P- ¿Cuáles son las dificultades que estás atravesando en el plano personal, profesional o laboral en el marco de la pandemia?
R- Que a veces no me importan las palabras que uso. Me pesan en las cervicales. No las logro pensar. Ni reflexionar. Cuando no se vive como se piensa, se empieza a pensar cómo se vive. Tengo 30 años. Casi siempre, me siento encerrado en el sistema productivo. O en el rol que el sistema capitalista dispone para la gente de mi edad. Tengo cinco empleos para poder vivir. Cobro en relación de dependencia, en monotributo y en negro. Eso me empeora el oficio y, sobre todo, la sensibilidad.
Pienso que la pandemia nos afanó la rabia y la ternura. En el periodismo, tengo la convicción, de que esos dos sentimientos hermosos acontecen solamente poniendo el pecho, la piel, el oído, los ojos y el corazón en contar una historia. O, mejor dicho, en percibirla.
Creo que lo que más me frustra es vivir en un país encañonado en las desigualdades. Vivir y no estar haciendo nada por contar esos 6 de cada 10 pibes y pibas que son pobres.
Pero si existen estas palabras quiere decir que no todo está perdido y que hay que tomarse el tren y salir a buscar esos caminos que tienen corazón.
P- ¿Qué opinión te merece la falta de respuesta ante nuestro reclamo con respecto al predio de UTPBA en Moreno?
R- No me sorprende. El sistema lleva décadas construyendo realidades y discursos en los que responsabiliza de la pobreza a los pobres. En este caso, el sistema tiene nombres propios, son públicos y se están haciendo los boludos y las boludas negándolo.