Argentina tiene bajo el agua unas diez millones de hectáreas y grandes pérdidas de su producción agrícola; Cuba, un país con una enorme cultura anticiclónica, sufrió durísimos embates del huracán Irma. Puerto Rico, Haití y República Dominicana, fueron víctimas del azote de agua, viento e importantes cortes del suministro eléctrico, durante días.
Y en México –con repercusiones en distintas escalas en Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua- un tremendo sismo destruyó vidas humanas, edificios, viviendas precarias, calles y fuentes de energía: electricidad, gas, agua.
En todos los casos, mucho dolor, epidemias pos catástrofes y la ciclópea tarea de la reconstrucción, siempre mucho más difícil y casi imposible cuando escasean los recursos económicos.
Pero, en semejante cuadro, la atención mediática –con descripciones raquíticas sobre inundaciones y palmeras arqueándose en la tempestad- se centró en Miami.
Miami en el desayuno, el almuerzo, la merienda y en la cena. Siempre Miami. Día y noche Miami. Hasta el hartazgo.