23 agosto, 2017

Bielsismo antibielsa

Por Daniel das Neves (*).- Ser más papistas que el Papa es una expresión que alude a comportamientos de un seguidismo extremo, donde se transmite un cuidado, una preocupación por una cuestión en un nivel  superior a quien la planteara originariamente. Quien lo practica parte del lugar de la exageración y suele recaer en el dogmatismo y en el exceso de rigidez. En el fútbol Marcelo Bielsa es uno de los que parece convocar, muy a pesar de él,  a un grado de devoción merecedor de aquella expresión, algo que la nueva etapa que acaba de iniciar como técnico del Lille de Francia devolverá al primer plano, al ritmo de una actualidad frenética.

Sucedió hace poco en Brasil. Bielsa detiene una exposición por respeto a los aplausos de un concurrido auditorio y comenta, con mucha sinceridad y una fina ironía, que lo último que pensaba era observar esa reacción, “porque si estamos de acuerdo, ¿cómo lo permitimos?”. ¿Qué acababa de decir el ahora técnico del Lille? Que “los medios de comunicación se especializan en pervertir al ser humano, según victoria o derrota”, remate de una frase que señalaba que “el procedimiento educativo más poderoso que tiene la sociedad ya no es más la familia, son los medios de comunicación, que influyen más que la familia y que la escuela”.

Esa postura que no es nueva en Bielsa y cuyo valor no es la originalidad –muchos han sostenido a lo largo de los años visiones similares, incluso han estudiado y profundizado sus consecuencias, en reflexiones y acciones que quizás el propio rosarino las tenga en cuenta a la hora de decir lo que dice, sobre todo porque no le gusta hablar sin fundamentos, alejado del consignismo facilista- tiene en él la virtud de la coherencia, ese estado en el que los dichos forman una alianza indestructible con los actos humanos.

Y es ahí donde los más papistas que el Papa se revelan como integrantes de otra feligresía. Es que quienes dicen pertenecer activamente al grupo que está de acuerdo con lo que dice Bielsa (y aplauden y recurren al elogio sin medida, como si eso les permitiera poseer las mismas cualidades del elogiado a través de un proceso osmótico) contribuyen en realidad, de manera consciente o no,  para que eso que el técnico rosarino denuncia siga funcionando en los mismos términos.

Cuando Bielsa dice eso sobre los medios, o afirma que “tengo un muy mal concepto de los periodistas” (“pero peor tengo de los entrenadores”, agregó de inmediato en una conferencia de prensa realizada cuando era técnico en el Bilbao, mientras decía “yo actué como un salvaje, ahí tienen el título”), nadie se da por aludido, pero tampoco esgrimen el cliché de “claro, ahora la culpa la tienen los periodistas”, de donde se deduce que éstos no son responsables de nada y gozan de un estatus que no les permite ser alcanzados por ninguna crítica. Aunque la carga máxima, por supuesto, deberá recaer siempre sobre los dueños de los espacios donde se pone eso en el aire, quienes en una tarea de alta efectividad han logrado penetrar el concepto de entretenimiento, vanidad y falsa polémica en la mayoría de los que tienen que llevarla a cabo, sin provocarles –de ahí lo extraordinario de ese mecanismo sistémico, hay que decirlo- ninguna contradicción profesional.

En ese marco Bielsa es llevado a un rol de conciencia crítica, sobre todo respecto de aquello que rodea al fútbol, incluyendo los medios, donde lo que dice cuenta con el beneplácito a priori de quienes pretenden redimir sus debilidades personales y profesionales detrás de esa personalidad a la que se le otorga el beneficio (el poder lo otorgan los dueños de los medios) de representarlos a la hora de decir aquello que calma la cuota de verdad que se está dispuesto a escuchar, pero por la que se hace poco y nada. O lo contrario.

Hay un “personaje” Bielsa que interesa a la lógica mediática que él denuncia y a la que enfrenta, en lo que a él le puede caber, tomando la decisión (antipática, primero, aceptada con reparos al paso del tiempo) de no hablar por separado con medios o periodistas. En esa lógica mediática interesa el Bielsa cantando un tango, intercambiando elogios con Claudio Ranieri, su colega del Nantes u opinando sobre el valor pagado por Neymar (y reducirlo a un título engañoso, que todo lo dirime con un a favor o en contra cuando su razonamiento, si bien breve, apela a cierta complejidad, al plantear que “Hay una manera de interpretar los episodios económicos que indica que lo que se paga por algo debe interpretarse por lo que genera o por lo que produce; según esa lógica Neymar no es caro. Después hay otro tipo de comparaciones que involucran necesidades colectivas, sociales, a las que es muy fácil recurrir para condenar estas inversiones. Seguramente habrá otros aspectos de la economía que deberían responsabilizarse de estas injusticias que se producen y que el futbol, entre comillas, debería evitar”).

También interesa rescatar que Bielsa había anticipado que el lateral adquirido por el Manchester City, Benjamín Mendi, sería uno de los mejores en su puesto, cuando en esa misma conversación con sus jugadores le había dicho a Mendi y a todos los demás, qué le demandaría ser el mejor del mundo en el fútbol profesional y a esos futbolistas en las antípodas de atravesar apremios económicos les dijo que “ustedes pagarían todo lo que tienen por comprar tiempo” eso que se lleva la alta competencia cuando les exige una vida distinta.

Pero Bielsa tiene temas sobre los que persiste y cuya reproducción y consecuente admiración que despierta es inversamente proporcional a las conductas y lógicas de quienes niegan o ignoran formar parte de otras feligresías. Porque es Bielsa el que dice “El mundo del fútbol se parece cada vez menos al público y cada vez más al del empresario…como el mundo es de los empresarios nos tratan en función de la productividad que somos capaces de proporcionar. Pero el fútbol tiene otras formas: porque si usted no premia un  proceso que obtuvo menos de lo que mereció, no hay mucho riesgo; pero si usted premia un proceso que obtuvo más de lo que mereció, sí hay mucho riesgo. El mensaje debería ser, en el mundo del fútbol, premiemos lo que se obtiene merecidamente y con recursos lícitos”.

Un Loco que sostiene que “la verdad debe de ser dicha -cuando se conduce- si el efecto que provoca al decirlo  mejora al colectivo no si mejora a quien lo dice;  yo digo mucho menos cosas de las que sé y hay un montón de verdades que no expreso, justamente porque uno solamente tiene que decirlo no para que lo que diga mejore su propia imagen, sino porque eso que se dice responde a los intereses del colectivo: lo que dije es cierto y yo cuando lo dije no mejoré las necesidades e intenciones de todos”.

El fútbol contado y mostrado en los medios reniega del reconocimiento hacia el que no gana y cree que la verdad que se construye con la lógica de esos medios está por encima de preguntarse si publicar que Centurión estuvo en un boliche ayuda a mejorar a Centurión o sólo provoca réditos para la imagen de quien lo dice, fundamentalmente frente a sus patrones.

Pero Bielsa también enfatiza que “soy un enamorado de la gambeta, que es la estrella del fútbol, una gambeta me cambia toda la situación del juego”, o expresa el más cálido y pasional reconocimiento por Cruyff y Pep Guardiola al reivindicar el concepto de “defender corriendo hacia adelante” y lo puede hacer delante de una pantalla, con los recursos más avanzados con que se cuenta hoy, analizando todos los matices del juego como lo hacía Carlos Peucelle, apelando a precarios dibujos, en Fútbol Todotiempo, un libro que además cuenta la historia de La Máquina, aquella perenne delantera de River que revolucionó el fútbol (“revolucionar el fútbol siempre pasa por los aspectos creativos y ofensivos nunca por los defensivos”, enfatizó, pocas veces más acertado este verbo, el propio Bielsa a en un encuentro de ex futbolistas, técnicos y “especialistas” realizado en Holanda).

“Memorizar es lo peor que se le puede pedir a un jugador”, explicaba Bielsa respecto de su función. “Al jugador hay que enseñarle (aquellos aspectos que no domina del juego) y dejar que el mensaje lo vuelque en su interior y que a ese mensaje lo convoque la jugada. Por eso memorizar es lo peor, porque sino uno busca la jugada para hacer lo que uno sabe hacer en vez de atender que la jugada reclama algún saber que quedó dando vueltas porque me lo enseñaron” amplió el “tóxico” Bielsa, como él se definió.

Como lo dijo Bielsa en esa conferencia de Holanda, “no hay nada de lo que vaya a explicar que sea mío, sólo mío, porque yo me la pasé copiando a otros, a los que entendía que más sabían” y dando una clase magistral (y aburrida como él la definió, a partir de su opción por abarcar tantos aspectos del juego, buscando la precisión y el detalle, a la altura de participantes como Xavi, Puyol, De Boer, la Brujita Verón ) confundió aún más a hipócritas y “principistas”, que tienden a no advertir donde está lo esencial y donde lo aleatorio, cuál es mi idea y con qué instrumentos la defiendo para que tengan valor en esta época -con predominio abrumador de la imagen y que invita todo el tiempo a distraer la atención- sin perder su esencia.

Los medios usan a Bielsa, y él lo sabe, porque no está mal que algunas cuestiones se verbalicen, y que quien lo haga tenga una autoridad creíble, legitimada para ser elogiada desde un estudio de televisión o desde una casa, pero que está imposibilitada de convertirse en una guía para que otros muchos puedan avanzar en el sentido de sus pensamientos, porque los empresarios que Bielsa señala –aunque use el ejemplo del fútbol- van en dirección contraria a eso y porque esa visión de Bielsa no se vincula con procesos colectivos a la altura de la confrontación que plantea el pensamiento del técnico rosarino. Es como si Bielsa le hablara a todos menos a los que elaboran las programaciones, contenidos y formas en esos medios.

Quienes lo “reivindican” no logran despegar de esa lógica mediática porque la practican, la consumen y cuando les cae, en algunos casos, la ficha del sentirse “usado”, el flamante desprecio desalienta cualquier intento que dé respuesta positiva a aquella pregunta de Bielsa de por qué lo permitimos. Es decir: cuándo se forma parte de esa lógica –en la que la veneración a Bielsa actúa  como salvoconducto de un supuesto compromiso con las causas nobles- se apela a la necesidad legítima de conservar el espacio profesional, donde, eso sí, se sigue sumando en beneficio de los que reproducen los intereses dominantes en materia comunicacional (hablamos del entretenimiento como industria y del fútbol como nave insignia) y cuando esa dependencia desaparece ya es tarde para emprender otro camino.

Por fuera de esa lógica, la trayectoria de Bielsa empezó a computar elogios sinceros y críticas favorables de aquellos que valoran el compromiso y el conocimiento, que pueden no acordar con ciertas prácticas y obsesiones, o con aspectos del estilo, que no afectan coincidencias centrales acerca del juego e incluso de las condiciones económicas, políticas, sociales en que se mueve el fútbol.

Aunque haya recogido afectos fuertes y duraderos en su Rosario, en Chile, tal vez en Bilbao, para ese hombre del que se hablará cada vez más en las próximas semanas y meses –en un nivel de exposición que le produce  fastidio- la palabra con la que se siente más cómodo es respeto, desde donde intenta no subordinarse a ninguna cadena de conveniencias ajenas a los beneficios colectivos. Para algunos corresponderse con ese respeto que demanda Bielsa sería una ímproba tarea de llevar a cero la distancia entre lo que se dice y lo que se hace; para otros alcanzaría con que midan sus palabras y aprendan a captar las ideas esenciales y genuinas que produjo el fútbol como juego desde siempre y cómo se las defiende en este siglo.

(*) Miembro de conducción de la UTPBA.

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