11 mayo, 2018

César Vallejo: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave”

A partir de este sembrador se inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula articulación verbal. –Antenor Orrego-

La vida de un individuo o de un país exige, para ser comprendida, puntos de vista dialécticos, criterios en movimiento. La trascendencia de un hecho reside menos en lo que él representa en un momento dado, que en lo que él representa como un potencial de otros hechos por venir. -César Vallejo- (1937)

Por Leticia Amato (*).- En el discurso que brinda para el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, celebrado en Barcelona, en 1937, Cesar Vallejo plantea que: Para nosotros los escritores revolucionarios, un hombre culto es el que contribuye individual y socialmente al desarrollo de la colectividad en un terreno libre, de concordia, de armonía y justicia por el progreso común e individual. Y agrega luego: Los responsables de lo que sucede en este mundo somos los escritores, porque tenemos el arma más formidable, que es el verbo. Arquímedes dijo: “Dadme un punto de apoyo, la palabra justa y el asunto justo, y moveré el mundo”; a nosotros, que poseemos ese punto de apoyo, nuestra pluma, nos toca pues, mover el mundo con esta arma.

César Vallejo fue el menor de once hermanos; nació un día de marzo de 1892, en Santiago de Chuco, Perú; creó la célula peruana del Partido Socialista en París; no ganó un Premio Nobel y es uno de los más grandes poetas de la lengua española.

Su obra poética fue poco prolífica en términos de cantidad, publicó apenas tres libros de poesía: Los heraldos Negros, 1918; Trilce, 1922; España, aleja de mí ese cáliz, 1937 y Poemas humanos, editado en 1939 luego de su muerte, sin embargo, no hizo falta más para ubicar su original forma de conjura y ruptura del lenguaje en el cenit de la poesía vanguardista. Tiempo después encontraríamos similares búsquedas del uso del lenguaje en poetas como Huidobro o James Joyce.

Además de poeta, Vallejo se dedicó para sobrevivir, como tantos otros célebres escritores, al periodismo. Alejado de Perú a causa de un juicio capcioso y maniatado que lo había llevado unos meses a la cárcel y que le prometía nuevas estadías en prisión, con escasos recursos económicos, en 1923 se muda a París desde donde, gracias a sus conocimientos en el campo de las artes, la política y la economía, se desempeña como cronista para el diario El Norte de Trujillo, y las revistas L’Amérique Latine de París, España de Madrid y Alfar de La Coruña y en las revistas limeña Mundial y Variedades. Winston Orillo en su trabajo Cesar Vallejo: Periodista paradigmático, recopila y analiza algunas de sus memorables crónicas como, por ejemplo, aquella que realiza a cuento de la pérdida, en el Polo Norte, del gran explorador noruego Roald Amudsen: Habrá sufrido una caída y las focas melancólicas llorarán junto a sus restos de héroe… Fueron de todas partes en su socorro. Y en una tarde gris volvió el explorador, por vía marítima. No le había sucedido nada. Mejor dicho, le había sucedido la tragedia de no sucederle nada. O la increíble descripción que elabora sobre la performance de una serie de bailarinas de primer nivel: Isadora Duncan fue sobre la escena musa, walkiria, ninfa, santa, medusa, bruja, fantasma, vapor de agua, humareda de sangre antigua y moderna. Ana Pavlova va a las flores y a las aves por amor de la pechuga del paráclita y del peciolo que ama al Sol. Aquella genial Tórtola Valencia, que murió (?) de locura en un teatro de La Habana o que se ha convertido en ojerosa piedra de río en algún país sagrado, bailaba arqueológicamente, columna a columna, crótalo a crótalo, símbolo a símbolo, al amor de su poderoso vientre sacerdotal semidescubierto por el manto de Iris.

Contemporáneo y amigo del escritor, también peruano, José Carlos Mariátegui, de quien fue, además,  compañero de militancia en el Partido Socialista Peruano fundado por Mariátegui, César Vallejo desarrolló una incesante capacidad de análisis científico de la realidad al cobijo de las categorías que le brindó el estudio del sistema de pensamiento marxista. En este sentido, Vallejo se reconoce a sí mismo como un trabajador, en tal caso de la palabra, un combatiente a favor de las causas justas de la humanidad cuya arma, poderosa, fue la escritura. En el poeta socialista, el poema socialista deja de ser un trance externo, provocado y pasajero de militantes de un credo político, para convertirse en una función natural, permanente y simplemente humana de la sensibilidad. El poeta socialista no ha de ser tal solamente en el momento de escribir un poema, sino en todos sus actos, grandes y pequeños, internos y visibles, conscientes y subconscientes y hasta cuando duerme y cuando se equivoca o se traiciona.

El poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán, lo define así: “Vallejo es un salvoconducto ético, en el sentido de llevar la coherencia hasta donde uno pueda; es un modo de enfrentar el mundo a través de la palabra que compromete”.

Se trata de un escritor que supo combinar como pocos una brillantez suprema respecto a la estética poético-narrativa de sus textos junto con una ética revolucionaria a la que nunca renunció, ni en la teoría ni en la práctica. De alguna manera, Vallejo zanja, tal vez sin proponérselo, aquella añeja discusión dicotómica alrededor de si en el arte debe primar la forma o, por el contrario, el contenido. Vallejo hace un ejercicio dialéctico de la literatura en el que ética y estética son las dos caras de una misma luna.

(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA e integrante de la Secretaría de la Juventud de la FELAP.

 

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