje, “José”, premiado por el Instituto de Cinematografía, del que no queda registro. Durante largos años se desempeñó como crítico teatral y cinematográfico, sección desde la que realizó memorables entrevistas a personalidades de la cultura y el arte como Bertrand Russell, Manuel Mujica Láinez o Tita Merelo:
“Sí, me han dicho muchas veces lo que usted me está diciendo. Que podría haber llegado a ser una Katina Poxinou, una Magnani…sin embargo, siempre interpreté a mujeres del pueblo, a mujeres porteñas. Y me honro de ello. ¿Quiere que le diga una cosa? Me parece que todo ser humano tiene su propio casillero. (Maravillosa Tita, capaz de olvidarse de repente de toda moralina santurrona, y espetarle a uno, así como así, una verdad simple, luminosa y popular).” (La Opinión, 13 de Octubre de 1974)
(*) Periodista. Miembro de la UTPBA y del Centro de Integración Latinoamericano y Caribeño (CILC)