1 agosto, 2020

Amamos tanto a Carson, o la urgencia de no ser uno

Por Leticia Amato (*) y Guido Fernández Parmo (**).- Carson McCullers nació en Georgia el 19 de febrero de 1917, en el momento preciso para ver como el mundo se sacudía por la urgencia de vivir mejor. Tal vez por ese nacimiento en tiempos agitados, su literatura, compuesta de cinco novelas, unos cuantos relatos breves y algunas adaptaciones para teatro, nos habla de la necesidad imperiosa de vincularse con los otros, de salir de los aislamientos privados y las reclusiones a las que nos condena el poder. Su primera novela, El Corazón es un cazador solitario, escrita cuando tenía apenas 23 años, la ubicó inmediatamente junto a autores sureños de la talla de William Faulkner.

¿Por qué todxs amamos tanto a Carson McCullers? 

En primer lugar, por lo entrañable de sus personajes, de esas criaturas que se quedan con uno para siempre porque sus vidas nos muestran, como lo hacen Mick, de El corazón es un cazador solitario, o Frankie, de Frankie y la boda, que todxs estamos presxs en encierros interiores contemplando cómo la vida pasa frente a nuestros ojos y que, al mismo tiempo, comenzamos a vivir cuando logramos ser con los otros. Describiendo la trama de su primera novela, McCullers comentaba que trataba sobre “la rebeldía del ser humano contra su aislamiento interior y la necesidad que siente de una expresión personal lo más plena posible”.

Amamos tanto a Carson, también, porque describe el Sur de EEUU como nadie, con una voz que no se privó de plantear los problemas de raza, de género o de clase que constituyen, verdaderamente, los muros impermeables de nuestros aislamientos. Encerrados en los lugares que el poder nos asigna, no dejamos de contemplar a los otros, al afuera, como las posibilidades para nuestra rebelión. La niña que viste de varón, el obrero marxista que no deja de beber, el negro que, sin embargo, es el médico del pueblo, el capitán homosexual que reprime sus deseos o el afeminado Anacleto que sueña con fugarse con su ama del campamento militar, todxs saben que la existencia trasciende los lugares a los que el poder nos asigna.

El corazón de la literatura de McCullers es esta tensión entre “asilamiento y comunidad”, entro “yo y nosotros”, que se vive como la urgencia de no ser uno. Carson McCullers nos lleva a otro tiempo pero, curiosamente, con los problemas actuales, resuena en nuestro presente haciendo vibrar los nervios intemporalmente, y nos muestra cómo encontrar en el pasado, también, a “nuestros otros”. Y por esto, tendríamos que amar más a Carson, para no olvidar cómo se relacionan el género, la raza y la clase, para no olvidar que un obrero mira en primer lugar a otro obrero para buscar ayuda, que la vida se halla en los encuentros inesperados con lo heterogéneo, y en todos esos pequeños desajustes, desviaciones, imperfecciones, que son, en realidad, la vida misma inclasificable vibrando en nuestro interior.

Carson nos enseña que la vida está en un “nosotros” que nos saca del individualismo solitario y del encierro patológico del individualismo liberal. La protagonista de Frankie y la boda piensa en su hermano y futura cuñada y sueña: “Ustedes dos y yo somos nosotros, ustedes son el nosotros de mí”. ¿Quiénes son nuestros “nosotros”? ¿A qué colectivos pertenecemos sin que lo sepamos? ¿Qué “nosotros” es el que el poder fragmenta en átomos de interioridades individuales, en guetos identitarios y en razas impermeables?

Amamos tanto a Carson porque amamos a sus personajes con los que, siendo ambiguos, difusos y alejados de los estereotipos literarios, nos identificamos profundamente. Personajes que nos muestran que todos tenemos nuestros infiernos, incluso una niña de trece años cuyos amigos son el obrero marxista Jake y el mudo Singer. Si Mick o Frankie nos conmueven tanto es porque representan el despertar de la vida inclasificada, la experiencia de la vida antes de que el poder le asigne un lugar y la encierre. Ellas son niñas que no se comportan como tales y que,al mismo tiempo, son capaces de sentir las tempestades del universo humano en sus cuerpos y emociones, niñas que desean sentarse a charlar en una mesa de un bar con un borracho o fugarse con un soldado a tierras lejanas, mujeres que cuando miran el mundo piensan en un nosotros que incluye a obreros, negras cocineras, militares homosexuales, niños asustados por su primera experiencia sexual, pobres, desempleados, padres viudos, discapacitados solitarios, jóvenes presos por no aceptar las normas del poder.

En Frankie y la boda, su protagonista sale a caminar por el barrio una tarde de verano y experimenta una sensación extraña que se expresa en el deseo de relacionarse con toda la gente con la que se cruza en su paseo. Al regresar, le cuenta su experiencia a Berenice, cocinera y confidente involuntaria, que queda perpleja: “¿Pero a quién quieres conocer”, pregunta, y Frankie, poseída por un sentimiento oceánico, responde: “A todos. A todos en el mundo entero”. Sobre Mick, protagonista de El corazón…, McCullers afirma: “La sociedad la derrota en todas las cuestiones principales antes de que pueda empezar siquiera, pero todavía hay algo en ella y en los que son como ella que no es posible destruir y que no será nunca destruido”. Amamos tanto a Carson por esa urgencia invencible de no ser uno y luchar a pesar de todo.

(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA. Miembro de la Secretaría de Juventud y Nuevas Tecnologías de la FELAP.
(**) Secretario de Cultura de la UTPBA. Profesor de filosofía.

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