Por Carlos Véjar Pérez-Rubio (*), desde Ciudad de México.- Los daños en el medio ambiente que producen la industrialización sin control y los gases de efecto invernadero, los transgénicos en la agricultura y la fracturación hidráulica —el fracking— para la extracción de gas y petróleo del subsuelo, son muy cuantiosos.

La biodiversidad se pierde a un ritmo acelerado, poniendo en jaque las posibilidades de la humanidad para adaptarse a las condiciones sociales, económicas y ecológicas que le plantea la realidad de nuestro tiempo, como son el crecimiento demográfico —más de siete mil millones de habitantes—, la urbanización acelerada —52% de la población mundial vive hacinada en ciudades— y el cambio climático, a lo que habría que agregar la desigualdad social y la pobreza que aqueja a un tercio de dicha población.

El capitalismo salvaje impone sus leyes. Y aquí están los resultados.

Es un hecho, la furia de la naturaleza se ha dejado sentir con fuerza inusitada a lo largo y ancho del globo terráqueo en los últimos años: terremotos, erupciones volcánicas, huracanes, tornados, tsunamis, inundaciones, sequías, incendios y otros acontecimientos dramáticos han puesto a prueba al género humano. Las pérdidas de vidas y recursos naturales son inconmensurables, así como el impacto en la economía y en la moral de los pueblos. Y ahora estalla inesperadamente la pandemia del coronavirus, el COVID-19.

El filósofo costarricense Arnoldo Mora escribía en días pasados en la revista Con Nuestra América lo siguiente: “En el fondo, lo que hoy vivimos es un cuestionamiento del rumbo que ha tomado la humanidad desde los inicios de la modernidad. Eso me induce a recordar  los aciagos tiempos de las pestes que asolaron Europa a finales de la Edad Media e inicios de la Modernidad.”

En efecto, es un hecho que desde hace meses millones de seres humanos sobrevivimos en una cuarentena que en muchos casos tiende a convertirse en una especie de estado de excepción, dadas las estrategias a las que muchos estados nacionales están recurriendo para enfrentar un virus no muy mortífero, pero sí propenso a propagarse a nivel mundial. En estos primeros meses del año se han modificado significativamente comportamientos, pensamientos y sentimientos de la humanidad toda. La crisis global provocada por esta pandemia es evidente. E inédita. Cambios profundos se avizoran.

El reconocimiento que debemos hacer hoy a la entrega y profesionalismo del personal del sector salud ―médicos, enfermeras y auxiliares― que está asistiendo a todos aquellos contagiados por el COVID 19, en las más diversas latitudes, nos hace recordar  a los eminentes científicos que contribuyeron en su momento al combate de las epidemias y males que acosaban entonces a la humanidad, como Louis Pasteur en Francia, padre de la microbiología moderna y descubridor de la vacuna contra la rabia, entre muchas otras cosas; y Carlos J. Finlay, médico cubano, quien descubrió el vector biológico para la erradicación de la fiebre amarilla transmitida por el mosquito Aedes aegypti, la cual cobraba innumerables vidas en las zonas tropicales, incluidas las de Nuestra América, como Panamá, en donde el canal interoceánico estaba en plena construcción en ese tiempo.

Nuestro reconocimiento también a ellos y a tantos otros científicos que han luchado a lo largo de la historia por proporcionar a los seres humanos los beneficios de la salud.

(*) Periodista. Director de la Revista Archipiélago, y Miembro asociado de la Federación Latinoamericana de Periodistas -FELAP.