La Inteligencia Artificial (IA) ganó terreno en los últimos tiempos, lo que supone, entre otros efectos, la supresión de millones de puestos de trabajo. So pretexto de grandes beneficios para la salud y el bienestar de los seres humanos, la IA también pisa fuerte en el comercio de acciones, control robótico, el periodismo y los medios de comunicación, leyes, percepción remota, descubrimientos científicos y juguetes, entre otros ámbitos.
Pocos días atrás la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), habilitó a la empresa Neuralink, del magnate Elon Musk a lanzar el primer estudio clínico en humanos de un chip capaz de conectar el cerebro con las computadoras. Musk es dueño, entre otras empresas, de Tesla, SpaceX, OpenAI, la mencionada Neuralink, y desde el año pasado de Twitter, el gigante de comunicaciones que opera diversas plataformas de redes sociales.
Esta aprobación por parte de la FDA estadounidense aparenta ser el primer paso de una serie de objetivos más ambiciosos por parte del millonario sudafricano, ya que hace algún tiempo señaló que su fin es el de “lograr una simbiosis total (de los humanos) con la Inteligencia Artificial”.
Sin dudas lo que se ha visto hasta aquí es solo la punta del iceberg de un negocio multimillonario que tiene los límites desdibujados.