2 agosto, 2018

La conducción política. Platón nos da una lección

Por Guido Fernández Parmo (*).- Nuestra época se define por una ambigüedad, por una aparente contradicción, por la capacidad de mantener juntas dos características opuestas: la fragmentación y la unidad. ¿Cómo puede ser esto posible? El mundo actual desafía nuestras ideas y categorías de análisis. Tal vez porque una cosa son las categorías intelectuales y otra la realidad. La realidad no tiene por qué ser lógica, aunque pueda ser perversa.

Unidad

Lo que le da unidad a nuestra época es el capitalismo. Vivamos en Argentina, en Colombia, Francia o Tanzania, por todos lados encontramos la misma manera de organizar la economía. En todos los casos la misma forma de organizar cómo producimos todas las cosas que necesitamos para vivir. Más allá de innumerables diferencias, el trabajo se organiza siguiendo las mismas reglas (por ejemplo, que el sentido de la producción sea la ganancia económica, o que uno reciba un salario a cambio del trabajo).

Esta unidad se da tanto en el tiempo como en el espacio. El capitalismo es un sistema mundial que existe hace ya más de un siglo y medio. Esto quiere decir que hay una continuidad en el tiempo. Pero también hay una continuidad en el espacio, en la geografía. El capitalismo es un sistema mundial persistente que tiene a las economías nacionales como sus partes.

En tiempos en donde no se habla de otra cosa que de economía (y está bien que así sea), algunos parecen olvidar que los problemas económicos de nuestro país no se definen exclusivamente por los gobiernos de turno: sólo esto explica las continuidades estructurales que poseemos (modelo agro-exportador, pobreza, distribución de la propiedad, etc.).

Este capitalismo mundial, más allá de las particularidades temporales y espaciales, mantiene al menos dos elementos: la propiedad privada, que funciona como un principio de exclusión, es decir, como un muro que evita que algunos accedan a ciertos bienes (agua, petróleo, comida, patentes de medicamentos o salud); y la división de clases, que es producto de ese principio de exclusión (la clase propietaria y la trabajadora, con todas las particularidades temporales y espaciales, nacionales, culturales e históricas que existan).

Fragmentación

Al mismo tiempo, para ser Uno, el capitalismo necesita fragmentar a la realidad. La fragmentación es la manera en que se presenta el mundo: como un conjunto de cosas separadas, sin relación, cada una definida por sus particularidades, independientemente del resto. Como cuando creemos que la economía argentina se define con independencia de la economía de Colombia. Marx llamó a esto “fetichismo”: cuando la realidad se presenta como cosas hechas, sin entender que en el fondo hay un origen común que las relaciona a todas: la misma manera de producción económica.

En una época, esta fragmentación fue la de los Estados-nación. Y entonces se luchaba por la nacionalidad, pensando que los problemas eran problemas nacionales. La lucha, el enemigo, los objetivos, las utopías, se limitaban a los cercos de la Nación. Los trabajadores supieron, sin embargo, mantener el horizonte común de las luchas gracias a las distintas vertientes del socialismo. Más allá de la Nación estaba la Clase.

La Clase social era lo que daba unidad a todos los hombres y mujeres, era el punto de partida para un proyecto de vida diferente. Esto no quería decir que no se reconocieran otros puntos de apoyo para la construcción de una sociedad diferente, otras luchas indispensables: la raza, el género, la edad, etc. Podemos pensar en dos ejemplos fundamentales: la mujer en la Revolución Rusa y la negritud en los movimientos de liberación africanos. Los comunistas rusos, conducidos por Lenin, entendieron sin demasiada vuelta, que la mujer debía ocupar el mismo lugar que el varón: en la guerra, en la producción, en el matrimonio, en la decisión sobre el aborto, en el divorcio, etc. En el caso de los movimientos de liberación africanos, conducidos por las ideas de Fanon o Cesaire, los africanos entendieron que la lucha de clases era también una lucha en contra del blanco y por la igualdad racial. Había una injusticia que pesaba tanto como la económica: la de la raza.

¿Por qué la Clase era la única categoría que podía dar unidad a todas? Porque era, precisamente, una categoría que se desprendía de lo único que tenía carácter de unidad en todo el mundo: el capitalismo. El resto de las categorías, de las identidades, carecían, y carecen, de la potencia unificante y común que tiene la Clase. Varones, mujeres, jóvenes, ancianos, negros, indios, discapacitados, carpinteros, empleados, médicos, albañiles, trans, maestras, musulmanes, norteamericanos, católicas: lo único compartido es pertenecer a la clase trabajadora, a la clase excluida de los bienes necesarios para vivir dignamente.

Nuestro presente

Alrededor de los años 1980, el capitalismo logró una gran victoria al sofocar, con asesinatos, desapariciones, torturas, tanques y el dulce caramelo del entretenimiento, los proyectos que surgían de la Clase trabajadora.

Al quebrar a la Clase, empezó la época de la fragmentación. Porque lo que la Clase daba a las luchas de los pueblos era un principio de jerarquía, de orden jerárquico al resto de las reivindicaciones y luchas. La clase nos permitía hacer un orden de prioridades que se alineaban detrás de la Clase. La Clase era como una punta de lanza que abría el camino al resto de los reclamos.

Y entonces, ahora, las luchas tironean cada una para un lado distinto. Todas las luchas se han vuelto igualmente importantes: la de los trabajadores, los negros, las mujeres, los estudiantes, los inmigrantes ilegales, los inmigrantes ilegales americanos y la de los africanos, la de los ancianos, la de las víctimas de accidentes de tránsito y las de las víctimas de gatillo fácil, las ecológicas que defienden las vidas de las ballenas y las que defienden los derechos de los perros callejeros, etc.

Esta fue la gran victoria del capitalismo: ya no hay principio de jerarquización, ya no hay experiencia compartida. Las luchas particulares desgarran a la Lucha común que podía hacerle frente al único enemigo: el capitalismo.

La lección de Platón

El filósofo griego Platón decía, en su diálogo Fedro, que el alma era un carro tirado por dos caballos: “está en primer lugar el conductor que lleva las riendas de un tiro de dos caballos, y luego los caballos, entre los que tiene uno bello, bueno y de una raza tal, y otro de naturaleza y raza contrario de éste. De ahí que por necesidad sea difícil y adversa la conducción del carro”.

Esto nos enseña algo muy importante. Ante fuerzas opuestas, dispersas, con intereses propios, privados, es preciso que exista un conductor, alguien que pueda dar unidad a esas luchas y conducirlas hacia su utopía. Y, como dijimos, de entre todas las luchas, sólo la de la Clase tiene esa fuerza unificante y común. Esto quiere decir que sólo se puede conducir a Todos, y esto quiere decir luchar por todas esas causas particulares, cuando se conduce desde la Clase.

El nombre de esto es Socialismo.

En Homenaje al Comandante Chávez a días de su cumpleaños.

(*) Secretario de Deportes y Recreación de la UTPBA. Licenciando en filosofía y letras. Docente.

 

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