Por Miguel Ángel Ferrer (*).- Si uno se atiene a las informaciones del aparato mediático dominante sobre Venezuela, sólo podría concluir que el gobierno del presidente Nicolás Maduro se encuentra al borde del colapso. Que es cuestión de días el derrumbe. Y si bien esta es la tónica general, México incluido, el diario español El País se lleva las palmas en esta tendenciosa labor desinformativa y desorientadora.
Pero ocurre que los hechos no concuerdan con esas informaciones. Derrocar a un gobierno no es cosa fácil, como lo prueban más que fehacientemente los 18 años del gobierno bolivariano. En estos casi cuatro lustros han fracasado todos los intentos de la derecha venezolana y de Estados Unidos por tumbar a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro.
Hasta hace poco, la historia y la experiencia enseñaban que el derrocamiento de un gobierno democráticamente elegido sólo era posible mediante dos bien documentados expedientes: el golpe de Estado militar (o disfrazado de cívico-militar) y la invasión militar extranjera. Del primer caso, ahí están los casos emblemáticos de Guatemala, Chile, Brasil, Argentina y Uruguay, a lo largo de la segunda mitad del siglo veinte, así como recientemente Honduras. Y de la segunda modalidad pueden citarse los casos de la República Dominicana en 1965, el de Granada en 1983 y el de Panamá en 1989.
Los golpes de Estado, sin embargo, han sufrido transformaciones. Del golpe duro se ha pasado al golpe suave. En América Latina se han dado recientemente dos casos de golpe suave en su modalidad parlamentaria. El de Paraguay, que derrocó al presidente Fernando Lugo, y el que acaba de producirse en Brasil para sacar de la Presidencia a Dilma Rousseff.
En Venezuela ya se intentó el golpe duro en 2002. Pero la fortaleza del régimen y el mayoritario apoyo popular impidieron su consumación. Por eso, y desde entonces, la plutocracia venezolana, siempre con la orientación y el respaldo financiero y mediático de Washington, ha estado intentando el golpe suave. Sólo que los ya muchos intentos del golpe suave tampoco han tenido éxito.
Frente a esta situación, a la oligarquía venezolana y a EU sólo les queda un camino para el derrocamiento de Maduro: la invasión militar extranjera. O, mejor dicho, la intervención militar a cargo del ejército de EU.
Para dar este paso, sin embargo, hay que hacer ciertos movimientos previos, como enseñan los casos de la República Dominicana, Granada y Panamá. Esos pasos previos consisten en fabricar una crisis interna que justifique la intervención extranjera. Pero esta fabricación debe ser muy controlada para evitar que en caso de intervención foránea el asunto se desborde y pueda conducir a una guerra civil, como ha pasado en Afganistán, Irak y Siria.
La alta probabilidad de que se desate una guerra civil cuyas ondas expansivas podrían llegar a los países circunvecinos le ha impedido a Washington hasta el momento decidirse francamente por la intervención militar en Venezuela. Por eso la plutocracia venezolana está apretando el paso en la fabricación de una crisis interna. Ella hace su parte a la espera de que, si tiene éxito, Washington domine sus temores de una intervención que pueda resultar contraproducente.
Y es que EU sabe bien que una cosa es lo que difunde el aparato mediático a su servicio sobre Venezuela y otra, muy distinta, la realidad venezolana. Y la realidad es que en la patria de Bolívar y de Chávez la oligarquía no tiene por sí misma la fuerza suficiente para derrocar al gobierno bolivariano.
(*) Periodista y escritor mexicano
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