25 agosto, 2020

100 años de radio, un medio caliente

Por Daniel Das Neves (*).- El centenario de la primera transmisión radial convoca, por estos días, a la reivindicación de un medio que supo potenciar el recurso de la imaginación como ningún otro, recostado sobre oficios y profesiones que pre-existían, algunas de las cuales tuvieron su sello de identidad (operadores, locutores) a partir de aquella iniciativa de los llamados locos de la azotea.

Enrique Susini, Teodoro Bellocq, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, esos locos, pertenecían a la clase alta, el único sector en condiciones de dinamizar esa propuesta debido a sus costos, un poder adquisitivo que también deberían tener los receptores para poder acceder a esos costosos aparatos. En esos días inaugurales el futuro creador de Radio Excelsior (hoy La Red), Francisco Brusa se multiplicaba como locutor (speaker se dijo durante mucho tiempo), operador y disc jockey  en Radio Cultura en una demostración entusiasta que suplía carencias en nombre de una epopeya aún en gestación, ignorada por los todavía potenciales oyentes quienes tenían como prioridad la subsistencia, aunque no perdieran su capacidad de asombro frente a lo nuevo, aún distante e incipiente.

Entre esos locos con recursos –y espíritu emprendedor- y la polifuncionalidad casi inevitable en ese amanecer de la radiofonía, por un lado,  y los explotadores de frecuencias tradicionales (AM ó FM) y las tecnologías que ensanchan horizontes de negocios y reducen a su mínima expresión las plantas permanentes (principales e históricos sostenes de la transmisión), convirtiendo aquella carencia original en una virtud, por otro lado, existe una conexión que el reconocimiento hacia quienes construyeron este medio no debería soslayar.

Sería elemental afirmar que la radio vivió, y vive, atravesada por todas las contradicciones de una sociedad. Por eso frente a un simbólico escenario como lo es el de un centenario el lugar elegido para dar cuenta de un recorrido tiene su valor. Sobre todo porque la tendencia a la nostalgia suele relativizar algunas conductas, se desentiende de otras, oculta aquello que no forma parte del imaginario colectivo que el mismo medio construyó y procede a colocar en el podio nombres reconocidos con virtudes trabajadas en el horizonte de los oyentes, haciendo abstracción del comportamiento más elemental –ese que marca la distancia entre lo dicho y lo hecho- con sus pares de trabajo, cualquiera sea su función laboral.  

Más allá de la justicia de recordar figuras paradigmáticas, programas inolvidables, gestos de transgresión, contenidos, estilos y perfiles que hicieron huella, la inclinación hacia una línea de tiempo marcada por el romanticismo (con una inocultable exaltación de la libertad, la individualidad, la sentimentalidad) nos coloca frente al riesgo sobre el que Juan Gelman, en una charla con Mario Benedetti, advirtió al referirse no sólo a la literatura: “a nosotros nos ha jodido mucho el romanticismo; ha sido una plaga espantosa, sobre todo en el sentido del individualismo” y agregaba en un guiño para con su interlocutor que “así como decía Lenin que el capitalismo produce espontáneamente la ideología capitalista, también produce espontáneamente la ideología romántica”.

 Miles de operadores, locutores, periodistas, administrativos han sostenido durante un siglo un medio vital, potente, cuya dosis de romanticismo se empequeñece a la luz de estrategias de instalación de nombres, programas, historias que no permiten ver –salvo en calculadas y muchas veces demagógicas apariencias- la estructura humana sobre la que se sostiene profesional y laboralmente la radio; muchísimo menos las dignas luchas por puestos de trabajo, salarios y condiciones de trabajo que atravesaron a esta actividad como a cualquier otra.

Dinamizada y recreada desde una concepción profesional, social y territorial, por fuera de la hegemonía empresarial tradicional, la radio tuvo desde el surgimiento de las llamadas radios alternativas, en los 80, locos de la comunicación, que con un origen distinto a aquellos que hoy se recuerda, recrearon  la vigencia de ese medio, intentando echar raíces más que de andar por el aire (aunque esto no lo perdiera de vista). Forzando, incluso, un lugar en la discusión, obligando a ser tenida en cuenta, aunque la lucha y su legitimidad no se hayan traducido en instrumentos del todo adecuados  en la disputa de poder (porque la radio también forma parte de esa batalla, palabra tan poco romántica).

Hoy, en este primer centenario, hay radios que desaparecieron (América, El Mundo); otras que salieron de una quiebra como consecuencia de la lucha de los trabajadores junto a sus organizaciones (Rivadavia); que quedaron en manos de la arbitrariedad de la concentración monopólica u oligopólica (varias); que no pagan sus salarios cuando corresponde y acumulan deudas (muchas); que se niegan a negociar salarios desde hace 6 meses (todas las privadas).

La sensibilidad es una actitud y toda actitud es política. Hay un oyente que escucha; hay un trabajador que opera, otro que locuta, otro que informa, otro que es administrativo. Hay miles de oyentes que escuchan; hay miles de trabajadores que operan, locutan, informan, administran. Los primeros imaginan; los segundos, además, ponen el cuerpo; aunque la mayoría de las veces los primeros no se enteren.

(*) Periodista. Secretario de Relaciones Institucionales de la UTPBA.

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