Por Eduardo Verona (*).- En el inabarcable universo de los lugares comunes siempre tan frecuentados, se instaló como una verdad revelada que las crisis en sus más variadas dimensiones y perfiles son una magnífica oportunidad para relanzarse a nuevos escenarios. Esta consigna tan edulcorada como superficial tiene el inconfundible perfume que identifica a las falsas opciones. Como si caminar por los bordes de los abismos precipitara en el futuro inmediato la posibilidad de encontrar un horizonte superador.
La irrupción fulminante del Covid-19 también queda atrapado en la telaraña de los lugares comunes, de las simplificaciones, de los reduccionismos intelectuales y de las clásicas respuestas de manual que se agotan en su insolvencia argumentativa. Las grandes crisis que padecieron las sociedades del pasado y del presente no siempre alumbraron en su etapa posterior la aparición de escenarios amplios, renovados y simétricos. No hay ciclos desangelados que necesariamente después tengan que vincularse con ciclos de grandes bonanzas.
Que las crisis torrenciales (políticas, económicas, laborales, sociales, religiosas, artísticas, científicas, deportivas) son formidables oportunidades que esa abstracción existencial que formaría parte del destino nos pone por delante, no deja de ser uno de los fundamentos ideológicos del sistema de vida capitalista: pasarla mal para luego redescubrir algo virtuoso. Una especie de resignación organizada por un espíritu generoso y altruista.
La pandemia no es una oportunidad en sí misma. Es un impresionante y demoledor llamado de atención para los que hoy, desde el altar de la impunidad siempre celebrada por las usinas de poder, se sienten los dueños del mundo. Para los CEOS del mundo. Para los viejos y nuevos capangas desilustrados que en todas las plataformas existentes repiten contenidos que se desvanecen a la vuelta de la esquina.
El Covid-19 horizontaliza la muerte. No repara en nada en particular. No acepta blasones ni lisonjas. Los hombres y mujeres que se condecoran con medallas de honor y distinciones que no tienen ni merecen, no quieren interpretar la vastedad de un registro que no manejan. Y que más allá de las prevenciones, está fuera de control. Porque todo puede estar fuera de control cuando el medio ambiente se destruye de manera sistemática en aras de una acumulación económica y geopolítica hiperconcentrada.
La emergencia sanitaria no nos hará mejores ni peores. Las sociedades metabolizan las crisis según los nutrientes que la alimenten. Los lugares comunes son los placebos de la historia. Confunden. Distraen. Y en muchísimos casos someten a la realidad que se construye todos los días.
(*) Periodista.