Ahí, sentado, está Jorge Rafael Videla. Ocupa el más alto peldaño de la estructura genocida que tres años y medio antes había asaltado el poder. Faltan dos semanas para que el general Roberto Eduardo Viola pase a retiro, preparando su llegada, sólo 10 meses después, al mismo lugar de Videla.
Es consciente, Videla, de lo que pasó y de lo que viene. Sabe que en ese 1979, que concluirá en menos de tres semanas, la máquina de matar, desaparecer, perseguir, amenazar estaba en su punto estadístico más bajo. Incluso más bajo que en 1975. Si no fuera porque no existió nada azaroso ni aleatorio, el llamado Presidente del Proceso de Reorganización Nacional podría decir aquello de que la suerte está echada.
Ese día Videla responde acerca de los detenidos sin el proceso judicial correspondiente y elabora su concepto más brutal, aquél acerca de los desaparecidos (no están, no existen, son desaparecidos), recurriendo a la negación y a una infausta cosmogonía cívico militar.
La pregunta llegó un 13 de diciembre, y su efecto de incomodidad la transformó, con el tiempo y por iniciativa de algunos profesionales, en el Día del Periodista Independiente, como una forma de reconocimiento profesional que, sin negar el 7 de junio como la jornada tradicional, parece ubicarlo en un lugar subalterno. La pregunta mencionaba a los desaparecidos y en el ámbito de una conferencia de prensa, por lo que es muy difícil no pensar en los periodistas desaparecidos, esos que según Videla acababa de decir, no existían.
Los crímenes de lesa humanidad ejecutados por aquella dictadura cívico-militar tuvieron entre sus objetivos a más de 100 periodistas-trabajadores de prensa, la gran mayoría de ellos más actores que testigos de una etapa en la que proponerse cambiar las estructuras injustas, desiguales, de un sistema le ponía el sentido a la vida. Una vida que también incorporaba conocimientos, que sabía de enormes calidades y recursos profesionales, que desarrollaba un pensamiento crítico, capaz de releer el pasado, cuestionar el presente y ver más allá del día. Con Vida los queremos se llama el libro editado por la ex Asociación de Periodistas de Buenos Aires hace 37 años.
Una vida con núcleo duro en materia de ideas estratégicas y desigual versatilidad táctica. Con una entrega, compromiso y audacia luego castigadas con una severidad marcada por los climas de época, según tiempos históricos y necesidades de adaptación a lo políticamente correcto. Severidad que, paradójicamente, recurre a esas habilidades blandas que siempre detectan los rumbos y orientaciones dominantes, donde los riesgos de afectación son mínimos, o no existen. “El crimen perfecto es aquél que se comete a la vista de todos: porque no hay testigos, sólo cómplices”, escribió Carlos Gamerro.
Alguien dijo, hace poco y refiriéndose a la novela como género literario, que, por lo general, éstas narran los conflictos que se centran en los individuos. Las luchas son entre personas moralmente buenas y moralmente malas. Se procurará que sean los individuos con capacidad organizativa dentro de algún tipo de colectivos quienes incurran en la peor de las maldades, y que sean los individuos solitarios incluso dentro de grandes organizaciones capitalistas, quienes de algún modo se salven.
La narración de la lucha de clases como lo que es, lucha entre clases, y no lucha de personas marginales contra las no marginales, individuos poderosos contra solitarios, sigue estando excluida.