8 diciembre, 2020

El Neoliberalismo, entre la guerra y la deuda

Por Guido Fernández Parmo (*).- Un rumor se escucha por todos lados, que vivimos en el neoliberalismo y que parece ser más difícil salirse del capitalismo que llegar a algún planeta lejano. Este rumor, sin embargo, llena nuestros tímpanos políticos y los aturde como un ruido de fondo que en algún momento deja de escucharse, deja de irritar y de molestar. Nada peor que ese ruido de fondo. Contra esto, nada mejor que el grito revolucionario.

Breve historia del neoliberalismo

En el siglo XVIII, luego de la Revolución francesa, el Estado gobernaba sobre un conjunto de ciudadanos, cada uno de ellos definido por la misma naturaleza humana, y relacionados por la representación de la voluntad general. El Estado liberal se definía como el representante del “pueblo”, dejando afuera los intereses privados de cada ciudadano o sector social. Desde la perspectiva de la temporalidad, la naturaleza humana, siempre la misma, eliminaba el horizonte de futuro, todo estaba allí puesto en la representación.

En un segundo momento, en el siglo XX, cuando el capitalismo industrial empezó a mostrar sus consecuencias, esta concepción estrictamente liberal tuvo sus ajustes, y entonces surgió el Estado-Benefactor. Para este nuevo modelo, el pueblo ya no es un conjunto de ciudadanos sino una relación entre clases sociales, básicamente, las clases trabajadoras y las propietarias.

Este cambio en la concepción del pueblo implicó un cambio en la función del Estado que, además de representar a la voluntad general, debía intervenir sobre las clases para articular su relación desde una posición externa.

La concepción de la sociedad como una relación entre clases tuvo, como es sabido, dos grandes definiciones: armónica-complementaria o conflictiva. La función del Estado-Benefactor se entiende únicamente a partir de la concepción armoniosa y complementaria de las clases, el Estado debía intervenir para una mejor articulación de las mismas.

Ante este ajuste del Estado liberal, la tradición marxista, que parte de la convicción del carácter conflictivo de las clases, no dejará de insistir en el carácter utópico de la política del Estado Benefactor.

Desde el punto de vista de la temporalidad, ambas concepciones comparten la idea de que el presente no agota el vínculo entre el Estado y el pueblo, y sus políticas se explican por un horizonte futuro que trasciende al estado actual de cosas: el progreso, según la mirada complementaria de las clases, la revolución según la mirada conflictiva.

Estado Neoliberal: entre la guerra y la deuda

Conocemos bien al neoliberalismo, lo conocemos por sus ideas, lo conocemos en nuestros cuerpos y vidas. Conocemos, sin embargo, aquello que los teóricos neoliberales se han atrevido a confesar: Estado mínimo, privatizaciones, individualismo, etc. Pero esta concepción del neoliberalismo oculta algo, calla una historia todavía menos digerible: el neofascismo como política que permite pasar de la guerra a la deuda.

El filósofo italiano Mauricio Lazaratto, siguiendo una síntesis entre Nietzsche y Marx realizada por cierta filosofía francesa, ha mostrado cómo el neoliberalismo surge de la mano de un tipo de fascismo nacional-liberal (ya no nacional-socialista), que se caracteriza por una política de guerra contra la población. Los Estados dejaron de hacer la guerra entre sí al transformar a la población en algo peligroso. La guerra neofascista del neoliberalismo permitió transformar, primero, a las clases en grupos peligrosos como inmigrantes, musulmanes, mujeres, negros, y, segundo, a estos grupos peligrosos en consumidores endeudados.

De un plumazo neofascista, el Estado eliminó a la categoría de “clase” de la conciencia de las personas que, a partir de ese momento, empezaron a pensarse en tanto minorías o ciudadanos.

En América Latina conocemos bien esta historia por las dictaduras militares que allanaron el camino para la eliminación de las clases, y, en consecuencia, la eliminación del horizonte futuro del progreso y la revolución. El futuro colapsó, así, en un presente que gira en falso sobre sí mismo.

De clases luchando por un futuro mejor pasamos a las políticas identitarias que buscan un cambio social, la satisfacción de demandas presentes, abandonando el político-económico.

Cuando las clases finalmente desaparecen de la conciencia de la gente, el neoliberalismo toma la posta del neofascismo y convierte a esas minorías en sujetos endeudados.

El Neoliberalismo es, además de todo el dogma conocido, la política que convierte a la población en un conjunto de deudores que deben responder moralmente ante sus acreedores. Nuevo colapso del futuro. En este sentido, la deuda no es únicamente una dependencia económica sino, además, subjetiva: el acreedor demanda de nosotros que cumplamos con nuestra palabra, que seamos responsables, que tengamos conductas austeras e irreprochables, y, sobre todo, que sigamos endeudándonos como una forma de ya no pensar en cambiar las cosas sino en alcanzar ese fin de la deuda que nunca llega.

Paradójicamente, la deuda, con sus plazos, con sus vencimiento y sus aplazamiento, nos hunde en el presente: es aquí y ahora que debemos mejorar nuestras conductas si queremos que ese futuro embargado surja.

La deuda se convierte en la política de los “dueños del Capital” que han logrado endeudarnos a todos: personas, empresas y Estados. Neoliberalismo es sinónimo de endeudamiento y esta ha sido la política neoliberal de los Estados desde las dictaduras.

A diferencia del Estado Benefactor, que se beneficiaba de la plusvalía industrial para la distribución del ingreso, el Estado Neoliberal se beneficia con la especulación financiera y con el endeudamiento que él mismo sufre ante “dueños del capital”: plan de pagos, cuotas con la tarjeta de crédito, créditos y microcréditos, refinanciamiento, bonos, etc.

El neoliberalismo vende como crecimiento y progreso lo que no es más que una política de control y dominio de la población para mantenerla alejada, al mismo tiempo, de su identificación con una clase y de la perspectiva futura de un cambio político y económico.

Ajustes

La caracterización del neoliberalismo en tanto política de endeudamiento y guerra contra la población peligrosa nos permite mirar mejor a nuestro presente. Del liberalismo al neoliberalismo, pasando por el Estado Benefactor, es el capitalismo, y sus diferentes modos de acumulación, quien va marcando esos cambios. Como alguna vez alguien dijo: se sale siempre por delante, nunca por atrás. Lo que debemos recuperar es el horizonte de la Revolución para introducir el futuro que el neofascismo liberal nos ha robado.

No se trata de volver a creer en una utopía por venir, sino en la firme convicción de que nuestro presente debe ser superado, transformado y superado. Si en el futuro está la Revolución, en el presente, entonces, están las clases como ese modo de vivir en lucha contra el capitalismo.

Lo que resulta utópico es volver al pasado. El Estado Benefactor, asociado al capitalismo industrial que buscaba el progreso de las clases sociales, ha quedado en la historia porque ha quedado en la historia el capitalismo que le había dado origen. Endeudamiento no es Distribución.

Nuestro presente es el Neoliberalismo definido como política de endeudamiento que los “dueños del capital” imponen a ciudadanos, empresas y Estados. Toda política opuesta al neoliberalismo debe recuperar el horizonte de la Revolución desde una convicción presente que nos grita que nuestro enemigo es el Capital.

(*) Filósofo. Profesor. Secretario de Cultura de la UTPBA

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