En épocas de postverdades es sano e imprescindible ejercitar la memoria. Pensar, recordar, revivir, analizar momentos, hechos y contextos que no deben ser olvidados jamás.
En nuestro país, 40 años atrás, se vivían días, meses, y años, espantosos, de persecuciones, secuestros, torturas, desapariciones, ejecuciones y apropiación de bebés en el marco de una de las dictaduras cívico – militares más sangrientas de Latinoamérica. No fue la única, lamentablemente. El Plan Cóndor se aplicó, rigurosamente, también en Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Siempre con la aprobación y el control de los Estados Unidos.
Esta época del Terrorismo de Estado también tiene nombres propios. Obedientes ejecutores, por verticalidad y convicción ideológica, de la cacería de cientos de miles de seres humanos. Hablar de Miguel Etchecolatz es hablar apenas de muchos que salieron a desaparecer, torturar y asesinar a militantes políticos, delegados sindicales, periodistas, actores, deportistas, literatos, entre muchos otros.
Hablar de Miguel Etchecolatz es, también, hablar de Jorge Julio López (¿Dónde está Jorge Julio López?), un desaparecido en democracia, víctima de un desaparecedor de carrera como el miserable Miguez Etchecolatz.
Pero cuando hablamos de Etchecolatz también hablamos de miles, de millones de personas que no se bancan que personajes siniestros como este disfruten de una vida de hogar, ni de un milímetro de impunidad.
Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires