Por Juan Ignacio Ruiz (*).- Fue un tipo original y talentoso, un “distinto” para utilizar un término vinculado al fútbol, ese fútbol que lo llevó a enfrascarse una y mil veces en esas discusiones apasionadas e interminables en las que uno defiende una trinchera a como de lugar, ese fútbol que también le dio la chance de recorrer buena parte del mundo y que nos dejó, a todos, algunos artículos brillantes, con su sello inigualable.
Fue, además, un tipo que nació y creció con los lugares comunes de aquel que desde pibe ama y vive la bohemia, la noche, el bar, el café. Nació en el barrio de La Boca el 10 de noviembre de 1919 y creció en esas calles de adoquín y de códigos, de picardía y de amistad.
Perdió a su padre cuando tenía 14 años, y al poco tiempo trabó amistad con la calle Corrientes, que fue un poco el patio de su casa. Allí conoció y compartió buena parte de su vida con personajes de la talla de Aníbal Troilo, Enrique Santos Discépolo, y a figuras futbolísticas como Adolfo Pedernera o el “Charro” José Manuel Moreno.
En 1950, y luego de algunos años en la parte contable de Editorial Atlántida, se probó la pilcha de redactor. En las cenas que compartía con Dante Panzeri, director de El Gráfico, las charlas sobre fútbol eran moneda corriente. El análisis y el enfoque de Osvaldo siempre le parecían pertinentes a Panzeri: “¿Por qué lo mismo que me contás acá no lo hacés en la revista?” le propuso a Osvaldo Bramante, quien tomó a los pocos días el apellido de la madre, Ardizzone, por cuestiones meramente burocráticas.
Se destacó por su modo de escribir, elegante pero también directo, entendible, con aroma futbolero y de café. Siempre defendiendo el buen juego, el toque, el pase, la gambeta, el fútbol que le gusta a la gente, se podría decir.
En El Gráfico trabajó hasta 1977. Luego se sumó al semanario deportivo Goles Match, donde creó la columna Juan, el hombre común, que cuenta la vida de todos los días del laburante, el amigo, el novio, el amigo, el vecino y el compañero, es decir, contaba los pequeños momentos, de gloria y de decepción de la mayoría de la gente de este mundo.
Luego fue prosecretario de redacción de la sección de deportes del diario Tiempo Argentino, y trabajó en la revista Humor y en la agencia Noticias Argentinas.
Fue un jugador de toda la cancha Osvaldo: incursionó en el género café-concert en 1976, llevando a cabo el espectáculo Chau, Ventarrón, donde interpretaba poemas, monólogos y canciones de su autoría. También presentó El hombre común y A solas con uno mismo.
Tuvo un paso por la radio, allí en uno de los clásicos radiales de la historia argentina, La vida y el canto, conducido por Antonio Carrizo en Radio Rivadavia condujo la sección Cartas de Osvaldo Ardizzone, en la cual reseñaba la vida y obra de diferentes personalidades de la vida pública de nuestro país.
Osvaldo también fue marido -de Delia-, y padre -de Rodolfo, Daniel y Gustavo-. Osvaldo dejó vida, amistad, anécdotas y frases, muchas frases. A 31 años de su partida es inevitable recordar una particularmente: “Todos sabemos que la muerte llegará alguna vez. Pero hay casos en que a la muerte habría que matarla”. Otra vez tenés razón Osvaldo.
(*) Periodista