24 noviembre, 2017

Guerra en Yemen: Ojos bien cerrados

“Soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno”, Terencio, 165 a. c

Por Leticia Amato (*).- La imagen revela, al fondo, un pizarrón verde, descascarado, las paredes se encuentran derruidas y sobre el suelo, dispersos erráticamente, hay algunos almohadones, el espacio del aula es amplio pero está completamente vacío. Esta foto retrata, apenas, la destrucción del Estado y sus instituciones.

Cuando la cortina de humo espeso, oscuro, tal vez maloliente, comienza a disiparse, el desastre con todo su siniestro peso se presenta ante nuestros ojos. Esta vez, la fotografía muestra cadáveres asomando entre escombros, órganos humanos escindidos de sus cuerpos, muecas de alaridos y llantos de dolor causados por una explosión.

Allí, donde las palabras parecen convertirse en eufemismos de sí mismas, se hallan las fotografías que -desde el comienzo del asedio bélico-militar al que se ha sumido a Yemen por parte de Arabia Saudí y sus aliados- ponen frente a nuestros ojos el horror de lo indecible.

La República de Yemen es un país de más de 27 millones y medio de habitantes. Limita al norte con Arabia Saudita, al este con Omán, por el oeste lo rodea el Mar Rojo y hacia el sur el Estrecho de Adén lo separa del continente africano. Si bien Yemen es el país más pobre de su región en términos económicos, se considera un territorio geoestratégico debido a su ubicación, situado en un paso comercial clave para los barcos cargados de petróleo provenientes de los países del Golfo Pérsico.

La guerra en Yemen comenzó hace dos años y ocho meses, el 15 de marzo de 2015, cuando la coalición militar encabezada por Arabia Saudí y conformada por Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Kuwait, Qatar y Sudán, atacó desde el aire al, por entonces, gobierno yemení. Desde aquel momento hasta el día de la fecha, los bombardeos continúan perpetrándose de manera sistemática sobre objetivos civiles, destrozando los cuerpos de la gente, las casas, los hospitales, los mercados, las mezquitas, las escuelas.

Aunque el verdadero y cabal desastre no es mensurable, según cifras recogidas por Amnistía Internacional, la guerra en Yemen se ha cobrado a la fecha más de 4.600 vidas, y el número continúa ascendiendo. Una tercera parte de la cantidad de muertos corresponde a niños.

En Yemen no hay agua potable, ya que los constantes ataques aéreos sobre la población civil arrasaron la infraestructura sanitaria.

Por este motivo, el país atraviesa hoy uno de los brotes de cólera más grandes de la historia de la humanidad. Se llevan registrados cerca de 540.000 casos y 2.000 muertes.

La posibilidad de acceder a asistencia médica o medicamentos es inexistente producto de la ruina total y parcial de caminos, rutas, hospitales y centros de asistencia.

Los alimentos son extremadamente escasos dado el bloqueo impuesto por Arabia Saudita. Millones de niños yemeníes están al borde de la hambruna. Además de estar librando una batalla diaria, despiadada, en absoluta desventaja por la supervivencia, la nueva y devastadora condición de muchos de ellos es la orfandad.

Cabe preguntarse, ¿por qué la comunidad internacional permanece ajena, inactiva y silenciosa frente a tamañas atrocidades?

Mientras, por un lado, EE.UU y el Reino Unido firman tratados de no proliferación de armas, por el otro, en Yemen se descubren a diario evidencias de que las armas con las que se masacra al pueblo yemení son, en su mayoría, de procedencia norteamericana y británica. Las delegaciones de Reino Unido y Estados Unidos se disponían a asistir a la Segunda Conferencia de los Estados Partes en el Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA), en Ginebra. El TCA prohíbe las transferencias de armas cuando se sepa que se pueden utilizar para cometer crímenes de guerra: por ejemplo, en ataques indiscriminados o directos contra civiles. (Amnistía Internacional, 2016)

Mientras, por un lado, la ONU declara a Yemen en estado de catástrofe humanitaria, por el otro, varios de los países que integran esa misma organización mundial son los principales proveedores de armas a Arabia Saudita. Estados Unidos, Reino Unido, Francia, España, Canadá y Turquía han declarado transferencias de armas a Arabia Saudí —incluidos drones, bombas, torpedos, cohetes y misiles— por valor de cerca de 5.900 millones de dólares estadounidenses entre 2015 y 2016 (Amnistía Internacional, 2016). Por otra parte, se identificaron restos de bombas que parecen haber sido fabricadas en Estados Unidos o Reino Unido. Esto coincide con lo que sabemos sobre la proliferación de exportaciones de armas por parte de estos países a Arabia Saudí y otros miembros de su coalición militar (Amnistía Internacional, 2017).

Mientras tres mil yemeníes buscan desesperadamente salir de lo que queda de su país, Donald Trump prohíbe el ingreso a territorio norteamericano de refugiados de ese país.

La hipocresía de las grandes potencias mundiales, como EE.UU. y el Reino Unido, son la cara invisible pero protagónica de esta pesadilla a la que nadie debería poder acostumbrarse.

(*) Periodista. Integrante de la Secretaría de Juventud y Nuevas Tecnologías de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).

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