13 julio, 2020

Ya sabemos quiénes pagarán las crisis de la pandemia

Por Sergio Torres (*).- La frase, como un mantra, surge y se repite ante escenarios de catástrofe, incertidumbre y adversidad, y en los últimos meses resuena a escala global: toda crisis es una oportunidad, se dice hasta el cansancio, tal vez de esa repetición afloren el convencimiento y la esperanza de que algo mejor esté por llegar. Una especie de placebo para afrontar estos momentos de zozobra.

De los 7.700 millones de personas que habitamos este planeta, unas 11,5 millones se han contagiado de Covid-19, es decir un 0,14 por ciento de la población mundial, de los cuales han muerto a causa de esta enfermedad unas 533 mil, un 0,0007 por ciento del total de moradores del mundo.

Sin entrar en comparaciones con otras enfermedades, más o menos conocidas, más o menos letales, el Covid-19 tomó al mundo de rehén, lo puso en cuarentena y le modificó hábitos e idiosincrasias arraigadas históricamente en sujetos y sociedades.

Súbitamente, el mundo se encontró aislado y confinado, puesto a prueba en una especie de gran hermano real. A la crisis de salud se le sumaron otras crisis, personales, locales, regionales, laborales, sociales, mentales y anímicas derivadas de este gran juego de escondidas que, se supone, nos evitará el cara a cara con la muerte hasta que exista una vacuna.

Mientras en los comienzos de la década de los noventas los amantes del liberalismo y el pensamiento único hablaban del fin de la historia, hoy nos encontramos con los que pregonan y machacan -sospechosa e insistentemente- con el fin de la normalidad.

Esta crisis ha creado oportunidades para desarrollar, mejorar y sobre todo naturalizar diferentes mecanismos de control social por parte de gobiernos y multinacionales privadas. Incluso le ha dado un grado de gravitación y validación social a carteles y mafias que en diferentes países del mundo aparecen como el Estado paralelo, para organizar y garantizar cuestiones elementales para la vida de las personas allí donde el Estado formal no llega.

También ha desnudado las frágiles condiciones laborales y sociales en que viven millones de personas, que sostienen día a día sus vidas y la de sus familias desafiando el Covid-19. Para muchos, millones y millones en este mundo, quedarse en casa simplemente no es una opción.

Resulta difícil, casi imposible, creer que esta crisis mundial transmute en mejores condiciones de vida, laborales, educativas y sanitarias para las casi tres mil millones de personas que viven en este mundo con menos de dos dólares por día, según los datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Por supuesto, habrá que ver, pero salvo que el Covid-19 también logre transformar las relaciones de poder a escala mundial, las crisis, hasta ahora, las han pagado siempre los asalariados y las oportunidades son siempre para los poderosos.

(*) Periodista.

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