Guido Fernández Parmo (*).- “Sí, señores, es la guerra entre los ricos y los pobres: los ricos lo han querido así, porque son ellos los agresores” August Blanqui
“No sirve salvar unas casas si se destruye el pueblo. Recuérdenlo. Eso es la guerra. ¡Están todos en el mismo barco! El que solo piense en sí mismo también se destruirá. No toleraremos el egoísmo” “Los Siete Samuráis” de Akira Kurosawa
La pandemia nos enseña las tendencias subterráneas del capitalismo, entre las cuales está el reemplazo progresivo de los humanos por la tecnología, específicamente, el reemplazo del trabajo físico por el intelectual: home-working, teletrabajo o el término glamoroso que quieran ponerle. Una transformación que refuerza el encierro en uno mismo, el individualismo y, en algunos casos, un egoísmo estructural, no necesariamente personal, que es más bien el lugar que el sistema nos deja.
Desde el día uno de su existencia, el capitalismo ha intentado sacarse de encima a las personas que siempre ha considerado un obstáculo y una carga para su búsqueda de ganancia, nos cansamos de escuchar a patrones que aluden a lo terrible de las cargas sociales de un trabajador, a los problemas que las madres solteras tienen para cumplir el presentismo o, simplemente, a lo difícil que es lidiar con empleados con problemas anímicos o psicológicos.
No debemos engañarnos, desde hace mucho tiempo las vidas humanas son prescindibles para un sistema que no pierde la oportunidad de poner en práctica cierto darwinismo social a la hora de seleccionar qué vidas importan: enfermedades sin cura, desnutrición infantil, inmigrantes ahogados, niños y niñas que crecen con problemas respiratorios por sus condiciones materiales de crianza, destrucción del medio natural del que muchos dependen.
Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), en África mueren alrededor de 2.000 niños cada día por malaria, una enfermedad que se prevendría, al menos parcialmente, usando mosquiteros en las camas. No hay nada natural en eso.
Esta estrategia perversa va cortando la pirámide social cada vez más arriba, va seleccionando cada vez más finamente los miembros de las clases burguesas y acomodadas que se salvarán, poniendo a la gente frente a un cuello de botella cada vez más exclusivo que define a la vida por su vulnerabilidad.
Desde el capitalismo del siglo XIX hasta el actual, vemos una sociedad cada vez más excluyente que necesita del egoísmo, del individualismo y de la indiferencia para implementar cada nueva selección entre las vidas que importan y las que no.
Estas mismas estrategias neo-darwinianas incluyen la expulsión de cientos de miles de trabajadores de las fuentes de su trabajo gracias a la implementación del teletrabajo, una tendencia que la pandemia profundiza, pero no inventa. Alcanza con hacer una cuenta y descubrir los millones que cada empresa se ahorra si los y las trabajadoras ya no concurren a sus lugares físicos de trabajo: alquileres, personal de limpieza, personal administrativo, seguros, insumos, etc. Y entonces el capitalismo vuelve a achicar todavía más a la sociedad, profundizando la selección de las vidas que se salvan.
Por estos motivos, se hace necesario más que nunca el imperativo que dice que en tiempos de guerra no se admiten los egoísmos, y agregaría, no se admiten los egoísmos al interior de la clase trabajadora, porque eso es lo que quiere el mercado con sus políticas de división y exclusión. Porque estamos en guerra, siempre lo hemos estado, una guerra que no pierde la oportunidad para profundizar la división de clases histórica, una guerra en la que los poderosos son como esos campesinos cobardes de la película de Kurosawa que preferían salvar sus casas al pueblo.
Más que nunca, es tiempo de la Política, con mayúscula, que se pone, como esos Siete Samuráis, del lado del pueblo y no de los Señores, una Política entonces clasista que es la única que identifica el principio de todas nuestras catástrofes al entender que esto es una lucha de clases en la que no hay posiciones intermedias.
Defender al capitalismo, bajo cualquiera de sus máscaras, salvaje, neoliberal, humano o civilizado, es defender la muerte.
(*) Periodista. Filósofo. Secretario de Cultura de la UTPBA.