Por Leandro Torres (*).-
La publicidad que nos educa dice: “Imagínate vivir en una meritocracia, un mundo donde cada persona tiene lo que merece, donde la gente vive pensando cómo progresar día a día, donde el que llegó, llegó por su cuenta: sin que nadie le regale nada. Verdaderos meritócratas, que saben que cuanto más trabajan más suerte tienen. Que no quieren tener poder, sino que quieren tener y poder. El meritócrata sabe que pertenece a una minoría que no para de “avanzar”… En sesenta segundos, esta publicidad nos deja un mensaje cuanto menos cuestionable.
¿Será que los varios miles de niños que mueren diariamente en el mundo por causas evitables no hacen el mérito suficiente para evitarlo?
El 1% más rico tiene más que el resto de la humanidad, ¿serán los que viven pensando cómo progresar día a día o los que llegan por su cuenta sin que nadie les regale nada?
También tendrá que ver con el mérito que no hacen los miles de millones de marginados. O será mayor el mérito de los dueños del dinero y el poder real por imponerle condiciones miserables a la mayoría de la humanidad. ¿Será un mérito hacerles creer que viven en democracia y que lo que les sucede todos los días es parte de un proceso natural y democrático?
¿Apoderarse de los recursos naturales del mundo, estén donde estén y explotarlos discrecionalmente, es acaso una cuestión de mérito?
Joseph Eugene Stiglitz desarrolla el tema de los méritos en su libro “El precio de la desigualdad”. Dice el Premio Nobel de Economía: “El 90% de los chicos que nacen en hogares pobres, mueren pobres por más capaces que sean”. Y agrega, con tremenda contundencia: “Más del 90% de los chicos que nacen en hogares ricos, mueren ricos por más estúpidos que sean”.
En su esencia la meritocracia no conoce de méritos.
(*) Periodista. Secretario de Organización-UTPBA