Por Redacción Cubaperiodistas.- “La historia avanza por su lado negativo” señaló el sociólogo René Zavaleta Mercado, a propósito de las constantes derrotas de los sectores populares y la permanente capacidad de las élites para imponer y reimponer una y otra vez un proyecto obstructivo a los intentos transformadores.
Derrotero histórico que también puede ser facilitado por los propios sectores progresistas cuando se distancian de los populares, en términos de no representar su “sentir” y concepciones más profundas no reformadas, dejándolos en condición de disponibilidad para proyectos restauradores del viejo orden, como sucediera hace unas pocas horas en Chile con el importante triunfo del rechazo en el plebiscito de salida al nuevo proyecto constitucional, logrando el 61.87% versus el 38.13% del apruebo.
Resultado que se puede explicar, entre otros factores, como consecuencia del distanciamiento entre los sectores presentes en la Convención y las masas populares –algo por lo demás propio de la cultura política de izquierda chilena–, quienes suponían representar “intelectual y moralmente” el nuevo “sentir común coherente” que emergió a partir del estallido de octubre de 2019, como consecuencia de un diagnóstico realizado por parte de la intelectualidad progresista sobre los factores explicativos del estallido social del 2019, el que en última instancia sobredimensionó el aspecto culturalista, identitario, subjetivo y postmaterial, como se identificará en los énfasis puestos en el proyecto constitucional a temas como la diversidad, la autonomía, el pluralismo y la diferencia, por sobre otros aspectos materiales, económicos y unitarios comunes en términos Estatales-nacionales, propios de una composición mayoritariamente mestiza de la población, en torno al 80%.
Sectores sociales, además, mayoritariamente vinculados a clases populares y medias empobrecidas, quienes comparten un “mal-estar” como experiencia común de la “vida dura” producto de la desigualdad, los bajos salarios, el sobreendeudamiento y la vulnerabilidad propio de 40 años de neoliberalismo (Martuccelli, 2022)[1], cuyas demandas quedaron supeditadas a los plazos y formas de un proceso constituyente acordado por las élites, como salida institucional a la crisis. En este sentido, el sociólogo Manuel Canales señaló con claridad durante el desarrollo del proceso deliberativo de mayo del 2022 que “los avances constituyentes son extraordinarios, pero no son las prioridades de octubre. No logro entender por qué los derechos económicos y sociales se dejan para el final del proceso” (Manuel Canales, 2022)[2].
Todo en un contexto de aprendizaje político-cultural y hegemónico de la derecha chilena, como se expresara en la conformación de una nueva alianza con fracciones del centro político, sectores independientes de la sociedad civil, quienes gracias a un importante poder económico y mediático disponible, y que junto a una importante estrategia de manipulación mediática, fueron capaces de apelar al “sentido común” y “miedos” de las capas altas, medias y populares urbanas y rurales del país, portadoras de concepciones de vida tradicionales de familia, aspiracionales e individuales, así como herederas de una fuerte tradición estatal-nacional, dando forma al “rechazo popular”.
En concreto, mientras los sectores del Apruebo enfatizaban en la diversidad y la autonomía para justificar un nuevo proyecto estatal común, el Rechazo utilizaba la bandera como símbolo de unidad nacional y territorial, asociando la consulta a una evaluación de la gestión presidencial de turno, permitiéndoles con ello anotarse un importante triunfo en el plebiscito de salida, pero todavía distante de ofrecer un proyecto nacional común que permita la conformación de nuevo bloque histórico en torno a su liderazgo y su vieja receta neoconservadora.
Derrota que también debe significar
un desafío intelectual no menor para el progresismo chileno, respecto a ofrecer una fórmula
propia para la realidad nacional y que permita rearticular en torno a un
proyecto común las demandas de pluralidad, de autonomía, socio-ambientales y
democratizadoras, sin invisibilizar las de orden material, económicas y
culturales que les haga sentido a la grandes mayorías nacionales y sus
territorios, considerando que, como dijera Gramsci,
“el elemento popular siente, pero no siempre comprende o sabe”; el elemento
intelectual “sabe” pero no siempre comprende o “siente” (Gramsci, 2001: 346).
Por lo que necesariamente la conformación de un nuevo bloque histórico pasará
por otra relación entre “gobernantes y los gobernados”, o bien entre intelectualidad y pueblo, donde ambos sean capaces de
conformar un “sentido-pasión” coherente que “se convierte en comprensión y por
lo tanto en saber (…), solo entonces la relación es de representación (y)
se realiza la vida de conjunto que es la única fuerza social” (Gramsci, 2001:
347)[3].
Nota publicada en CubaPeriodistas (https://www.cubaperiodistas.cu/)
[1] Martuccelli, Danilo (2021). El estallido en clave latinoamericana, Lom,
Santiago.
[2] “Los avances constituyentes son extraordinarios, pero no son las
prioridades octubre”
https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/manuel-canales-sociologo-los-avances-constituyentes-son-extraordinarios-pero-no-son-las-prioridades-de-octubre/PSBID74SVFCPVHJU7XEMHDCKDI/
[3] Gramsci, Antonio (2001). Cuaderno de las cárcel, Era, México.