20 octubre, 2016

En Colombia, la paz todavía respira

Por Juan Chaneton (*).- Han entrado en sordina los ecos del  “triunfo” del NO en Colombia ocurrido el domingo 2 de octubre pasado. Se trató de un NO al proceso de paz iniciado en La Habana hace cuatro años y refrendado en esa misma ciudad y en Cartagena de Indias (Colombia) el 26 de septiembre último.

La primera conclusión que sugiere el nuevo escenario posplebiscito es que, con una abstención del 63 % y contando a la vista ahora con unas consecuencias más claras de aquel resultado (callejón sin salida y dudas sobre el futuro político del país), si se realizara de nuevo la consulta el SÍ ganaría con comodidad.

Es que buena parte de la abstención hay que atribuirla a un fenómeno de despolitización masiva que se verifica en todo el continente por razones que no vienen al caso ahora. En Colombia, muchos partidarios del SÍ se quedaron en casa por pura “locha” (fiaca en idioma argentino) y ahora, con los resultados a la vista,  esos sufragantes no parecen haber quedado muy satisfechos luego de un pronunciamiento que abre interrogantes duros no sólo sobre un abstracto futuro político del país sino, también, sobre las posibilidades de vivir su cotidianeidad, de ahora en adelante, con seguridad, en paz y sin violencia.

Los partidarios del NO fueron a las urnas disciplinados y en masa. No hay más noes que los que mostró el resultado del 2-10. Incluso muchos de esos noes son líquidos y volátiles. Pueden mudar al SÍ en función de la dinámica que adquieran los aconteceres. No ocurre lo mismo con el votante SÍ.

El Nobel a Santos fue una apuesta de Noruega (garante del proceso) para balancear un poco la  derrota del Presidente en aquel 2 de octubre pasado; y, de  paso, para aislar al rampante Uribe, hombre de la línea belicista pura y dura cuyo santuario, más allá de las fronteras de Colombia, es el Pentágono estadounidense y su formal jefe, Ashton Carter, el secretario de Defensa.

Son estos los sectores que no quieren la paz y el lema que levantan fronteras adentro es “justicia sin impunidad”, es decir, sigamos en guerra.  Porque ninguna negociación es posible cuando lo que se propone a la otra parte es la muerte o la cárcel. Por eso, aquel lema es mentiroso. Esconde una toma de partido previa y una percepción negativa sobre lo que asomaba como  un eventual escenario pospaz. La toma de partido previa es en contra de los artífices de esa paz, si ésta hubiera triunfado; se trata de  actores del escenario global a los cuales EE.UU., de modo directo o disimulado, percibe bajo la dinámica amigo-enemigo: entre otros, Cuba, Venezuela y el Vaticano bajo la actual conducción del Papa Francisco. Y la percepción negativa de un por ahora perdido escenario pospaz se refiere a que, en ese escenario, el partido político de las FARC-EP hubiera podido tener auditorio masivo para sus propuestas sociales, económicas y políticas. La derecha colombiana no quiere eso pues sabe que, en ese terreno, los riesgos de perder son altos.

En la misma línea de apoyo a la política del presidente Santos y al proceso de paz se inscribe la movida que acaba de hacer el ELN (Ejército de Liberación Naciona), la otra fuerza guerrillera beligerante. Iniciará negociaciones de paz y el país anfitrión será el Ecuador del presidente Rafael Correa. Las fuerzas sociales que empujan la paz se fortalecen, de este modo, a contramano del equívoco resultado del 2-10.

El problema estratégico a resolver en Colombia, sin embargo, parecería consistir en no permitir que el pueblo y los trabajadores queden atrapados en una opción falsa que, por cierto, no es de hoy, sino que hunde sus raíces en una historia política que ya tiene más de medio siglo. Esa opción falsa es el bipartidismo, que nació en el siglo XIX y se consolidó en 1957 con el “Frente Nacional”, desatando una dinámica violenta que le costó al pueblo colombiano más de doscientos mil muertos. Ese Frente Nacional fue un pacto espurio entre liberales y conservadores que se repartieron por partes iguales los cargos en el Estado y pactaron la alternancia de ambos partidos excluyendo de antemano y por procedimientos electorales y administrativos  amañados a cualquier tercero en discordia que amenazase ese statu quo convivencial.

La paz es el camino para desbaratar una realidad que hoy muerde en la carne y en la conciencia de los colombianos. Esa realidad es la falsa opción entre santismo y uribismo. El pueblo colombiano pugna por encontrar su camino propio, sin alternancias fraudulentas,  que abra, ese camino, las puertas del presente hacia un futuro en el cual las riquezas de Colombia no enriquezcan a unas élites privilegiadas mientras el pueblo campesino y los pobres y sectores medios de la ciudad y el campo viven constantemente en la miseria o amenazados por ella.

Uribe y los estrategas de la guerra de los Estados Unidos quieren que las FARC-EP vuelvan a las armas y a la selva. Y esto no se debe sólo a razones de orden económico. La guerra es más rentable que la paz para esos sectores, pero lo más importante es el punto geopolítico y geoestratégico del asunto. En el horizonte futuro de Latinoamérica, los Estados Unidos no ven sino la guerra. Una América Latina en paz no es funcional al enfrentamiento al que tendencialmente se dirigen los EE.UU. con sus enemigos globales. Nuestro continente sólo podrá  cumplir con el rol de retaguardia estratégica proveedora de recursos materiales y humanos para el imperio si es un continente dominado y para eso sirve mejor la guerra que la paz, los gobiernos neoliberales que los procesos soberanistas.

Las campanas, en suma, no han doblado todavía por nadie. Pero, si lo hicieran malamente no lo habrían hecho sólo por el pueblo colombiano sino, también por nosotros, argentinos, por nosotros todos, por América Latina.

Quito, ahora, la capital de Ecuador, ha devenido nuevo escenario para buscar consensos entre el Estado colombiano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la otra fuerza beligerante.  Allí, las fuerzas del progreso  y de las transformaciones sociales impondrán,  a buen seguro, a los partidarios de la guerra, las razones que darán nuevo impulso a un proceso de paz que, finalmente y pese al resultado del 2 de octubre, no ha sido nunca derrotado.

(*) Periodista, escritor y abogado argentino

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