8 marzo, 2020

El voraz hambre de vivir

Por Ana Villarreal (*).- Las ‘blokádnitsy’ -las bloqueadas- del sitio de Leningrado no llegaban de la nada. La revolución socialista era más que un hecho, desde 1917. Ante el cerco criminal del fascismo, cientos de miles de mujeres soviéticas signaron una de las epopeyas más conmovedoras de la historia del siglo XX.

La ciudad, hoy San Petersburgo, sufrió el asedio del régimen hitleriano desde setiembre de 1941 hasta enero de 1944. En los casi 900 días del sitio, las mujeres leningradenses tuvieron protagonismo en la escena política y militar de la guerra, asumiendo todas las responsabilidades públicas como privadas. Es así que, la participación femenina pasó de ser del 47 por ciento en 1940, al 90 por ciento en 1941, a sólo tres meses del inicio del asedio.

En tanto los hombres menores a 55 años no estaban en la ciudad, convocados a los diferentes frentes de combate, ellas organizaron la defensa ante los ataques aéreos del enemigo.  Trabajaron en los socavones de las minas de carbón, construyeron trincheras, carreteras alternativas y fortificaciones, emplazamientos de ametralladoras, refugios y trampas para tanques. Manejaban camiones, fabricaban municiones y se alistaban en las milicias populares.

Mientras duró el ataque fueron lanzados sobre Leningrado 150 mil proyectiles y 107 mil bombas. De los casi 3 millones de habitantes, se calcula la pérdida de la vida de 1 millón y medio de personas, víctimas de los bombardeos y del hambre que alcanzó a toda la población de la ciudad sitiada.

Los testimonios de muchas sobrevivientes son un registro punzante de aquellos días. “Acá la gente se arrastra rugiendo, retorciéndose, la sangre espuma la tierra” reza uno de los poemas de la escritora y periodista Olga Bergholz, quien transmitía su programa de radio en Leningrado, durante el asedio.

Mientras el hambre flaqueaba los cuerpos y muchos hallaban la muerte congelados en temperaturas que alcanzaban los 30 grados bajo cero, los hospitales, las escuelas, las muestras de arte no dejaban de funcionar. Se da cuenta en los registros históricos que la biblioteca no cerró nunca en Leningrado durante el sitio.

“Aquel invierno, -dice Olga Bergholz en otra de sus obras- la muerte nos miró directamente a los ojos. Y nos miró mucho tiempo sin pestañear…Pero quienes nos enviaron tanta muerte cometieron un error de cálculo. Subestimaron nuestra voraz hambre de vivir”.

(*) Periodista. Miembro de Conducción de UTPBA.

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