12 mayo, 2020

“Entre Eros y Tánatos… Virus y Comunicación”

Por Alejandra Gaudio (*).- En el contexto de la pandemia-dominación por covid-19 ¿De qué nos contagiamos? En un sentido, de ver lo propio y la otredad como salud y cuidado (preservar la vida, la “zoe”, la vida desnuda, por encontrarse ahora, vulnerable y desprotegida), y en otro, se nos hace visible ese enemigo, el extranjero, el matador, aquel que puede infectarnos.

Los efectos bio-psico-sociales que provoca la irrupción mundial del covid-19 son terroríficos, traumáticos, dilemáticos y de una gran rareza. Discursos esquizofrénicos colaboran en potenciar el impacto, que no sólo dañan el psiquismo con angustias, soledades y tristezas, sino con incremento de furias y de odios.

¿Vivimos un Estado de excepción que suspende cualquier norma, paralizando garantías constitucionales, dentro de la legalidad, para preservar la vida transitando episodios de aislamiento social, preventivo y obligatorio? O ¿vivimos en un Estado de Alarma permanente frente a la alteración de la supuesta “normalidad” que las sociedades adquieren como tal?

Quizás, si modificáramos la E x e en Estados Pandémicos, otras serían las discusiones. Resulta irónico y diría que roza un oxímoron, que un Estado de excepción o de permanente Alarma, garantice la vida en algunos países, mientras que en otros, como Brasil, Estados Unidos, Italia, España, Ecuador, etc. la libertad conduzca a la muerte.

Emanan rostros enmascarados de transparencia plástica, barbijos y tapabocas, que parecieran alejar los límites de la proximidad. Miradas ocultas y sorprendidas, respiración húmeda y atrapada, silencios. El miedo ya no es solo miedo, es pánico, es ansiedad persecutoria, es terror. La sociedad cambia y disemina sus estados; la comunidad se organiza y preside protocolos de pertenencia y protección.

¿Qué otras vivencias psicológicas provoca la sombra del virus y del aislamiento? Somos seres gregarios, de filogénesis social, la soledad lastima, el encierro perturba. Brota el aburrimiento, su etimología habla por sí mismo, proviene del latín “aborrere” y significa frenar el horror.

¿Qué horror? La angustia sin nombre, la muerte. Y el aburrimiento, sobre todo en tiempos de reclusión, se presenta como momentos de tedio, de hastío, de pequeñas muertes, que podrían ser vividas como los seres en cautiverio, es la línea recta y sin matices y con grandes probabilidades de generar conductas autodestructivas y de violencia.

¿Y el hacer? La necesidad de una híper-productividad en cuarentena, se presenta como otro síntoma, en un sistema capitalista en el que hemos aprendido a reproducir sin preguntarnos, a generar sin interpelarnos, que tal vez, hayamos sobrevaluado la trilogía trabajo-empleo-productividad. Vivimos en la era del sujeto del rendimiento, según el filósofo coreano Byung – Chul Han, en la sociedad del cansancio, nos explotamos a nosotros mismos, más “producimos”, más “somos”.

Nos forjamos como sujetos en quienes las huellas de lo social, imprime en el psiquismo la marca de ser – seres – cognoscentes  – deseantes y productores, a cualquier precio. Nuestra subjetividad se desnuda frente a la nada, se cosifica y creemos que construimos cierta identidad cuando en realidad, la estamos comprando. La falta de contacto con el “otro”, ese gran otro de la cultura, del lenguaje, entumece nuestros actos y es allí donde la vara de la exigencia decae y suma otro síntoma, la impotencia.

El aislamiento nos priva de la imagen del otro que refracta en mí cierta concordia, co-pertenencia, aprobación y reconocimiento. Emerge la culpa por el insomnio, por andar a la deriva del tiempo, por el desgano y el desánimo, sin permitirnos la claridad de mutar culpa por responsabilidad.

¿De qué? De mantenernos sanos, vivos y a la espera del amor. Entonces realizamos esfuerzos físicos, mentales y hasta espirituales, que hacen que estemos continuamente híper e interconectados en las redes sociales, tutoriales de YouTube, programas periodísticos, noticieros y de farándula, radios, Tv, como si cada uno de ellos mágicamente inyectara la motivación que el aislamiento deslizó hacia algún lugar desconocido.

Síntomas de pena y extrañeza se mezclan en nuestros comportamientos. ¿La vida será como antes de la pandemia? ¿Volveremos a ver a los afectos? Incertidumbre y aporía, verlos sería una gran posibilidad de enfermarlos y no verlos también. La fantasía de lo infinito de la exigencia se nos muestra contingente y golpeando lo real. Nuestro cuerpo. Pero no alcanza.

La tecnología se vuelve nuestra enemiga o nuestra aliada. Los medios masivos de comunicación y en su mayoría de tinte neoliberal, hostilizan nuestro cotidiano, de manera impune y hasta demoníaca, porque aprovechan la invasión del covid-19 y la fragilidad humana, para establecer falsas dicotomías (salud versus economía; cuarentena versus libertad; cuidados proteccionistas versus reclutamiento y agobio; identificación de focos de contagio versus liberación indiscriminada de presos; entre otras).

Operaciones mediáticas y políticas que no descansan y que mundialmente siguen agazapadas a la sombra de la desesperación. La lluvia de las fake news que generan orillas de perplejidad para algunos, potenciamiento de odios para otros, pero fundamentalmente, lo que logran es aumentar los niveles de miedo, el cúmulo de ansiedad, la desesperanza y el agotamiento.

Como diría otro filósofo, Maurizio Lazzarato, “el capital odia a todo el mundo”.

“La vida puesta en juego, ya no es la de la población sino la vida política de la maquinaria capitalista y de las elites que producen a través de ella la subjetivación (…)”. Cruelmente y de manera perversa el capital, aún en medio de una pandemia que descobija nuestra vulnerabilidad volviéndonos más débiles frente a la inmediatez del riesgo y la finitud, nos arrebata salud, vivienda, educación, y nos sigue sumergiendo en un mundo que aumenta la desigualdad y que favorece la concentración de riquezas.

Cambia la vida la pandemia. El resto… no. Argentina, como un pequeño punto geopolítico, se enfrenta a las fauces del gigante y para combatirlo, no sólo busca y espera una vacuna. Entre Eros y Tanatos, entre pulsión de vida y pulsión de muerte, países como el nuestro deciden políticamente aplicar el principio de no-maleficencia, el de no provocar daño, hacer “el mal menor”.

Las naciones pueden levantarse post crisis, post guerras, post pandemias, trabajando y con sus comunidades organizadas (capítulo aparte el concepto de empleo) pero no pueden hacerlo tropezando con sus muertos. Política y orden. Noticias falsas y miedo.

¿Qué reflexiones nos permite la pandemia por Covid-19?  Por ahora, ofrecer bravura a lo inseguro, prudencia a lo inexperto y audacia a lo fóbico. Resulta atinado recordar la frase de Tenese Wilians: “Siempre agradeceré la benevolencia de los desconocidos”.

Lazos de solidaridad. Comunidad proviene del latín “communitas” y significa cualidad común, conjunto de personas que viven juntas, que tienen los mismos intereses, o que viven bajo las mismas reglas (…)

(*) Licenciada en Psicología. Psicoanalista. Diplomada en Comunicación Comunitaria. Comunicadora.

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