Por Beto Almeida (*), desde Brasilia.- La conocida película de Glauber Rocha, de 1967, que expuso lecciones sobre un pueblo abortado en su proyecto de emancipación histórica, puede ser hoy un titulo aceptable cuando se observa que, una vez más, Brasil vive sobre el riesgo de alcanzar su camino liberador, pese a las condiciones presentes.
El pasado 2 de octubre, en una centena de ciudades brasileñas, decenas de partidos, centrales sindicales, movimientos sociales, etc, han organizado manifestaciones exigiendo “Fuera Bolsonaro”, tal como viene ocurriendo desde hace más de un año. Mientras, Brasil vive la tragedia de casi 600 mil muertos por la Covid19, de un desempleo masivo y creciente, y de una inflación que, en un país petrolero, hace que la botella de gas cueste más de 10 por ciento del salario mínimo, llevando a los brasileños a cocinar con leña o alcohol, graves desastres domésticos.
Bolsonaro declaro muy clara y desgraciadamente:
“¡Yo vine a destruir, no vine a construir
nada!”. Y de hecho, lo cumple, mientras segmentos de los medios o de la
propia izquierda lo critiquen por, supuestamente, no tener política o programa.
No tiene. Su programa es demoler la Era
Vargas: todas las empresas estatales, las leyes sobre derechos laborales y de
seguridad social y pública, haciendo que Brasil regrese a la condición de colonia,
como lo era hasta que Getulio Vargas llega al poder por medio de un movimiento
armado, con fuerte apoyo popular.
La mayoría
de los medios de comunicación han apoyado la llegada de Bolsonaro al Palacio de
la Alvorada, y ahora buscan crear un
discurso moralista que apenas critica una parte de las directrices gubernamentales
del que fuera expulsado del ejército por indisciplina e inoperancia.
Pero TV Globo, por ejemplo, una de
las mayores cadenas televisivas del mundo, no critica a Bolsonaro por favorecer
a los bancos o por privatizar radicalmente la Petrobras, la Eletrobras, además
de destruir toda la reglamentación de los derechos de los trabajadores, sino
que tiene la preocupación que el fracaso
previsible de todas estas políticas puedan llevar a una convulsión social,
favoreciendo al retorno de Lula, ahora ya declarado inocente por el poder
judicial, y en condiciones, por lo menos legales, para ser candidato
presidencial, y con alta popularidad.
Pero como se vio en las últimas manifestaciones, hubo un decrecimiento de público, porque ya va quedando claro que la alianza conservadora que da sustentación a Bolsonaro, puede lanzar medidas de última hora, paliativos sociales de alguna expresión, además de mantener el control sobre el Parlamento, bloqueando, hasta al momento, todos los pedidos de impeachment contra el presidente que es acusado de inúmeras acciones ilícitas y corruptas.
Para algunos lectores de la política
brasileña, pueda dar la impresión que la oposición no quiere pisar hondo el
acelerador de la crisis, prefiriendo esperar por el calendario electoral de
2022, actuando con exceso de cautela.
Por otro lado, hay que recordar obligatoriamente que la articulación golpista
organizada des los Estados Unidos para tumbar a Dilma Rousseff e imponer
Bolsonaro, ciertamente no tenga hecha toda
una construcción golpista para gobernar apenas 4 años, sobre todo cuando la camaradería
de Brasil con China, y su protagonismo en la integración de América Latina,
sigue siendo intolerable para Washington.
Para derrocar una articulación golpista de esta envergadura, y que sigue aún en curso, es necesario mucho más que una simple apuesta electoral, sobre todo cuando las urnas electrónicas de Brasil siguen sin poder ser auditadas y con sus códigos bajo control de la Agencia Brasileña de Inteligencia, pero inaccesible para los partidos políticos.
(*) Periodista.