Por Manuel Cabieses (*).- Juan Guaidó Márquez, el ridículo muñeco del ventrílocuo de Washington, comienza a evaporarse en el olvido. Sin embargo, tiene asegurado un lugar en la historia universal de la traición. En 2019 se autoproclamó presidente de Venezuela y estuvo dispuesto a encabezar un Gobierno títere si el país era ocupado por el ejército de Estados Unidos.
Eso no ocurrió. El Pentágono temió perder miles de soldados si invadía la tierra de Bolívar. El imperio se dio cuenta que el amor a la patria es la base de granito de la identidad venezolana y latinoamericana.
Guaidó debería agradecer que su traición no alcanzó a convertirlo en presidente de un Gobierno fantoche. Habría corrido la misma suerte de otros traidores, como Pierre Laval, fusilado en 1945 por haber cumplido funciones de gobernante títere de la Francia ocupada por los nazis.
No obstante, el daño causado por Guaidó y sus compinches es enorme y ha significado la parálisis del proyecto socialista de Chávez. Miles de millones de dólares de bienes venezolanos han sido incautados por Estados Unidos.
El bloqueo y boicot internacional han hecho retroceder años al proceso venezolano. El país soporta carencias de alimentos y medicinas, de gasolina y gas, y padece una hiperinflación que jibariza los salarios a tal extremo de que convierte en infierno la vida cotidiana de los hogares.
La Asamblea Nacional se convirtió desde 2015 en plaza fuerte de la conspiración y en instrumento mercenario de Estados Unidos y la Unión Europea (UE). El primer presidente de la Asamblea, Henry Ramos Allup, del partido socialdemócrata Acción Democrática, anunció en 2015 que en seis meses el presidente de la República, Nicolás Maduro, sería derrocado. Todos los esfuerzos para lograrlo no dieron resultado.
Guaidó asumió la presidencia de la Asamblea en enero del 2019 y subió la apuesta golpista con abierto respaldo norteamericano y europeo, joven diputado del partido Voluntad Popular (VP), cuyo líder es Leopoldo López, prófugo de la justicia gracias a la protección diplomática de España. Seis días después de asumir la presidencia de la Asamblea, Guaidó se autoproclamó presidente de la República.
Una farsa indecente de Estados Unidos, secundado por la UE y el puñado de Gobiernos perrunos del Grupo de Lima. Esta patota de criminales ha intentado todo para derribar al Gobierno del presidente Maduro, desde el magnicidio hasta el golpe de Estado. Pero sobre todo el boicot a plexo solar de la economía donde sí ha tenido éxito.
Venezuela, que en 2013 tenía un ingreso de 56 000 millones de dólares, vio reducido ese ingreso a 500 millones en 2020. Sus cuentas bancarias congeladas en diversos países tienen casi 30 000 millones de dólares retenidos. La empresa venezolana Citgo con 8 000 estaciones de servicios en Estados Unidos, fue incautada por Trump.
Las 31 toneladas de lingotes de oro depositadas en el Banco de Inglaterra representan otros 1 000 millones de dólares secuestrados. A pesar de todos estos golpes bajos, que atropellan las normas más elementales del derecho internacional, Venezuela mantuvo en pie conquistas sociales como educación y salud públicas gratuitas, y viviendas sociales que se construyen a un ritmo de más de 1 000 cada día(1).
Enfrentado a una profunda crisis económica y social –en que también han incidido errores en la conducción del Estado, la corrupción y excesos policiales, una estólida burocracia sorda a las protestas del incipiente poder popular, la hiperinflación destructiva de proyectos individuales y colectivos, el mercado negro, y el doloroso éxodo de más de cinco millones de venezolanos–, el Gobierno, sin embargo, confía salir adelante. En lo político, contará con una Asamblea Nacional en que tiene mayoría absoluta. Pero la llave del futuro es la Ley Antibloqueo que será el “gran eje matriz en el proceso para la recuperación de los ingresos nacionales”, dice el presidente Maduro.
“Los inversionistas de Estados Unidos –agrega– tienen las puertas abiertas aquí para invertir en petróleo, en gas, en petroquímica, en telecomunicaciones, en turismo, en finanzas, en todo lo que quieran” (2).
La crisis pone en reversa el proceso con rumbo al socialismo que inició el presidente Hugo Chávez. El petróleo –la joya de la corona de las inmensas riquezas de Venezuela– se convierte en prenda de cambio para salir del atolladero. Han surgido duras críticas en las propias filas del chavismo. Elías Jaua, ex vicepresidente, sostiene: “No por decisión del Gobierno, en Venezuela hay hoy un capitalismo salvaje”(3).
El Partido Comunista de Venezuela (PCV) y grupos de izquierda se han manifestado muy críticos. No obstante, esa disidencia no se percibió en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. El PCV alcanzó menos del 3%, en tanto el Gran Polo Patriótico Simón Bolívar” obtuvo 69.34%. El hecho relevante, sin embargo, fue la abstención. Solo el 31% acudió a votar. Eso evidencia la pérdida de entusiasmo en la participación popular. A la oposición tampoco le va bien. La nueva Asamblea Nacional será el clavo definitivo en el ataúd del proyecto colonial de Washington.
Guaidó y su gentuza se van derrotados pero obtuvieron una baza macabra. Las penurias que ellos alentaron son el origen de la ralentización –y probable eclipse– que sufrirán la Revolución bolivariana y el sueño del socialismo del siglo XXI.
Pero la historia continúa… Hoy consiste en defender el derecho soberano de Venezuela a decidir su destino.
(*) Periodista y escritor. Director de la revista chilena Punto Final (https://www.puntofinalblog.cl/)
Notas:
[1] Estas citas pertenecen a la entrevista de Ignacio Ramonet al presidente Nicolás Maduro. 2/1/2021, lemondediplomatique.cl
[2] Ibíd.
[3] Citado por Álvaro Verzi Rangel, surysur.net