18 febrero, 2021

La tragedia brasileña

Por Beth Costa (*), desde Brasilia.- Tragedia es la mejor palabra para caracterizar la situación actual de Brasil. Un país con una de las mayores riquezas minerales. Un país con la mayor reserva de agua dulce y con el mayor bosque tropical del mundo. Un país que hasta 2016, año del golpe judicial-parlamentario-mediático que destituyó a la presidenta Dilma Roussef de la presidencia, ocupaba un lugar destacado en la escena internacional, por haber implementado políticas sociales concretas de distribución de la renta y de lucha contra la desigualdad. 

Un país que cuenta con las cuartas mayores reservas de petróleo del mundo. Este país de dimensiones continentales, con una riqueza cultural para dar envidia, está viviendo la mayor tragedia social, económica y sanitaria de su historia.

Bastaron 12 años de gobiernos progresistas, que se anunciaban con posibilidades de cambios estructurales, para provocar la reacción airada de una élite, que el historiador Jessé de Souza caracteriza bien como “la élite del retraso”. 

Esta élite eligió y apoya a un gobierno de características fascistas que, en dos años en el poder, logró destruir los logros históricos del movimiento social y laboral. Más de 3 millones de personas se han quedado sin trabajo; más de 8 millones de brasileños han sido arrojados al mercado informal y trabajan sin ninguna relación laboral; el precio de los alimentos ha subido un 15,5%, tres veces más que el índice de inflación oficial; sólo el año pasado hubo una salida de inversiones extranjeras por valor de 84.000 millones de reales (Ford anunció recientemente el cierre de todas sus plantas de montaje en Brasil). 

Con el apoyo del Tribunal Supremo, el gobierno está vendiendo las filiales de Petrobrás y está entregando los campos petrolíferos del presal al capital estadounidense, además de haber recibido luz verde para privatizar Correos, la empresa de electricidad y datos y la Casa de la Moneda.

En la actualidad, Brasil está batiendo récords de deforestación y de tala y minería ilegales en tierras indígenas y reservas forestales. Este gobierno fue elegido para aplicar la política de privatización de empresas públicas sólidas y rentables como Petrobras, el Banco do Brasil y el Banco de Desenvolvimento Econômico e Social, empresas que inducen el desarrollo tecnológico e industrial, con el fin de volver a transformar la quinta economía del mundo en una república bananera de exportación de materias primas, destruyendo así la soberanía nacional.

A todo esto hay que añadir la liberación de armas de gran calibre sin ningún requisito para la población civil y las milicias, armas que, sin inspección, acabarán rápidamente en el mercado ilegal de armas. Y el aumento de los intentos de acabar con el principio constitucional de laicidad del Estado, con el avance de la presencia de neopentecostales en la maquinaria gubernamental, en el poder legislativo y en el judicial.


Estas políticas destruyen el futuro prometedor de Brasil y las esperanzas de millones de jóvenes que tenían en las políticas públicas de formación y educación una garantía de entrada en el mundo del conocimiento y del trabajo.

Toda esta destrucción en tan poco tiempo ha aislado a Brasil internacionalmente y ha cerrado el círculo virtuoso de la integración latinoamericana y el diálogo entre las naciones de los BRIC y la Comunidad Europea.

En la pandemia de Coronavirus-19, Brasil es el segundo país del mundo en número de muertos, con un total de 1.452 muertes por covid-19 en las últimas 24 horas, la marca más alta desde julio, alcanzando un total de 236.397 muertes desde que comenzó la pandemia. El resultado de una política deliberada de negación de la ciencia, incompetencia y desprecio por la vida.

Esta tragedia que puede comprometer el futuro de todos nosotros, exige una toma de posición y acción de los sectores democráticos y del movimiento social organizado para retomar las calles y mostrar el poder y la fibra de una gran parte de la sociedad que exige el retorno del estado de derecho y el fortalecimiento de la democracia social en este hermoso e inmenso país.


(*) Periodista, sindicalista y activista de izquierda.

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Por Ana Villarreal.

Periodista y escritora. Miembro de Conducción de la UTPBA y delegada a la FELAP.
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