8 septiembre, 2020

Capitalismo narcisista y pandemia

Por Guido Fernández Parmo (*).- ¿Cómo se explican los comportamientos humanos? ¿Qué extrañas causas nos motivan a actuar como lo hacemos? ¿Por qué razón coinciden los individuos en conductas profundamente egoístas al mismo tiempo?

En medio de la pandemia por el covid-19, observamos que, en el mundo, la gente se aglomera para tomar una cerveza, un café en una terraza, salir a comprar algún objeto que engrosará nuestro stock de cosas inútiles, o, sencillamente, a compartir el mate en una plaza. Mientras los cadáveres se siguen amontonando, mientras lxs trabajadorxs de la salud continúan arriesgando sus vidas como en un frente de batalla, asistimos a unos de los síntomas más profundos de la sociedad contemporánea expresado en una triple constelación: el individualismo, el egoísmo y el narcisismo.

Las explicaciones pueden ser, al menos, tres. El sentido común nos diría que se juntaron muchas personas individualistas, que han coincidido en el espacio y en el tiempo sujetos a los que no les importa el prójimo. La psicología nos diría que cada uno de esos individuos está atravesado de los mismos mecanismos de defensa, como la negación a la muerte. La tercera explicación afirma que la causa es la lógica social que define al capitalismo contemporáneo, el lazo social que determina, en última instancia, los comportamientos egoístas e individualistas que observamos en la calle.


Desde hace ya unas décadas, algunxs teóricxs coinciden en llamar al momento actual “capitalismo narcisista”, para diferenciarlo del “capitalismo edípico” presente a lo largo de casi todo el siglo XX. Mientras que este último había utilizado a la familia nuclear como dispositivo para definir a las personas y sus comportamientos, en el capitalismo narcisista el individuo se ha liberado de toda estructura superior y se convirtió en el centro de gravedad de la vida. Así, ya no se trata de moldear la subjetividad según las exigencias del capitalismo industrial, con las identidades binarias (varón-mujer), la división sexual del trabajo (mujer: esfera de la reproducción; varón: esfera de la producción), y la sexualidad hetero-normativa orientada a la reproducción (papá-mamá-hijx), sino de plegar al mundo entero sobre el individuo.

En el narcisismo que el psicoanálisis descubre, el individuo somete a la totalidad del mundo a su propia satisfacción, se trata de un mecanismo necesario para fortalecer la subjetividad y protegerla de los embates displacenteros de lo real. En el capitalismo actual, el narcisismo se ha convertido en el lazo social que reproduce, en la constitución del individuo, la lógica del mercado: evitar todo displacer, toda resistencia que el mundo pueda ofrecer y convertirlo en una mercancía al servicio del placer privado.

De esta manera, nos vinculamos con las otras personas del mismo modo en que lo hacemos con las mercancías del mercado, si no nos convencen plenamente, si no satisfacen nuestro placer perfectamente, las desechamos y cambiamos por otras tal como lo haríamos en un kiosco ante dos bebidas diferentes.

Entonces, ¿es casualidad que tantos individuos coincidan en anteponer sus deseos individuales, sus fantasías privadas, en buscar la satisfacción de placeres hedonistas en medio de una catástrofe mundial como lo es la pandemia? ¿Cómo entender que pongamos en primer lugar la satisfacción de un placer como beber cerveza con amigxs, salir a correr para no perder el cuerpo armonioso, saludable y socialmente valioso, o practicar nuestro deporte favorito, comprar, comprar y comprar bienes que nos llenan el alma?

El comportamiento observado no se explica por la sumatoria de egoísmos o personas narcisistas, tampoco por la coincidencia de los mismos mecanismos psíquicos de negación, que existen indudablemente, sino por un tipo de lazo social, profundo, que se viene construyendo desde hace décadas, y que pone al individuo, atomizado como un hongo, como el último reducto en el que el capitalismo, con su necesidad de producción de ganancia, ha hecho pie. Cada cual con su soledad, encerradx en su burbuja de placer que tiene solo una exigencia: la satisfacción a costa de todos los otros.

Entonces, ¿podemos reducir un comportamiento que observamos en muchos países a una disputa entre un partido político u otro? ¿Se trata de la supuesta grieta de la que tanto se habla? El Estado, de un lado y del otro, se muestra impotente ante el manejo de la población que se comporta según un lazo social que se origina en otro lado. El Estado, aquí, tiene poco que ver; deberíamos decir, ajustando por izquierda a la famosa frase: “es el capitalismo, estúpido”.

(*) Periodista. Filósofo. Secretario de Cultura y Deporte de la UTPBA.

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