Micah Xavier Johnson, negro, era, según David Brown –jefe de policía de Dallas- “un delirante” que tenía en su casa “un arsenal”.
Hace unos días Johnson, negro, mató a cinco policías, y al parecer no porque fuera un “delirante” y porque tuviera en su casa “un arsenal”, cosa harto frecuente en EE.UU., sino porque se cansó de que la policía de EE.UU. mate y mate a gente de raza negra sin solución de continuidad.
Existen sobrados indicios –de esos que en un juicio los jueces se pasan por las axilas– de que Johnson venía sumando infinidad de datos históricos, incluso de su propia realidad, para considerar que en EE.UU. los negros siempre han sido, y lo siguen siendo, carne de cañón.
Entonces, un día se hizo cañonero y mató a cinco policías. Y ese día dejó de ser un héroe para EE.UU., el héroe que fuera cuando en Afganistán –enviado como carne de cañón por EE.UU.– se destacó matando afganos como un certero cañonero.