La luz se extingue.
La noche se vuelve más oscura.
Hambre mañana.
(Poema anónimo congoleño)
Por Leticia Amato (*).-La violencia la aprendimos de ustedes, le advierte a la cámara una joven-mujer-negra-estadounidense, dueña de esta clara convicción. ¿A quién van dirigidas, como balas hechas de certezas, sus palabras?
Los ecos del impacto que causó el asesinato, en tiempo real, de George Floyd a manos de la policía norteamericana, rebotaron también en Bélgica, donde el debate acerca de la segregación racial tomó forma de estatua.
¿Qué hacer? se preguntan en el museo de Amberes, a donde fue a parar, provisoriamente, una de las efigies del rey Leopoldo II. Sucede que el monarca que gobernó Bélgica entre 1865 y 1909 fue el artífice de la masacre que asoló al Congo durante la mayor parte de su reinado.
Mutilaciones, violaciones, vejaciones de toda índole fueron parte del quehacer diario de la política Belga en territorio congolés, encabezada, por el ahora estatua, Leopoldo II. A tal punto estableció relaciones de dominación de tipo racistas-medievales, en las postrimerías del siglo XIX y con la cómplice anuencia del resto de las potencias colonialistas de Europa, que convirtió a esa gran extensión de territorio ubicado en el corazón del continente africano en una suerte de feudo, del que el monarca era amo y señor, y los congoleños, claro, sus ciervos-esclavos.
Conocido por algunos historiadores como el holocausto congoleño, el conjunto de atrocidades de perversa catadura perpetradas, de manera sistemática, contra la población negra del Congo, redujo el número de sus habitantes a menos de la mitad.
El escritor y viajero Richard Burton denunció que uno de los principales adalides del soberano en el Congo, a modo de entretenimiento, solía encontrar divertido disparar contra los negros como si fueran monos.
Cuenta la historia que Leopoldo II extendió sus dominios hasta controlar un territorio equivalente a 60 veces el tamaño de Bélgica. Es que la actual República Democrática del Congo -a la que paradójicamente había bautizado Estado Libre del Congo– fue propiedad privada del rey, para luego, en 1908, pasar a ser propiedad privada de Bélgica.
Desde el codiciado marfil, pasando por el caucho, hasta diversos minerales, no hubo riqueza natural, cultural y humana que no usurparan con feroz desparpajo las huestes de Leopoldo II, siguiendo como guía rectora el modelo de explotación holandesa en Java. Incluso, afirman las malas lenguas que es el uranio de los subsuelos africanos – el mismo que probablemente nutrió las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki- el motivo por el cual Bélgica y EEUU continúan operando en esos terruños.
La violencia la aprendimos de ustedes. Qué duda cabe.
Y la estatua…
(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA. Miembro de la Secretaría de Juventud y Nuevas Tecnologías de la FELAP.