5 abril, 2020

El coronavirus y la filosofía

Por Guido Fernández Parmo (*).-

1. Metafísica


La filosofía ha sabido, en los últimos cien años de su larga carrera, ponerse en contacto con las contingencias de la vida. Este giro la habilitó a pensar los más variados temas, pero fundamentalmente la existencia humana, nuestra instalación biológica en el cuerpo y las nuevas formas de poder.

Desde que Nietzsche postulara que el humano “no es la corona de la Creación”, nos encontramos metidos en la Naturaleza al igual que el resto de los seres, al igual que los minerales, micro-organismos, vegetales y animales. La realidad humana, lo humano, en este sentido, es una síntesis de todas esas dimensiones del ser y está, por decirlo así, “enganchado” con la Naturaleza, enlazado con ella como una expresión más entre otras.

La pandemia de corona virus nos recuerda esta pertenencia a la Naturaleza bajo la desesperante forma de la conciencia de la finitud. El virus nos pone contra la pared y nos obliga a aceptar nuestro límite, como si se tratara de un meteorito dirigiéndose a la Tierra, una fuerza extraña que, sin embargo, no podemos evitar que nos constituya. No hay nada que hacer, nuestros cuerpos son lo que son, y más allá de las pretensiones racionalistas de dominar y controlar a la Naturaleza, existe un límite exterior que no podemos manejar.

Ahora bien, recordar que somos cuerpo común con el resto de los seres es también reconocer que no somos simplemente humanos, que estamos hechos de todos los seres, que somos también mineral, vegetal, animal e incluso máquina. La sentencia de Nietzsche resulta ser una crítica severa a esa racionalidad instrumental, típicamente europea y moderna, que, separando al Humano de la Naturaleza, enfrentándolo, lo lanzó a una campaña de conquista, control y dominio.

El desarrollo capitalista está directamente vinculado a esta racionalidad instrumental que explota a la Naturaleza, la convierte primero en su objeto y luego en su mercancía, es decir, la reduce a un valor abstracto para generar una ganancia económica.

Deberíamos preguntarnos, ahora, si el virus, como fuerza extraña, pone un límite a la explotación de la racionalidad instrumental, esto es, un límite a las pretensiones de dominar y explotar ilimitadamente a la Naturaleza. ¿Es el virus un antídoto contra el mal del capitalismo?

2. Política

Algunos se han preguntado si esta pandemia pone en jaque, de algún modo, al capitalismo. Si estamos, como dijimos, “enganchados” con la Naturaleza, el capitalismo como tal es parte de ella, el mismo sistema es mineral, vegetal, animal, humano y tecnológico. El virus forma parte tanto del Capitalismo como de la Naturaleza extraña que es nuestro límite, de allí que genere cambios sociales al tiempo que biológicos en nuestros cuerpos.

Como dijimos, el virus nos pone contra la pared, contra una pared que forma un espacio cerrado, privado y aislado del mundo exterior peligroso. El virus hace de catalizador de nuestra sociedad, revelando la verdadera naturaleza del orden capitalista, y nos grita en la cara: “¡No se olviden, aquí lo único que importa es la propiedad privada, el individuo y el valor abstracto de las cosas!”. El virus no cambia nada, por el contrario, pone en evidencia una estructura profunda de nuestra sociedad existente desde sus orígenes y que Marx y Engels habían denunciado en El Manifiesto del Partido Comunista: toda la vida se reduce al “cálculo egoísta”. De golpe, nos han encerrado en nuestros propios encierros, de golpe nos damos cuenta de lo que siempre fuimos: prisioneros de nuestros intereses egoístas y deseos narcisistas.

El encierro nos desespera porque desnuda nuestras vergüenzas: el capitalismo nos ha convertido en átomos de egoísmo y, finalmente, le ha dado la razón al filósofo Thomas Hobbes cuando sostenía que la naturaleza humana era egoísta y, el hombre, “un lobo para el hombre”. Cada uno encerrado en los muros de su propiedad privada, utopía capitalista realizada que nadie quiere aceptar ya que todos queremos seguir siendo un poco “humanos”. En este sentido, el virus refuerza la lógica y dinámica de la sociedad capitalista: cada uno encerrado en su interés individual, la vida social reducida a las exigencias del mercado: los vínculos pasan a ser vínculos entre cosas en un mercado que reduce todo a ser un objeto de consumo, es decir, una mercancía. Nunca estuvimos mejor preparados para el encierro que en la era de las apps, redes sociales y home working. Ahora, alcanza con una app del teléfono para que los alimentos lleguen a casa, sin siquiera pasar por la mediación que la cajera o el repositor hacían, como tampoco hace ya falta verle la cara al jefe ni escuchar los chismes del compañero de oficina. Solo quedan cosas de consumo y nada más.

Nunca mejor preparados para el encierro que en la era de las plataformas de streaming y Youtube. Nos quedamos en nuestras casas para consumir lo único que brinda el capitalismo desde hace mucho tiempo: el entretenimiento. La industria del entretenimiento ha sido una de las últimas estrategias capitalismo, junto con la industria farmacológica (legal o ilegal), para capturar definitivamente la totalidad de la vida. Y entonces finalmente tenemos todo el tiempo del mundo, finalmente nos hemos alejado del trabajo “como de la peste”, tal como lo decía Marx, y eso nos desespera.

¿Será que lo que el capitalismo nos ofrece como la buena vida resulta una nueva actividad vacía de sentido, que gira en falso una y otra vez, como el propio trabajo? ¿Cuántas series seguiremos viendo, cuántas más veces pasaremos el trapo para que el hogar esté reluciente, qué nuevos platos gourmet probaremos?

Para muchos se terminó el trabajo, casi una utopía, pero esta utopía se parece bastante a un apocalipsis. Para otros muchos, se terminó el trabajo y se terminó el ingreso, ¿o acaso alguien pensaba que este sistema daba alguna garantía a la vida misma? ¿Y los que no tenían trabajo formal, los que no prueban comidas gourmet, los que no tienen apps para pedir comida ni internet para consumir el entretenimiento? A ellos, el virus del capitalismo los ha dejado fuera de juego antes del coronavirus. Nada nuevo bajo el sol. No es virus biológico quien nos pasa por arriba, es el económico y social del capitalismo que se encargó, desde su nacimiento, de destruir todos los resortes existentes para que la vida de los individuos estuviera garantizada. Es el virus del capitalismo el que ha convertido a estos cuerpos biológicos en “población de riesgo”.

El capitalismo es el único sistema social en el que la Utopía coincide con el Apocalipsis: la vida se ha vuelto nuestra pesadilla, sea en el trabajo o en nuestras casas, sea porque no tenemos cómo comprar la comida al perder el trabajo o porque no tenemos otra cosa que hacer más que comprar comida y entretenimiento. ¿No queda nada más?

¿Dónde podría encontrarse, entonces, el verdadero entretenimiento, el verdadero placer, la felicidad?

3. Economía

Con la economía ocurre lo mismo que con la ecología. En ciertos grupos ecológicos, la lucha parece estar dirigida a salvar a tal o cual especie, a proteger un determinado y específico ambiente natural, como si cada uno de esos seres (animales, plantas o ambientes) existiera por sí mismo y no fuera parte de un sistema en el que todo está interrelacionado y que podríamos llamar, fácilmente, “Naturaleza”. Durante los millones de años de su existencia, la Naturaleza ha pasado por innumerables cambios, destrucciones y recreaciones. En cada uno de esos cambios, ella ha permanecido y continuado en cada nueva versión, en cada nueva forma, porque su ser no se agota en ninguna forma determinada, en ninguna especie animal específica ni en ningún ecosistema.

Cuando hablamos de economía parece que cometemos el mismo error, nos preocupan las consecuencias económicas de la cuarentena, del virus, pérdidas millonarias, quiebras de empresas y pymes, pero no ponemos la vista en el sistema del que cada uno de esos casos forma parte. No debemos olvidar que el capitalismo no es simplemente la yuxtaposición de esas empresas, como la Naturaleza no es la sumatoria de los animales, plantas y ambientes, sino un sistema económico. Lo que debemos preguntarnos es si el virus llega al sistema, si destruyendo a empresas, pymes y personas, lo destruye. Y en esto, en realidad, el virus se parece mucho al sistema como para estar oponiéndosele.

Destruye, efectivamente, pero eso el capitalismo lo ha estado haciendo solito y sin ninguna ayuda. Desde sus orígenes el capitalismo no ha dejado de destruir a industrias y personas al separar a la población mundial en dos mitades desiguales mediante la imposición de la propiedad privada: de un lado, quedaron los propietarios de los recursos vitales y del otro lxs trabajadorxs que no poseen nada pero generan la riqueza de toda la Humanidad.

¿En qué sentido la pandemia supondría una crisis del sistema?

La crisis de 1930 parecía poner fin al capitalismo, la Guerra Mundial de 1939 arrasó a toda Europa, la crisis del petróleo de 1970 supuso un abandono casi definitivo de un tipo de acumulación de capital, los atentados de 2001 pusieron ante la quiebra a muchas compañías aeronáuticas, y, finalmente, la crisis de 2008 fue vista por muchos como el síntoma de la enfermedad terminal del sistema.

Y el capitalismo sigue funcionando, sale “chirriando” cada vez, como decía Deleuze. Lo que va a destruir al sistema no es ni un virus, ni el agotamiento de la naturaleza, porque en ambos casos se trata de límites exteriores al sistema, y éste caerá por sus propios límites, por sus propias contradicciones. La única manera de destruir al capitalismo es reinventando orden social desde adentro, y eso lo pueden hacer únicamente los humanos, la acción humana organizada que interviene sobre una contingencia que no elegimos, como una peste, una sequía o un virus.

Si el virus fuera a destruirnos, lo que se acabaría sería la Humanidad tal como la conocemos, una especie de Apocalipsis que de ninguna manera sería una oportunidad. Una caída por una causa exterior solo nos dejaría en un Apocalipsis à la Mad Max: un mundo hecho de los despojos del anterior, nada nuevo. El fin del capitalismo, como de hecho existió en la mitad del planeta por casi un siglo, solo será una oportunidad si está organizado por la gente, por lxs trabajadorxs del mundo, por todxs aquellxs que están del lado desposeído de la propiedad privada y por todxs aquellxs otrxs que, consciente y voluntariamente, se pongan de ese lado. En la lucha y el compromiso común con los otros radica, así, la verdadera felicidad que es vacuna y antídoto del capitalismo.

(*) Secretario de Cultura de la UTPBA. Profesor de filosofía.

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