14 noviembre, 2017

Alicia Entel: “El imperio de la creencia y la realidad de la exclusión”

Por Leticia Amato (*).- Alicia Entel es periodista, profesora e investigadora en Comunicación, magister en Ciencias Sociales y doctora en Filosofía. Además, dirige la Fundación Walter Benjamin y acaba de publicar su último libro, Robar el alma. Fotografía y eternidad.

¿Cómo surge la industria cultural?

-En un momento dado del devenir del capitalismo se desarrolla la producción en serie para el consumo masivo de toda clase de bienes: zapatos, sillas, autos y por qué no también de los bienes simbólicos. Esto da lugar a lo que se denominó la industria cultural que hace producción en serie para consumo masivo -ya no en términos de ciudadanos sino de consumidores y de usuarios– y además con los años comienza a cubrir nichos diferenciales para distintos sectores de la población. No se trata solamente de que todos consuman un producto sino proponer un tipo de consumo más sofisticado para grupos selectos. Hay que reconocer que la industria cultural es una presencia real, el asunto es ver qué derechos dentro de esa industria se estimulan o se cercenan.

-¿El desarrollo de la industria cultural está directamente vinculado a las distintas etapas del desarrollo del sistema capitalista?

-En principio invalído la palabra desarrollo porque no sé si estamos en un momento de evolución o regresión de la especie, eso no lo tengo para nada claro.

Si nos fijamos, por ejemplo, en un país como China cuyo Partido Comunista le permite al presidente hacer leyes de mercado, nos damos cuenta del nivel de pregnancia y profundidad que tiene el sistema capitalista, al que, a mi entender, hay que pensarlo en plural porque nos encontramos hoy con distintos modos de los capitalismos.

Si bien hubo algunas otras experiencias, no han sido hegemónicas y gracias a las luchas populares y de la clase obrera se adquirieron ciertos derechos que ahora, nuevamente, se encuentran en una rotunda regresión por el enorme capital concentrado y por las propuestas de exclusión. En este punto, no solo la industria cultural, sino todas las industrias se encuentran con una pared que es la exclusión social.  Porque cuando hay una apuesta a la explotación de los recursos, a su espoliación y al capital concentrado, las industrias entran en crisis. ¿Qué hace esta industria cultural cuando las masas ya no compran porque ya no tienen lo necesario para la supervivencia cotidiana? Las industrias culturales han logrado que las necesidades primarias no sean tan primarias y que otras necesidades aparezcan como primarias, sin embargo, esto ocurre en tanto y en cuanto haya para comer todos los días. Las industrias culturales –que hoy no pueden ser pensadas fuera del marco de la globalización- y los grandes capitales puestos en las industrias ya han esbozado la diferenciación entre lo que va a ser masivo y lo que va a ser para los nichos de mercado exclusivos. Ahora, esta vía de la selectividad, claramente, no va a sobrevivir porque la industria necesita la masividad pero, por otro lado, los sistemas político-económicos están apostando a la exclusión. Me parece que las industrias culturales hoy se encuentran con una situación paradojal: por un lado, necesitan ser masivas, y por otro lado, vivimos en un momento donde la característica de la exclusión impide la masividad.

-Hay quienes sostienen que la comunicación se democratizó a partir de las redes sociales. ¿Estás de acuerdo?

-Yo lo relativizaría. Democracia no es difusionismo. Democracia es que haya voces plurales que puedan emitir, pero que un mensaje de cualquier centro de producción de discurso llegue a todo el planeta, no es democracia sino difusionismo. Un importante proceso emancipatorio tiene que ver con la apropiación de las tecnologías por parte de grupos que puedan estar en condiciones de utilizarla. Eso es una democratización en serio.

Además, hay ciertos residuos del pensamiento mágico que se recrean al calor de las redes sociales. El pensamiento mágico es: tengo miles de amigos en las redes entonces la idea real de amistad desaparece. Eso tiene una dimensión de la creencia, estamos todos juntos en un espacio virtual, creemos que ya el mundo cambió….y no. Se trata de una red de conversaciones. Puede ser una manera interesante de utilizar la globalización a nuestro favor porque nos globalizaron otros, pero los que pensamos en modos de cambiar este mundo que viene tan mal también nos podemos encontrar en un espacio común. Ahora, esos intercambios no son la transformación.

-Rara vez se piensa en cuáles son los intereses económicos y políticos que dominan a las redes sociales…

-Casi nunca nos preguntamos quiénes son los millonarios del mundo, quiénes son los dueños de las redes. Y lo que sí abunda y alimentan a la vez las redes sociales, insisto, es el pensamiento mágico que te hace creer que por hacer una página web para vender saleros te vas a hacer millonario. Este tipo de pensamiento mágico ya estuvo presente cuando se inventó la imprenta y se expandió la tecnología de la escritura. Creo que estamos en un momento muy especial. Yo vengo observando que hay un mundo mágico y de creencia que está desarrollándose cada vez más a medida que avanza la exclusión y la concentración de capitales. Me parece que hay un nivel de concentración del capital nunca visto y por otro lado una fuerza enorme en el pensamiento mágico y en la creencia, no solo religiosa sino en la creencia de que a través de algunos procedimientos podemos igualarnos a esas cien familias que tienen concentrada toda la riqueza del mundo. Como pocas veces en la historia el discurso político se ha separado totalmente de lo real. Hay toda una fascinación por el lenguaje, por la comunicación, un trabajo de seducción discursiva desde el área del deseo muy bien organizado que no tiene nada que ver con lo real. Es notable la pregnancia enorme que tiene este pensamiento mágico, luego de años y años de lucha por lo laico, toda la modernidad fue una apuesta al laicismo, a la ciencia y a los estados laicos. Bueno, cambió. Estamos en un mundo, como diría Mc. Luhan, de la aldea global, con el imperio de la creencia, la realidad de la exclusión y la aceptación en algunos lugares de un retorno terrible al trabajo esclavo. Creo que es tal el asombro que aún falta un fuerte trabajo de resistencia. Así y todo vemos que desde varios lugares del planeta surgen muchos grupos que piensan que el mundo puede ser de otra manera, cosa que me parece importantísima a la hora de pensar lo alternativo. Se denuncian las agresiones al mundo de lo natural -que no es cosa menor- o cobra cada vez mayor fuerza el movimiento de mujeres. En este sentido, Jesús Martin Barbero decía que si hubo un movimiento triunfante en el siglo XX fue el de mujeres.

-¿Cómo imaginas que será el mundo dentro de 200 años?

Hay dos posibilidades: una que ya no estemos como planeta. La otra, que después del apocalipsis renazca el mundo. Apuesto a esta segunda opción.

Es evidente que viene la lucha por la tierra y los recursos que es todo el siglo XXI. Se suele decir que toda la población completa no cabe en el planeta. Los proyectos neoliberales llaman a este fenómenopoblación redundante, la población que está de más. En ese sentido, asistimos al nomadismo, a formas de migración por parte de enorme cantidad de población en todo el mundo buscando mecas donde poder sobrevivir. Luego, en el siglo XXII creo que vendrá por un lado que es muy importante para el futuro, la investigación y la lucha en torno a las temporalidades, que es la disolución de la materia y su reconstrucción. Nosotros, como humanidad, venimos de un vasto horizonte de investigación y descubrimientos con respecto a lo espacial, pero en adelante, me parece que el tema clave estará en el estudio de la variable del tiempo, en cierto cambio científico-técnico que permita avanzar hacia otras tierras y, al mismo tiempo, mejorar la situación de lo existente o intentar que no se muera todo.

A lo mejor es una utopía, pero a mí me parece que es el fin del imperio, porque los imperios también están sujetos a la temporalidad y a la caducidad. Hay que ver que tenemos en el mundo locos como Trump, poder económico híper concentrado, muerte por todos lados y una derechización muy fuerte…la historia nos dice que las cosas se derechizan antes de estallar.

-¿De qué se trata tu último libro, Robar el alma. Fotografía y eternidad (2017)?

Se trata de una trayectoria fotográfica. La fotografía si se lee en clave histórica permite descubrir determinados motivos que se reiteran y que hacen significado más allá de un momento determinado, evocan memorias colectivas.

Yo durante años me dediqué, además de a la comunicación, a estudiar antropología y filosofía y me llamó mucho la atención cómo para algunos pueblos originarios sacar una foto tenía que ver con robar el alma. Así comencé a indagar en la historia de Guido Boggiani, que fue un artista y arqueólogo italiano que, en el siglo XIX, se le ocurrió ir al Chaco paraguayo y hacer investigación sobre flora, fauna y humanos. Entonces, se me ocurrió empezar por allí, sobre cómo fotografiaban a los pueblos originarios desde una mirada europea y positivista. Guido Boggiani hizo muchas fotografías, sobre todo a chicas jóvenes de distintos grupos indígenas y a principio de 1900, desapareció. Se lo buscó hasta que, después de meses, se encontraron sus restos, había sido decapitado y enterrado junto con la máquina de fotos. Hubo distintas interpretaciones sobre su muerte. Lo primero que se dijo fue que estos pueblos originarios, malignos y brutos, mataron al pobre Guido Boggiani. Otras versiones sostuvieron que, en realidad, este hombre había tratado de seducir a una joven de una comunidad y que le había sacado fotos y que ésta se había suicidado pensando que le había robado el alma. Con el tiempo se investigó por qué le tomaba tantas fotos a las chicas hasta que se descubrió que esas fotografías formaron parte del acervo de fotos pornográficas de ciertas familias de la aristocracia argentina. Bien, desde ahí me puse a estudiar los retratos de mujeres, que hacen una suerte de friso de la vida cotidiana de distintos lugares, como por ejemplo Paraná, retratos en los que se puede notar la disciplina y el normalismo captado por las fotografías, típico de la ciudad de Paraná. El libro repasa, además, fotos de Cirilo Amancay y, luego, continúa el recorrido fotográfico, desde la moda muchas veces, hacia cuál era la consideración, en términos de emancipación, de mujeres  emblemáticas de los años ´60 y ´70. Finalmente, indagué acerca de lo que ocurre con la imagen en relación al uso del libro de caras, o Facebook y de cómo se pasa del miedo a ser fotografiado a la entrega en alma y vida a que tu imagen sea difundida a lo largo del planeta. En este sentido tuve que estudiar el narcisismo y asesorarme con colegas psicoanalistas para entender cómo funciona ese espejo que a veces es un espejo roto, lo problemático que resulta quedarse anclado en modos del narcisismo que pueden producir fijaciones y conducir a patologías.

Robar el alma es un libro que tiene final abierto pero nos permitió trabajar la enorme pregnancia que tiene la representación, sobre todo fotográfica. Ahí está, a mi modo de ver, el valor que tiene la imagen fija, porque augura eternidad, el no paso del tiempo, lo inmortal en momentos en que todo es tan efímero.

(*) Periodista. Integrante de la Secretaría de Juventud y Nuevas Tecnologías de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).

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