Chile se encamina hacia una dictadura mediática
Rubén Andino Maldonado (*).- El inminente cierre de Revista Punto Final, luego de más de cincuenta años de existencia, ha impactado en los círculos de la izquierda chilena; porque junto con la versión local Le Monde Diplomatique y el semanario comunista El Siglo (que no aparece desde que su imprenta se quemó el 23 de enero) son los únicos sobrevivientes de una larga tradición de medios populares que se remonta a la primera década del siglo XX. Manuel Cabieses, director de la revista, envió a sus colaboradores un mensaje, anunciando que la publicación desaparece por falta de financiamiento y que el vienes 9 de marzo circulará su último número.
Revista Punto Final comenzó a verse en los quioscos en septiembre de 1965 y representó desde su origen una mirada crítica de la realidad chilena e internacional, vinculándose desde el inicio con la naciente revolución cubana y el Movimiento de izquierda Revolucionaria (MIR). En 1968 publicó con derechos exclusivos para América del Sur el diario del Che en Bolivia, y durante el periodo de la Unidad Popular (1970-1973) sostuvo desde sus contenidos un apoyo crítico al gobierno de Salvador Allende. Tras el golpe de Estado, la furia de la dictadura militar se ensañó con Punto Final; el equipo de la revista sufrió prisión, exilio, tortura y muerte. Luego de una larga interrupción y una breve reaparición en México, en 1989 la publicación volvió a circular gracias al esfuerzo de Manuel Cabieses y un grupo de colaboradores y amigos, que comprendieron la importancia de mantener esta revista que, como dice su lema, “ayuda a pensar”.
PF ha desarrollado desde entonces una invaluable labor de pedagogía y orientación política para muchas personas y organizaciones populares que resisten la invasión cultural de una ideología capitalista que ha impregnado todos los espacios de la sociedad chilena. El inminente cierre de PF constituye una gran pérdida para quienes resisten la imposición cultural del modelo neoliberal; con su dinámica destructiva de explotación brutal de los trabajadores, corrupción e injusticia social. Es también una campanada de alerta sobre la inexorable instalación de un modelo de control social mediático en el país más neoliberal del planeta; y a la vez, un síntoma el estado terminal del pluralismo informativo y la libertad de expresión en Chile.
En el actual contexto histórico y realidad económica es imposible sostener medios impresos solo por venta directa o suscripción. Los grandes consorcios informativos chilenos, como en todo el mundo, se financian con publicidad, y la venta al público cubre solo una pequeña parte de sus costos. Muchos diarios en Chile y en otros lugares del planeta hoy se distribuyen gratuitamente, aunque sus páginas están llenas de publicidad. Muy diferente es la realidad Punto Final, que ha carecido siempre de apoyo publicitario y está en las listas negras de las agencias que distribuyen el avisaje privado y estatal.
Son los auspiciadores y avisadores los que en última instancia definen las orientaciones ideológicas de diarios, revistas, canales de televisión y radioemisoras. Ello significa que los medios son cajas de resonancia de los grupos económicos nacionales o multinacionales que dominan la economía del país.
Las dos grandes cadenas de periódicos: El Mercurio y Copesa, constituyen el monopolio ideológico que fija los temas de la agenda pública y orienta el curso de las noticias dentro de todo sistema, respondiendo a las orientaciones del gran empresariado.
La televisión ha sido desde los tiempos de la dictadura de Pinochet el principal vulgarizador y masificador del discurso hegemónico de la burguesía industrial, financiera y rentista chilena y sus socios extranjeros. A excepción de Televisión Nacional de Chile, empresa pública hoy afectada por una crisis financiera que ha obligado al Estado a concurrir a su salvataje, todas las estaciones de la televisión chilena son privadas y su propiedad está controlada mayoritariamente por consorcios extranjeros.
Aunque también predominan empresas afines a la derecha, el espacio de mayor diversidad ideológica es en el radio, dónde todavía subsisten dos emisoras importantes con credenciales democráticas: Radio Cooperativa, vinculada al partido Demócrata Cristiano (DC), y Radio Biobío, de propiedad de la familia Mosciatti, de orientación socialdemócrata-liberal.
El advenimiento de Piñera a La Moneda fortalece esta tendencia concentradora y monopólica; porque el nuevo gobierno tomará el control del avisaje del sector público, en el contexto de un régimen político extremadamente centralizado y presidencialista. Ya en su anterior periodo, Piñera terminó de liquidar la empresa pública sostenedora del diario La Nación, que en los primeros años de la restaurada democracia fue una espina en el pie para la derecha, con sus documentadas denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura.
Esta realidad plantea grandes desafíos para la supervivencia de la democracia y la subsistencia de la soberanía popular en Chile. A las ya conocidas limitaciones de este régimen político, tan criticado por la degradación moral y material de quienes lo representan, se agrega ahora la uniformidad ideológica y el control casi absoluto de la agenda pública; que comienza a apropiarse de todo el sistema de comunicación social chileno, para consolidar un modelo mediático crecientemente totalitario y dominado sin contrapeso por los dueños del dinero y las élites políticas conservadoras.
En este contexto, el neologismo “posverdad” alcanza en Chile su máxima expresión y el fantasma de Joseph Goebbels se yergue dichoso tras esta postrera victoria. Es también tragicómico y algo tiene de profético, qué en uno de los debates presidenciales, Sebastián Piñera atribuyese a Vladimir Ilich Lenin la anónima frase: “Miente, miente, que algo queda”.
(*) Periodista y escritor chileno.