24 agosto, 2016

Dónde está lo que no veo

Por Sergio Elguezabal (*).- Coincido con todos aquellos que creen en la frondosa capacidad que tiene la especie para recapacitar y cambiar. Y voy muy de acuerdo con la urgente necesidad de ampliar los estados de conciencia para ver todo con un porte bien diferente al prisma de hoy.

El universo que se nos presenta es ilimitado y grandiosos los desafíos. Pero siempre que transito esos caminos me obligo a estacionarme en la cuadra donde vivo. Reconocer los árboles de la vereda, mi porción de sol y la fisonomía de los vecinos. Es mi poner los pies en la tierra para indagar sobre lo cercano, lo que forma parte de la diaria y no vemos o no queremos ver. Los residuos que generamos, su tratamiento y disposición final es una conversación que estará entre nosotros (en la ciudad del mundo donde vivamos) con la frecuencia que se cuela en nuestras conversaciones el estado del tiempo.

1Habrán visto que hay una parte de la recolección que es mecanizada. Un camión de última generación se acerca al contenedor, despliega sus brazos automáticos, levanta la carga y la vuelca como si fuese una pluma en la caja del camión. De ahí derechito a los rellenos sanitarios, para enterramiento de aquella basura que decidimos no reciclar. Y después está la recolección con tracción a sangre que no incorpora mayor tecnología que la inventada hace 5.000 años: la rueda. La rueda de los carros tirados por muchachos con venas y musculatura prominentes que no resultan de la barra del gimnasio sino de la vara de los carros, que son como los que se usaban en el campo para trasladar los fardos o sacar las bolsas de maíz cuando la faena se hacía todita a mano y se empujaba el arado, también inventado hace 5.000 años. 

Como los jornaleros de hace dos siglos en el campo, hoy los recicladores urbanos levantan el plástico y el cartón desde las puertas de las casas. Y los llevan a un camión desvencijado y sin luces que los espera en la esquina de la plaza o cerca de una estación de tren. Porque hay recolección mecanizada para la basura que se comprime en los rellenos sanitarios, pero no para los residuos que se reutilizarán. Las decisiones políticas que les dan sustento a cada una de las operatorias hablan claramente de las prioridades, quiénes resultan beneficiados y qué sectores más perjudicados.

En el trajín, ¿apreciamos esas diferencias? ¿Creemos que es lo adecuado, que así 2debiera ser? ¿Nos importa? ¿O no nos importa nada que en una parte del circuito de reciclado de la basura que generamos intervengan hombres y mujeres, a veces con sus chicos sobre el lomo, trajinando la ciudad donde vivimos con frío, lluvia y calor hasta la madrugada? ¿Sabemos a dónde vuelven los recicladores urbanos? ¿Cómo viven? ¿De qué naturaleza son las cooperativas que conforman? ¿Quiénes les compran, cuánto les pagan? No sabemos nada. Porque no nos importa nada, en tanto artífices de la cultura del descarte. Descartamos los objetos, sobrantes de la comida que consumimos, medicamentos vencidos, ropa de todo tipo, pero también descartamos a las personas que creemos no representan nuestra condición. Descartamos a los más vulnerables, a los que no tienen trabajo, a los pobres, a los excluidos y a los explotados en general.

3En la cosecha de la yerba mate misionera intervienen desde hace décadas niños y niñas descalzos. En los talleres de costura clandestinos que las grandes marcas tienen en la ciudad donde vivís trabajan con régimen de esclavitud mujeres jóvenes con sus hijos a cuestas, embarazadas con sus hijos en la panza y algunos hombres sin sus hijos y con dolor de panza.

También en Buenos Aires, Rosario o La Plata, en cualquier pueblo de provincia, convivís con mujeres de todas las edades explotadas sexualmente. Son todos esclavos, naturalizados bajo distintas denominaciones más o menos aceptadas por los códigos de la modernidad: las mujeres que dan placer, la familia cosechera, los recicladores urbanos. Modos aceptables de silenciar for4mas de trabajo que resultan vejatorias para las personas.

No hay datos certeros de la verdadera magnitud de todos estos fenómenos juntos, pero sí sabemos que son muchos los humillados.

Qué extraño que no podamos ver.

Un hombre tirando de un carro, una mujer maltratada, un niño en la calle.

Una mujer en la calle, un niño podando la yerba a la vera del pueblo, un hombre volviendo de estar aislado en medio del campo tras la cosecha de arándanos.

Un niño o niña obligados a prostituirse, un hombre sin nombre, una mujer encarcelada en un sótano de Flores anudando géneros para las casas de alta costura.

 

(*) Periodista, editor de radio y tv. Conferencista en tema de comunicación, ambiente y sustentabilidad.http://sergioelguezabal.com/

Fuente: https://medium.com/@ vascoverde/d%C3%B3nde-est%C3% A1-lo-que-no-veo-daefa2470bd#. gpx2uwgpr

 

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