10 julio, 2018

¿Qué quiere decir que los medios construyen la realidad?: Parte IV

Por Guido Fernández Parmo (*).- En esta última parte de nuestras reflexiones sobre la construcción de la realidad que hacen los medios, vamos a pensar desde dónde se producen esas construcciones. Esto querrá decir que siempre tomamos una posición, ocupamos un lugar, miramos desde algún rincón a la realidad.

Esto es importante porque hace años que se ha cuestionado la idea de objetividad, pero sin embargo seguimos consumiendo la información y las noticias como si fueran la realidad misma, es decir, como si fueran objetivas. Vamos a proponer el concepto de “locus de enunciación” como un concepto que supera la oposición objetivo-subjetivo. Para un ampliación de estas ideas, se puede ver nuestra nota “¿Por qué somos comunicadores sociales?”.

 

Objetividad

La objetividad, en el saber, en la información o en la percepción, alude a la posibilidad de asumir el punto de vista del objeto. Digo que hago una descripción objetiva cuando hablo sobre alguna cualidad del objeto. Por el contrario, hago una descripción subjetiva, cuando hablo de cómo percibo al objeto, lo que me provoca o la manera en que se me presenta. De una descripción objetiva diríamos que es verdadera, acertada, fiel y que es exactamente una re-presentación de la realidad. Por el contrario, de una descripción subjetiva diríamos que es falsa, distorsionada, engañosa, y que no representa lo que es la realidad.

Como venimos diciendo en entregas anteriores, alcanzar el punto de vista del objeto es imposible por múltiples razones: por su complejidad, que me obliga a realizar recortes o selecciones; porque mi propia percepción de la realidad ya está definida por ideas y valores de la cultura que funcionan como anteojeras; y porque la realidad es cambiante, es decir, no siempre es la misma, se transforma históricamente.

Ahora bien, que no alcancemos la objetividad no quiere decir, necesariamente, que caigamos en su opuesto, lo subjetivo. No alcanzar la objetividad no nos condena a la falsedad o a la distorsión.

Entonces, ¿en qué lugar quedamos? ¿Qué queda tanto del saber como de la información si no es posible la objetividad? El concepto que nos permite entender esa posición, ni objetiva ni subjetiva, es el de locus de enunciación.

 

Locus de enunciación

“Locus” en latín quiere decir, entre otras cosas, lugar, sitio, posición, situación. Los discursos, los saberes o la información siempre están dichos desde una posición, desde una situación o lugar. No es posible no ocupar ningún lugar, hablar desde ningún lugar en particular. Esto es tan viejo como esa idea de que el hombre, lo que cada uno es, está siempre situado, es con su circunstancia o en el mundo. Todos conceptos filosóficos que aluden a que lo que somos, individual o colectivamente, es el producto de un conjunto de vectores sociales, el punto de entrecruzamiento de una multiplicidad de fuerzas históricas y culturales.

¿Desde qué lugares hablamos? Hablamos como varones, mujeres, trans; hablamos como jóvenes o ancianos; latinoamericanos o europeos; como miembros de la clase trabajadora o de la propietaria; como hablantes en el castellano o en el inglés; como blancos, indios o negros; como nativos, extranjeros o migrantes; etc., etc. Intente cada lector sacarse de encima esas variantes que lo constituyen. Imposible.

Hablamos y percibimos a la realidad siempre desde un locus de enunciación definido por el entrecruzamientos de esos vectores subjetivantes. Hablar desde ese lugar no es asumir una posición subjetiva porque esos lugares son en sí mismos objetivos, no dependen ni del individuo ni de razones personales. Lo que significa ser obrero, ser mujer o ser extranjero está definido social y culturalmente independientemente de los individuos.

Podemos recordar el ejemplo que dábamos en aquélla nota que citamos al principio de esta última entrega. En un Manual para la escuela primaria, se explicaban las ideas de lo público, lo común y lo civil. El texto, dirigido a niños y a niñas de unos 9 años, decía: “Cuando se rompe un caño de agua en tu casa, tu papá llama al plomero para arreglarlo”. Esta afirmación está dicha desde un lugar, esta dicha desde un locus o situación definida: por la posición de clase y la de género. Claramente el libro no estuvo escrito para hijos de plomeros, que no podrían identificarse con esa explicación nunca, sufriendo una exclusión más, discursiva, en su vida. Tampoco estuvo escrito para familias sin padre o donde la mujer es la que llama al plomero. Quien habla allí es un varón, de clase media o propietaria.

El problema no está en que se asuma esa posición, el problema está en que se piensa a esa posición particular como una posición universal, como si no ocupara un lugar. Insistimos, no hay falsedad ni distorsión en mirar a la realidad desde nuestro rincón, pero sí cuando hacemos de nuestra experiencia la medida de todas las cosas, cuando creemos que no hablamos desde ninguna posición. Cuando ocurre esto, nuestra mirada se vuelve corta, parcial. Por el contrario, asumir la posición nos puede permitir ver la totalidad… desde nuestra posición.

El filósofo alemán Hegel, en su famosa dialéctica del amo y del esclavo, decía que el esclavo tenía una ventaja sobre el amo. Mientras que este último sólo tenía su perspectiva, el esclavo tenía la del amo y la propia. Mientras que el amo sólo puede consumir lo que el esclavo le da, el esclavo puede además producir lo consumido. El esclavo tiene en sí mismo las dos perspectivas de la existencia: el consumo y la producción. La posición de amo es limitada, la de esclavo completa. Entonces, asumir la posición nos permite tener un punto de vista superior, más potente y completo.

Pero entonces el problema ya no se define por la verdad o falsedad del discurso o la información. El problema es un problema de poder, un problema político, un problema de cómo asumimos nuestras posiciones y de la superioridad de algunas posiciones.

 

La política es la apuesta

Las posiciones desde las que hablamos nunca están fijas, es decir, no son como un destino que nos obliga a estar en un lado o en otro. El locus de enunciación no es un piano que nos cae en la cabeza. Por el contrario, es una posición asumida, una elección. Permanentemente vemos periodistas-empleados asumir el punto de vista del patrón, defendiendo recortes en el Estado, despidos, proponiendo un crecimiento del país a costa de los que más sufren, defendiendo tarifazos que hunde al pueblo. Este cuento es más viejo que la escarapela: el trabajador que asume la posición de su amo, de su empleador, de su patrón. Esto nos muestra que la posición que asumimos, el lugar desde donde hablamos, es una elección.

Elijo asumir la posición de clase, elijo asumir la posición de género o raza que tengo. El género, tan discutido hoy en día, nos da un buen ejemplo de esto. Para el caso específico de la “mujer” (ya que habría otras tantas posiciones de género), decimos que la mujer es un locus de enunciación, una posición que uno asume, independientemente de que los individuos que hablan desde allí sean lo que socialmente se llama varones o mujeres. La verdad sobre la mujer no la tiene la mujer definida por la cultura patriarcal, sino esa posición construida colectivamente como otro lugar desde donde hablar, como nuevo locus de enunciación que adquiere una mirada más completa de lo real.

La política es asumir una posición diferente. La Historia nos da múltiples ejemplos. Friedrich Engels, que junto con Marx dieron la teoría y el conocimiento para todas las revoluciones del siglo XX, era hijo de un importante industrial textil de la ciudad de Manchester. Pero su saber, todos sus conocimientos sobre la realidad, estaban escritos desde la posición de la clase obrera que, en ese momento, era la única posición que podía ver todas. La posición de la clase obrera incluía la experiencia de ser un obrero, de sufrir, de trabajar, pero también el conocimiento de las razones de la riqueza del burgués, lo que significa mandar, decidir, etc. En este sentido, el punto de vista del obrero es superior al del patrón.

La política es una apuesta. Hay algunos que apuestan por el punto de vista del patrón. Otros que lo hacemos por el de los trabajadores.

¿Por qué la posición de la mujer es superior a la del varón, o la del obrero a la del patrón? No porque tengan una verdad en sí misma, no porque sean más verdaderas en el sentido de objetivas, sino porque incluyen a la de su opuesto, adversario o enemigo. La superioridad la tiene siempre el locus de enunciación: es la teoría de Marx y Engels, es el feminismo, pero nunca el obrero por ser obrero o la mujer por ser mujer. La superioridad de un locus de enunciación está definida, entre otras cosas, por su capacidad de incorporar los otros puntos de vista.

El trabajo del periodista y del comunicador es siempre un trabajo político. No existe locus de enunciación apolítico, objetivo, universal, neutral, desinteresado. Un lugar así sería un lugar en donde no existen desigualdades entre obreros y patrones, mujeres o varones, nativos o extranjeros, blancos o negros. Hacemos política porque asumimos nuestras posiciones, porque elegimos nuestros lugares desde donde mirar la realidad. Construir la realidad será, así, superarla, tansformarla, trascenderla. La política es el porvenir.

(*) Secretario de Cultura y Deportes de la UTPBA. Profesor en Filosofía y Letras.

 

Para seguir profundizando

 

Sobre los lugares de enunciación:

 

La dialéctica del amo y el esclavo:

 

Sobre el sujeto de la enunciación:

http://novedades.aahispanistas.org/wp-content/uploads/2017/05/1693-1700-Scarano.pdf

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