Por Guido Fernández Parmo (*).- Siempre resulta curioso escuchar cómo nos repetimos. Curioso, aunque en realidad, puede aterrarnos un poco. Como cuando en un acto fallido o en un lapsus nos damos cuenta de que hay un otro, incosciente, que habla y actúa por nosotros. Terrible experiencia de saber que uno no es uno.
Esto mismo ocurre con la ideología cuando volvemos a escuchar las mismas palabras, las mismas frases y las mismas maneras de razonar. En la ideología también nos repetimos de la peor manera. La ideología es como ese otro del inconsciente que habla por nosotros. Cuando creíamos que éramos dueños de nuestras ideas, nos damos cuenta de que somos una repetición inconsciente de una larga historia. La ideología opera desde el fondo de nuestro inconsciente, mueve los hilos borrados inteligentemente por las nuevas tecnologías.
Nuestro mundo capitalista necesita de la ideología para su reproducción. El liberalismo (el clásico y el neo) es la ideología que permite que repitamos no sólo las palabras, sino las acciones que el sistema necesita. Hoy en día algunos hablan ya de una autoexplotación de los trabajadores cuando persiguen el progreso, el ascenso, el mérito, los créditos, etc., ahorrándole a los capitalistas de siempre su sucia tarea. Nos esforzamos para crecer, pero el esfuerzo finalmente sólo termina engrosando a los empresarios y capitalistas.
Decimos que tenemos lo que nos merecemos, que “debemos volver a una cultura del esfuerzo”: frase en boca, paradójicamente, de gente que sólo conoce el esfuerzo en la frente transpirada de la empleada doméstica y en la vena a punto de estallar del albañil.
Decimos que el desarrollo personal debe ser individual e independiente de nuestros pares, que la vida en sociedad es una “aventura personal”: fuertes reminiscencias a las aves de rapiña del capitalsimo colonialista. Decimos estas cosas y entonces creemos estar pensando por cuenta propia: porque “así lo pensamos”.
Sin embargo, estas mismas ideas ya estaban presentes, por ejemplo, en un gran pensador liberal como John Locke en el siglo XVII. Para el liberalismo, el individuo se explica por el individuo mismo, esto es, uno tiene lo que se merece. Pobres, desempleados o trabajadores merecemos el destino que tenemos; en definitiva, lo buscamos y queremos al no esforzarnos tanto como otros. La consecuencia de este tipo de pensamiento es, como decía Locke, que hay “que suprimir a esos zánganos mendicantes, que viven del trabajo de otros”, porque, dicen otros, “no hay que esperar que otros resuelvan nuestros problemas”: que los débiles perezcan por pura evolución.
Utopía liberal, utopía darwinista social, utopía nazi.
En Argentina nos gusta repetirnos para no salir de lo mismo. Nos gusta seguir hablando de neoliberalismo como si su contrario fuera algo no-liberal o no-capitalista, en realidad, cuando en realidad son dos facetas de la misma ideología que permite la reproducción del sistema económico.
Tal vez sea hora de no repetirnos, de salir de lo mismo, y hacer pie en esos otros discursos que se enfrentan desde la contradicción excluyente con el sistema.
(*) Periodista, docente, licenciado en Filosofía y Letras