18 mayo, 2016

Rocío Aristimuño: La tierra al aire

Por Ana Villarreal (*).- Rocío Aristimuño es la expresión más “farruca” del flamenco en Argentina. Esa característica, que la incluye dentro de los rasgos distintivos del baile de la familia de los Farruco, según entendidos en el arte flamenco, también es una manera de emparentarla con el vigor y la sensibilidad de la legendaria Carmen Amaya. Su precisa rigurosidad artística es una manera adoptada también para la vida. Así lo demuestra su experiencia, parte de la cual expresa en esta edición con La Noctiluca.

“¿Cómo llegué al flamenco?”, comparte uno de los interrogantes: “A los cuatro años, me cuentan que un día, mientras mis padres tenían una reunión de teatro, mi padre, dramaturgo y director de teatro y mi madre, la primera actriz, cuentan que bajé con una gran pollera de mi madre, atada con un cinto, puse música, me subí a la mesa de la reunión, y no paré de bailar y bailar, giraba, con mis rulos, ya transpirados. Mis padres no me querían parar porque estaba como en un trance, dicen. Nadie me había enseñado eso, no saben de dónde vino. A partir de ahí, me llevaron a academias de danzas españolas, y empezó mi carrera por varias escuelas de danzas. Creo que ahí empezó todo”.

Música que baila. Danza que toca

Acerca de los orígenes del flamenco, Rocío Aristimuño dice que “nació por una necesidad de un pueblo. El flamenco viajó por todas las culturas y tomó un poco de todas. El flamenco viene del hambre, del genocidio y de querer salvarse de todo eso y de querer reivindicar una identidad, que quiso expresar lo que estaba pasando. La misma historia nos pasó a nosotros y a todos los pueblos que fueron colonizados. Por lo tanto, también somos mestizos, los criollos. El flamenco llegó en barco con los abuelos de los abuelos. Por eso encuentro un punto de unión más que grande, ya que somos mestizos y queremos contar nuestra historia en la que también nos parecemos porque tuvimos dictadores ‘parecidos’, Franco y Videla. En cuanto a las condiciones que posee esta danza -define-, son universales, ya que tiene instrumento propio que es el mismo cuerpo que danza. Se le suman los zapatos y la indiscutible personalidad. Es la danza y la percusión juntas! Y sí o sí, tenés que ser música que baila o danza que toca. Por lo tanto, todo está dentro de todo y desde ahí se puede relacionar y comunicar con las demás artes”.

“Somos todos una misma tribu”

Cuando se la interpela sobre la existencia de una expresión flamenca en Argentina, Rocío Aristimuño, no duda. “Claro que sí -afirma-, yo creo en el flamenco de acá. Fuera del parecido con el malambo o la chacarera o el pericón, creo que también hay un rock nacional, que se ve en el flamenco de Buenos Aires, en los gitanos de la Avenida de Mayo. Estudié mucho y sigo estudiando las similitudes y son miles. Desde la copla, el tipo de letra, la rítmica, los jaleos, la forma de vivir de los criollos junto al brasero es la misma de los gitanos en sus cuevas. Casi me animo a decir somos todos una misma tribu”.

“Nuestro hogar era un teatro”

Rocío forma parte de las presentaciones del músico Lisandro Aristimuño, su hermano. “Mi experiencia con él es sumamente gratificante -nos dice-, comenzó por la necesidad de sentirnos más juntos con mi hermano. Yo vine de viaje, estaba estudiando en el Valle (Río Negro) la carrera de danzas españolas. Estaba en los ballet de allá y vine a Buenos Aires de visita y él estaba grabando el disco Azules Turquesas y me invitó a grabar, a la pecera. Recuerdo que me dijo ‘metete, dale, hacé algo en esta bulería que hice, que vos me enseñaste, y ahí nació el tema ¿Quién?, la primera unión. Lisandro, siempre muy interesado en la música, me preguntó cómo era, qué ritmo llevaba, cómo podía hacerlo, y así comenzamos a intercambiar y luego él me convocó para su banda estable, como percusionista. Los Aristimuño somos una familia de artistas, un circo, nacimos así, nos criamos así, nos enseñaron a afinar desde muy, muy chiquitos, actuar, bailar… fueron rigurosos y amorosos en pasarnos su arte. Todo el ambiente era artístico… más que familia, éramos un equipo de trabajo. Y no sólo nosotros, sino todos los artistas que pasaban por casa. Nuestro hogar era un teatro, nuestra cama, quizá dos sillas juntas o una butaca de alguna sala. Vivíamos con personajes de cuento y con músicas de todo el mundo. Eso era mi casa”.

“Amor, disciplina y comunión”

Esta flamenca, nacida en Viedma, Río Negro, reconoce la influencia artística de variadas vertientes. “Mis referentes en el arte en general -puntualiza- ¡son muchísimos! Desde el baile flamenco puedo decir que los Farrucos, Carmen Amaya. Desde el arte antropológico puedo nombrarte a Eugenio Barba. Desde la música, a Phillip Glass, Bob Marley, Beethoven, Atahualpa Yupanqui, el polaco Goyeneche, Camarón de la Isla, el Chocolate, el Agujetas, son miles, juro que no pueden ser unos pocos. Creo en el arte universal, creo que está todo unido. Por eso en mis clases, no sólo hablo del flamenco más puro. Señalo que dentro también está, por ejemplo, la danza bali, como el groove, del blues, o la línea de baile del Antonio Gades, o de nuestros pueblos originarios o del teatro “No” o de la arquitectura, o de la geometría, o de los planetas o de África. El arte es nuestro dios, nuestra naturaleza que nos cuida y sana y en ella nos identificamos, nos conocemos y conocemos a los que pasaron antes que nosotros. Tal vez por estas razones, como maestra, las personas que integran los grupos de trabajo deban reunir los requisitos de amor, disciplina y comunión”.

(*) Periodista, miembro de conducción de la UTPBA

Foto: Karen Castillo Olmos

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