Cortados como la sarta y la madeja,
escupidos en la noche tártara
partida del bombardeo,
cada uno caminó
cargando flor y madero
cortado de él y llevándolo.
Gabriela Mistral
Por Leticia Amato (*).- Hay quienes llaman al crepúsculo la hora mágica del día. Se debe, probablemente, a una particular combinación de factores que se produce al caer el sol y no antes o después. En ese momento, el cielo se pinta con un degradé de colores únicos, muchas flores se abren perfumando el aire de un aroma intenso, incluso, a veces, en otoño o primavera, si se presta atención, se percibe cómo, una brisa suave y cálida acaricia la piel.
Sin embargo, nada de mágico tuvo la tarde del 26 de abril de 1937 para el pueblo de Guernica.
La ciudad vasca, emblema cultural de ese pueblo, fue asediada durante más de tres horas por aviones nazi-facistas que no sólo bombardearon incesantemente el casco histórico y sus alrededores, sino también remataron la posibilidad de supervivencia aplicando ráfagas de ametralladora en vuelos rasantes.
Aquella tarde en Guernica, la primavera se enlutó con el humo negro de los incendios que llegaron luego de las bombas y las balas.
En una crónica precisa y descarnada, el periodista británico George Steer, corresponsal de prensa para el periódico Times en España durante la Guerra Civil y testigo ocular del desastre, describió el ataque a Guernica de la siguiente manera: A las 2 de la madrugada de hoy cuando visité la ciudad toda ella era una vista horrible, ardiendo de extremo a extremo. El reflejo de las llamas se podía ver en las nubes de humo sobre las montañas a 10 millas de distancia. A lo largo de la noche las casas fueron cayendo hasta que las calles se convirtieron en largos montones de rojos e impenetrables escombros. Muchos de los supervivientes civiles emprendieron la larga caminata de Guernica a Bilbao en antiguas carretas típicamente vascas de ruedas macizas tiradas por bueyes. Los carros apilados hasta arriba con las posesiones domésticas que se pudieron salvar de la conflagración obstruyeron los caminos toda la noche. Otros supervivientes fueron evacuados en camiones del Gobierno, pero muchos fueron forzados a permanecer alrededor de la ciudad en llamas acostados en colchones o en busca de familiares y niños perdidos…
El bombardeo nazi-facista a Guernica, además de quebrantar la vida en todas sus formas, fue una la violación flagrante al ya contradictorio, oxímoron, “código de guerra”, ya que no había en el pueblo objetivos militares sino, sólo, población civil. Así lo narra magistralmente Steel: Por la forma de su ejecución y la magnitud de la destrucción causada, así como por la selección de su objetivo, la incursión en Guernica no tiene paralelismo en la historia militar. Guernica no era un objetivo militar. Una fábrica que producía material de guerra estaba fuera de la ciudad y se encontraba intacta. También había dos cuarteles a cierta distancia de la ciudad. La ciudad estaba muy lejos de los frentes. El objetivo del bombardeo era aparentemente la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza Vasca. Cada hecho corrobora esta apreciación, comenzando con el día en que se ha realizado la acción: el lunes era el día de mercado habitual en Guernica en la ronda de la comarca.
Nada quedó en pie aquella tarde en la que el fascismo se anotó otro lamentable nuevo triunfo en la guerra que desató contra socialistas, comunistas y anarquistas, alistados en la facción republicana. Nada, salvo el roble. Como si de un giño irónico de la vida se tratase, el enorme árbol, símbolo vasco por excelencia, que históricamente coronó la Casa de Juntas, pese a las bombas, el fuego, las balas de los fascistas, el roble no cayó.
(*) Periodista. Secretaria de Asuntos Profesionales de la UTPBA e integrante de la Secretaría de la Juventud de la FELAP.