Por Norma Núñez Montoto (*), desde Ciudad de Panamá.- La expresión de lo humano incluye emociones, conocimientos e interacciones. Las mismas no pueden integrarse en códigos, sean binarios o aleatorios, porque son infinitas combinaciones que requieren la integración de sentidos, emociones y pensamientos. Hasta el momento la inteligencia artificial puede simular solo pensamientos.
Los hechos cotidianos, la vida, se expresa en algo más que en códigos binarios y algoritmos para simular decisiones.
Para que el periodismo supere a la inteligencia, debe fortalecer su capacidad de análisis, su creatividad para reflejar los hechos tal cual suceden. La inteligencia artificial puede aprender sobre la toma de decisiones, pero no sobre el comportamiento humano, del cual solo informa el periodismo.
Es como si intentáramos abrazar, quitarle el frío, a eso que con tanto apego llamamos trayectoria, que sin duda nos conduce al terreno de la cinemática, para aprender que trayectoria es el lugar geométrico de las posiciones sucesivas por las que pasa un cuerpo en su movimiento, y que, además, la trayectoria depende del sistema de referencia en el que se describa el movimiento; es decir el punto de vista del observador.
Es la rama de la física que estudia las leyes del movimiento de los objetos sólidos, sin considerar las causas que lo originan, las fuerzas que lo empujan y se limita, principalmente, al estudio de la trayectoria en función del tiempo.
¿Cuánto tiempo tendremos nosotros de andar andando? Me pregunto. Me remito al origen, a mi punto de partida y encuentro el recuerdo más antiguo que tengo de nosotros, en posición de cuclillas, de acurrucamiento, de miedo; como un péndulo en el tiempo, aupando a aquellos que serían nuestros padres y que, por aquel entonces, ni siquiera se conocían. ¡Qué impaciencia! Sus caminos bifurcados nos atormentaban, pues distanciaban cada vez más nuestra posibilidad de estar.
En aquella dimensión de nadie, en la que uno sabe que ya es, aunque no esté, apuramos el paso y nacemos. Nacemos producto del amor. Intangible pero amor cierto. Y sin tiempo apenas para estudiar el lugar geométrico de las posiciones sucesivas por las que habría de transitar nuestro cuerpo ya en movimiento, nos lanzamos a pensar, vivir y escribir. Pero no al compás de Vicente Huidobro y su “Flor Encadenada”, que lo llevó a confesar: Estoy fatigado de morir en los periódicos. Porque en este escenario, lleno de incógnitas y expectativas contradictorias, de ilusión y recelo, nuestro trabajo, el periodismo, debía nutrirse de la certeza de ese derecho a esperar y a disentir. Había entonces que convertir en reto todo aquello que sugiriera miedo, por una vida libre, democrática participativa, que garantizara dignidad y respeto.
Lo hicimos conscientes que a la hora de soltar la palabra entintada, fotografiada, televisada, lo único que debía quedar para legitimar la verdad, era el respeto y la credibilidad de aquellos que nos leerían, nos miraran o nos escucharan.
En el reconocimiento que uno es forjador de su propio destino y que no puede renunciar al deber cívico de pensar, confrontar, desacordar, defender los espacios de libertad conquistados a lo largo de la vida, asumimos, en los momentos más críticos de un mundo encrespado, la única opción cívica que nos correspondía: defender ese derecho a través del periodismo.
El periodismo ha sido sometido a pruebas pendulares inéditas de presión y hostilidad, retando a la honestidad, la ética. Se ha movido cautelosamente, empinándose con firmeza, entre la verdad y la utopía, contra el delito, la corrupción, la impunidad, las invasiones y la injusticia. Contra los salarios de hambre, contra el desempleo, la burla laboral y el desconocimiento a la legitimidad de su profesión. Todo lo que hoy nos quiere espantar, antigua como es, como si fuera nueva, la Inteligencia Artificial.
Qué otra cosa es un resultado nefasto del choque desigual entre el hombre y “su” propia Inteligencia Artificial, si no el denominado born out, es decir quemado, por lo laboral, que se emplea habitualmente para decir que estás desgastado, exhausto, perdida la ilusión por la actividad del trabajo y hasta la alegría de vivir. La presencia del síndrome born out, se ha considerado una consecuencia de desempeñarse intensamente, hasta el límite de no tomar en cuenta las necesidades y riesgos personales. Esta fase superior de agotamiento donde los efectos acumulativos son demasiado severos y no permiten la adaptación del sujeto, es considerada como una fase crónica y terminal.
Una encuesta de salud de los periodistas en Panamá, auspiciada por el Sindicato de Periodistas de Panamá y realizada por el Dr. Raúl Barr, Coordinador de Salud de la Federación Latinoamericana de Periodistas y Presidente de la Obra Social de Periodista de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, UTPBA, destaca que más del 30 por ciento de nuestros periodistas tiene problemas digestivos; osteoarticular, 21.21 por ciento; cardiovascular, más del 9 por ciento; neurológico 7.58 por ciento; urológico, más del 3 por ciento y problemas pulmonares y de metabolismo 1,52 por ciento. En términos de porcentajes, en relación a los efectos del estrés, se registraron como positivos, 79 por ciento de los periodistas que participaron de la muestra.
De allí que urge descubrir el código de acceso a la moral, a la ética laboral empresarial y periodística y en consecuencia, al sosiego. ¿En qué página web podemos hacer que salten los candados que cercan la verdad y la transparencia? ¿Cómo cerrarle los grifos a los surtidores insaciables del odio y el rencor, la corrupción, baluartes de tanta conflagración? ¿Dónde encontrar el antídoto contra el acoso de todos contra todos?
Y cuando nos equivocamos, lastimamos, quemamos, hacemos o nos hacen víctima del acoso; o por el contrario, nos consagramos como los mejores, porque antes de escribir y publicar, pensamos, sentimos, respetamos.
Debemos hacer una pausa para trabajar por el fortalecimiento de un periodismo ejercido con y por periodistas con actores sociales que los defiendan como trabajadores y como intelectuales. Un periodista que no nos empuje hacia una baja calidad periodística, y en consecuencia, a una baja calidad de la democracia.
Aprendamos a escuchar al otro y hacer simbiosis con su alegría, su dolor, sus hambres y sus angustias. Descubramos en sus ojos el pánico que lleva por dentro, tras la última cabeza de agua que arrastró su casa. Entonces, y sólo entonces, vayamos a contarlo, a escribirlo, a publicarlo.
Ryszard Kapuscinski, escribió que
“el periodismo se veía hace décadas muy diferente a como se percibe hoy.
Se trataba de una profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel
intelectual y político. La ejercía un grupo reducido de personas que obtenían
el reconocimiento de sus sociedades”.
Kapuscinski decía en ese pequeño
libro que en los tiempos actuales la censura casi no existe salvo excepciones
muy contadas. Advertía: “En su lugar se utilizan otros mecanismos –que
definen qué destacar, qué omitir, qué cambiar– para manipular de manera más
sutil. Eso importa a los poderosos de
este mundo, siempre tan atentos a los medios, porque así dominan la imagen que
dan a conocer a la sociedad y operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de
las sociedades que gobiernan”.
La balanza parece inclinarse más hacia aquel respeto y dignidad definidos por el gran periodista polaco con su mirada puesta cincuenta años atrás. Sin embargo, hoy prevalece un sexto sentido periodístico que rechaza el atajo fácil de la inmediatez cuando ésta afecta la calidad de la información y evita la tendencia a dar por bueno lo dudoso, por cierto lo probable, por hecho la inferencia.
(*) Periodista .Vicepresidenta de FELAP por Panamá.