Por Elisa Marroco (*), desde Buenos Aires.- ¿Qué voces del mundo que concentra el poder del mundo fueron silenciadas? ¿Qué prepotencia sobre el despojo de amplias mayorías por parte de los saqueadores globales se pensaron sin límites? Todo estaba demasiado cerca.
Dos décadas con una sucesión de epidemias de variable intensidad, debieron haber encendido las alertas.
El SARS – Covid 1 de 2002 dejó tras de sí una infección respiratoria severa que afectó a más de 8000 personas y causó cerca de mil muertos en 29 países de los cinco continentes.
La gripe aviar de 2005 se diseminó en 13 países, infectó a más de 1500 y mató alrededor de 600. Luego la porcina (H1N1) en 2009, sumó más de 570 mil contagios.
Faltaban aún el MERS con 850 mil infectados y en 2016 el ébola con más de 10 mil en África. Claro, que sin el dramatismo de este SARS – Covid 2 (Covid-19) que ya involucró a 3 millones y provocó más de 200 mil muertos, además de una inédita paralización mundial que ninguna guerra supo generar a lo largo de la historia.
En 2015, el magnate de la informática, Bill Gates, advirtió que lo que posiblemente acabaría con la vida de millones de personas en un futuro no lejano, no serían “misiles, sino microbios”.
El director de Microsoft criticó entonces los presupuestos e inversiones destinados a la disuasión nuclear, en vez de dirigirlos al desarrollo e investigación para prevenir y combatir una posible pandemia, a la luz de lo ocurrido con el ébola.
Y apuntó a lo que ahora quedó al desnudo. Ningún país estaba preparado para semejante combate. Sin equipos, camas, insumos y capacitación del sistema sanitario público, merced al auge de las políticas de mercantilización de la salud.
El tercer coronavirus que saltó a la especie humana sorprendió a todos, se trate de naciones ricas o vulnerables.
Hoy están vacías las calles de Quito y de Caracas, pero también las de París y Nueva York. Y en todas hay más desocupados y hambrientos que hacen fila para recibir una bolsa de comida, porque las economías se desmoronan como castillos en la arena. Es que la pandemia no discrimina por ideologías, color de piel o estatus social.
En nombre del petróleo se hicieron las guerras más infames, derrocando gobiernos, dejando millones de víctimas y un virus microscópico hoy le puso precio de remate.
El paradigma neoliberal hace aguas. En un puñado de días todo se dio vueltas. Y si el rumbo no es hacia más igualdad y solidaridad, más y mejor salud y educación, la próxima pandemia puede ser aún peor que ésta.
(*) Periodista.