Por Nelson del Castillo (*).- Este 31 de julio de 2018 en que conmemoramos el Día Nacional del Periodista, han transcurrido 103 años del nacimiento en Ponce de César Andreu Iglesias, el 31 de julio de 1915, y 42 años de su muerte en San Juan, a causa de un infarto cardiaco, el 17 de abril de 1976.
Entre una fecha y otra el periodismo puertorriqueño ha sufrido un vuelco, como en la generalidad de los países del mundo, marcado por los avances tecnológicos y por ese fenómeno de este temprano siglo XXI denominado redes sociales, en las que hay mucho de redes y poco de sociabilidad, ya que su propósito originario —si fuera ese— ha derivado en un narcisismo colectivo, donde lo importante no es lo que haga o diga el otro, sino lo que nosotros mismos hacemos o decimos para nuestra complacencia.
Parecería entonces que en estos tiempos el periodismo ha perdido mucha de su esencia si partiéramos de la simplicidad de las cosas y que el camino recorrido por César Andreu Iglesias desde sus comienzos en las lides periodísticas en 1936 en el periódico Lucha Obrera, órgano del Partido Comunista Puertorriqueño (PCP), al que había ingresado, ha perdido su sentido.
Pero no es así. Hoy, más que nunca, el periodismo de Andreu Iglesias alcanza un ribete imperecedero, no solo porque marca una histórica ruta de esta nación, sino porque hilvana el verdadero tejido social del ser puertorriqueño.
He ahí la diferencia entre el auténtico periodismo que aspiramos a mantener en el más elevado sitial y la banalidad que se construye en un mundo de permanente escapismo que se nos ofrece a través de algunas de esas plataformas propagadoras de trivialidades en las que gastamos las horas como agua entre los dedos.
Que no se me entienda mal. No es un llamado a renegar de la modernidad que tantas posibilidades nos brinda. Es un llamado a valorar la esencia del periodismo real que galvanizó César Andreu Iglesias en un Puerto Rico —en la práctica no muy lejano del actual— sometido a un constante proceso de desnaturalización que atenta contra su propia existencia.
El periodismo de Andreu Iglesias siempre estuvo marcado por su afán de construir una sociedad en la cual imperara la justicia y se alcanzara el equilibrio social. Como sindicalista y dirigente revolucionario, este insigne periodista se mantuvo permanentemente conectado a la realidad socio-política de Puerto Rico y fue capaz de hacer su radiografía en sus artículos y ensayos periodísticos, al igual que en sus novelas.
Quizás porque mucha gente —entre las que se cuentan periodistas— están divorciadas del entorno socio-económico que les rodea, enajenados de la realidad cotidiana se sorprendieron, después del azote el 20 de septiembre de 2017 del huracán María, que el país que siempre creyeron no existía, pues detrás de la fachada —nunca mejor dicho— había oculta una realidad enraizada en la pobreza muy distinta a la que habitaban. Y que a pesar de los programas sociales que frenan unas mayores aspiraciones colectivas, hombres y mujeres de escasos recursos pasaban hambre y carecían de medicamentos, entre otros problemas capitales.
La carencia de contacto de muchos periodistas con esa realidad —porque jamás han esperado horas en una parada de autobús o tomado el Tren Urbano— los ha llevado a una prédica enajenada que, gracias a la tragedia, se diluye en los momentos actuales, sin que se borren las profundas cicatrices en el alma.
No es esto culpa únicamente de los periodistas, que nuestra cuota de responsabilidad tenemos, sino que es parte de una realidad que por décadas —con algunos oasis en el tiempo— han fomentado los medios de comunicación y el marketing para ofrecer un mundo idílico del que solo disfrutan unos pocos. Esto se palpa en la cotidianidad de un gobierno en bancarrota que por años jugó al casino con los fondos de pensiones de los más sacrificados, a los que ahora pretender dejar hundidos en una subsistencia precaria, a la vez que repartía y reparte beneficios a unos pocos, que aportan un falso sacrificio al país.
Consciente de esta verdad todavía irresoluta, César Andreu Iglesias se preocupó, en la mejor tradición de un periodista revolucionario, de la necesidad de contar con medios periodísticos —como Claridad y La Hora— que cumplieran con la función educativa y organizadora de los trabajadores y los sectores más marginados de la sociedad.
Y es que el periodismo de ahora, con sus redes sociales y su precaria inmediatez que adjetiva de histórico cualquier acontecimiento fugaz, no puede ser la aspiración única de los periodistas. Sabemos que no es fácil exponer ciertos acontecimientos, no por falta de legitimidad, sino por el choque de intereses entre su sentido de la verdad y el de los medios de comunicación. Mas eso no debe detenernos.
Tal vez es tiempo de que no veamos el periodismo como un simple trabajo que nos puede traer reconocimiento y, en algunos casos, dinero, sino como vocación de servicio, con los sacrificios ineludibles, para que el pueblo alcance mayores transformaciones políticas y sociales, como lo anheló César Andreu Iglesias, a quien honramos en esta hora.
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(*) Palabras pronunciadas por Nelson del Castillo, quien es Secretario General de la Federación Latinoamericana de Periodistas (Felap) y presidió durante tres años la Asociación de Periodistas de Puerto Rico (Asppro), ante la tumba de César Andreu Iglesias con motivo del Día Nacional del Periodista.